Un extraño en mi cama romance Capítulo 47

Me senté en mi silla mientras veía cómo Roberto acababa con una docena de ostras crudas. Ni siquiera se molestó en echarles jugo de limón antes de ponerlas en su boca. Parecía un bárbaro hecho y derecho.

Yo había comido ostras, pero nunca crudas. Primero tenían que cocinarse a la perfección. Me sentí hinchada cuando él terminó de comer, como si la carne y las ostras hubieran acabado en mi estómago en vez del suyo. Se levantó y pasó junto a mí. Santiago, que había estado sentado en una orilla, se levantó y fue a pagar la cuenta. Ni siquiera se molestó en mirarme a los ojos después de haberse divertido conmigo.

Llamé a Abril. Me dijo que ella y Andrés se acababan de ir. Él tenía que volver al despacho. Le dije a ella que viniera por mí porque yo no había salido en auto. Después de la llamada, fui a la entrada y la esperé. No pasó mucho tiempo cuando llegó en su auto. Abrí la puerta y me subí.

—¿Andrés dijo algo? —pregunté con el corazón en la boca.

-¿Qué podría decir? Roberto se lució con esa actuación. Digo, hasta quiero vomitar. ¿Por qué lo hizo? ¿De verdad es por celos? Creí que estaba enamorado de Silvia.

-No hay forma de que sea por celos. Nos vio a mí y a Andrés abrazándonos en el elevador. Debió haber sido un golpe a su orgullo y por eso decidió atacar también.

-Bueno, eso suena a algo que Roberto haría -Abril asintió, luego dijo—: ¿Ahora a dónde? ¿Quieres ir a mi casa y quedarte un par de días más?

-Sí.

No tenía ganas de ver a Roberto en ese momento. Mi celular sonó casi en cuanto había aceptado la propuesta de Abril. Era Santiago. Tomé la llamada.

—Hola, Santiago.

-Señorita Ferreiro, por favor, pídale a la señorita Rojas que la lleve de vuelta a la casa Lafuente. Si es un inconveniente para ella, yo puedo ir a recogerla.

-Ah.

Comencé a poner mala cara. Roberto ni siquiera me llamó él mismo aunque era él quien intentaba encerrarme en casa.

-Quiero pasar unos días en casa de Abril -le expliqué a Santiago.

—El señor Lafuente acaba de irse a una junta. Me pidió que le diera el mensaje. ¿Por qué no lo discute con él después de que vuelva a la casa Lafuente?

Estaba intentando decirme que él sólo hacía lo que Roberto le había ordenado. No podía darse el lujo de ofenderlo. Yo lo sabía. No iba a ponerlo en un aprieto. Colgué y le dije a Abril:

-Llévame de vuelta a la casa.

-¿Por qué le temes tanto?

—Prefiero no empeorar las cosas.

-Bueno, lo que tú digas -dijo ella y dio una vuelta cerrada.

Eso debió haber afectado a los conductores que venían detrás porque alguien asomó la cabeza fuera del auto y le gritó:

-Oye, ¿acaso crees que la calle entera es tu casa o algo? ¿Crees que puedes conducir como te dé la gana?

Abril tenía la mecha terriblemente corta y explotó de inmediato. Abrió la puerta, saltó del auto y se puso a discutir con la otra persona.

-No hay ninguna señal que diga que no puedo dar la vuelta aquí. Me fui por la calle equivocada, así que me di la vuelta. ¿Qué te importa? Puse la direccional. Tú eres quien no la vio.

El conductor se bajó de su auto, también enfurecido. Probablemente creyó que podría con una chica. Pero en cuanto se bajaron y se pararon frente a frente, él se dio cuenta de que ella le sacaba una cabeza de altura.

-Carajo, qué alta es -musitó para sí mismo.

El hombre se devolvió a su auto y se fue. Regodeándose en su victoria, Abril se metió felizmente de nuevo al auto y siguió conduciendo. No pude aguantarme.

-¿Podrías cambiar ese temperamento que tienes? -la reprendí-. Siempre te irritas muy fácilmente. ¿Y si el otro tipo hubiera sido un hombre grande y alto? ¿Qué hubieras hecho?

—Pelearme, por supuesto.

-Me preocupas -suspiré.

-Tú me preocupas a mí. Eres la única persona que deja que Roberto la trate como tonta.

—Tú fuiste quien no paró de intentar que él y yo estuviéramos juntos.

-Eso fue en ese entonces. Eran tiempos diferentes. Adonis volvió, ¿verdad? Lo que me dijo me conmovió mucho. Dijo que iba a casarse contigo. ¡Deberías hacerlo y ya, ahora!

Le lancé una mirada de disgusto.

—¿Segura que está bien?

Pareció aliviado.

—Sí, estoy bien —le repetí.

-Pero tiene roja la cara.

—¿Me corté? —le pregunté.

-No.

-Entonces estoy bien -sonreí-. No te preocupes. Fue un accidente.

Al instante, la tensión se disipó de su cuerpo.

—¿Le traigo un poco de agua?

-Bueno.

Lo seguí hasta un enorme árbol y me senté en una banca que estaba a la sombra. Tomó una botella del suelo, la desenroscó y me la dio.

—Está nueva. Nadie ha tomado.

Le sonreí. Luego tomé la botella, le agradecí con un gesto y comencé a beber. Estaba fría y refrescante.

-Me llamo Emanuel Lafuente. Lamento lo que pasó -dijo y me tendió la mano.

Dijo que su apellido era Lafuente. ¿Era parte de la familia? ¿Qué relación tenía con Roberto? Examiné sus rasgos.

Tenía un cierto parecido a Roberto. ¿Era su hermano menor? Había escuchado que Roberto no era el menor de la familia y que tenía otro hermano, pero eran sólo rumores. No había ido a nuestra boda. Miré a Emanuel, perdida en mis pensamientos e ignorando su rostro que se ruborizaba. Me tocó los dedos suavemente.

-Señora, me llamo Emanuel Lafuente.

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