-No -le repetí.
Podía imaginarme el terrible destino que me esperaba cuando se supiera nuestro crimen. Emanuel era el precioso bebé de la familia, su madre no podría reprenderlo. Sería yo la desafortunada. Tenía que despertarlo de ese sueño absurdo ahora mismo.
—Puedes quedártelo si quieres. Ve y pregúntale a tu madre. Yo no tengo nada que ver en esto.
-No aceptaría si se lo pregunto. Sólo podemos hacerlo a escondidas.
Entonces, él sabía cómo acabaría esto.
-No podemos hacer eso. Te lo doy. Puedes criar al cachorro tú solo. Yo me lavo las manos de esto -dije al tiempo que tomaba al cachorrito y se lo daba.
Abrazó al perrito con fuerza y con una mirada lastimera en el rostro.
-Pero no sé cuidar a un cachorro. Hay que cuidarlo juntos, Isabela. ¿Sí?
-No. Deja de poner esa cara triste y linda.
Me volteé y comencé a ignorarlo.
—¿Qué te parece esto? El próximo semestre voy a volver a la escuela. Me lo llevaré a Estados Unidos. No dejaré que nada se sepa mientras llega el momento de volver.
Eso era cierto. De repente, recordé que Emanuel aún estaba estudiando. No eran vacaciones. ¿Por qué no estaba en la escuela?
-¿Por qué no estás en la escuela ahora?
-Estoy enfermo. Me estoy tomando un descanso -dijo lastimosamente.
Al instante, mi corazón se ablandó.
-¿Qué clase de enfermedad? No tienes que decirme si no quieres.
-Tengo problemas del corazón -dijo y bajó la mirada, sus hermosos ojos se ocultaron detrás de su cabello.
Ahora que se veía así, no había forma de que pudiera endurecerme ante sus súplicas. Comenzó a implorarme de nuevo.
—Por favor, Isabela. Hay que cuidar al perrito juntos. Te prometo que no dejaré que nadie se entere. Podemos dejarlo una noche en tu cuarto y otra en el mío, ¿sí?
Era imposible rechazar una petición de un muchacho tan guapo.
—Lo prometiste. Tendremos que regalarlo si se mete en algún problema y nadie puede enterarse —balbuceé.
—Sí, entendido. —Comenzó a brincar alegremente mientras levantaba al perrito por los aires. -Ay, Isabela, tenemos que ir a comprar las cosas del cachorro. ¿Sabes conducir?
-Sí.
—Iré a mi cuarto por mi cartera. Espérame aquí.
Emanuel me puso al cachorro en los brazos y salió volando de mi habitación. De alguna manera, me había convencido de quedárnoslo. Y ahora iba a acompañarlo para comprar cosas para el perrito. ¿En qué me había metido? Volvió con una mochila. Metió al perro y dejó el cierre un poco abierto para evitar que el perro se sofocara adentro. Salimos en el auto.
El supermercado tenía de todo. Podías comprar lo que quisieras. Emanuel iba muy en serio en cuanto a comprar cosas para el perro. Caminaba por el pasillo donde había incontables marcas de champú para perro y no paraba de preguntarme: -¿Crees que deberíamos llevar el que ayuda a humectar su pelo o el que tiene propiedades antibacterianas?
-Cualquiera está bien.
—¿Y si llevamos los dos? Podemos usar uno una vez y el otro la siguiente.
Decide tú —le respondí distraída.
El cachorro asomaba la cabeza por la mochila y hacía toda clase de gestos adorables. En verdad Emanuel era el dueño perfecto para el perro. Los dos eran descarados en la forma en que explotaban su lindura.
Terminamos comprando un montón de cosas. Sólo de comida llevamos varias marcas y tipos. En ese momento, me preocupé.
-¿Dónde vamos a ponerlo todo?
-En mi cuarto -dijo, dándose una palmada en el pecho-. Lo esconderé en mi armario. Nadie lo toca cuando limpian mi cuarto.
-Mientras te hagas responsable si nos descubren.
-No te preocupes. No te delataré.
Llevamos un montón de cosas para perro a la residencia Lafuente. Luego, decidimos darle un baño al cachorro. Creí que su pelo era gris, pero al bañarlo, descubrimos que era blanco. Después de pasarle la secadora de pelo, parecía una bola de algodón, esponjoso y especialmente adorable.
Lo sostuve en mis brazos, reacia a dejarlo ir. Emanuel se cruzó de brazos y me sonrió.
-¿A todas las chicas les importa solamente la apariencia? ¿Te enamoraste después de darte cuenta de lo lindo que es?
No esperaba que Roberto volviera en mitad de la noche. Escuché su voz por la ventana. Estaba hablando con los sirvientes.
—Joven, volvió. Permítame cambiar las sábanas.
Roberto era muy quisquilloso, en particular sobre la limpieza. Tenían que cambiar sus sábanas cada pocos días.
—Hagan eso mañana. Esta noche dormiré en el cuarto de Isabela.
—Ah, sí, joven.
Me senté en la cama al instante. ¿A qué se refería? ¿Iba a dormir en mi habitación? ¿Qué pasaría con Bombón? Miré al cachorro. Estaba tumbado junto a mí, profundamente dormido. Lo recogí apresurada y salí corriendo descalza de mi habitación.
El cuarto de Emanuel estaba en el mismo piso. Abrí la puerta de un empujón y le eché a Bombón en los brazos.
-Roberto volvió.
Me miró somnoliento, como si aún no se hubiera despertado. No me quedé a esperar su respuesta. Me di la vuelta y volví deprisa a mi cuarto. Eso estuvo cerca. Este fue el primer día que tuvimos a Bombón y ya había resultado ser uno emocionante. ¿Cómo iba a soportar mi corazón los días que faltaban?
¿Estaba pasando algo malo en la mente de Roberto? ¿Por qué decidió pasar la noche en mi cuarto?
Estaba recargada en la puerta intentando recuperar el aliento cuando él abrió la puerta de un empujón, lo que me hizo tambalear unos pasos hacia atrás. Olía a alcohol. Me miró con el ceño fruncido.
-¿Qué haces aquí?
—Este es mi cuarto. ¿Dónde más debería estar?
-¿Siempre duermes recargada en la puerta?
Seguro que no me había visto correr desde el cuarto de Emanuel. Qué suerte tuve.
-Soy sonámbula -mentí descaradamente.
Fue obvio que no me creyó. Sin embargo, no le prestó atención a mi mentira. Comenzó a desvestirse y lanzó su abrigo a un lado.
-Ve a mi cuarto por mi pijama. Voy a darme un baño.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un extraño en mi cama