Un extraño en mi cama romance Capítulo 52

—¿Por qué? —pregunté, perdida.

-¿Cómo que «por qué»? ¿Por qué quiero mi pijama?

Se volvió hacia mí con una mirada impaciente en el rostro. Algunas personas simplemente son diferentes. Había pasado todo el día con Emanuel y sin sentir nada de estrés, pero unos pocos minutos con Roberto me hicieron sentir que me apretaba el pecho.

—No, eso no. No entiendo por qué vas a dormir en mi cuarto.

—¿Somos primos o qué?

Su rostro se volvió una sonrisa amplia y maliciosa.

-Claro que no.

-Eres mi esposa. ¿Por qué no puedo dormir aquí? -Antes de entrar al baño, dijo—: Quiero la de color azul.

Roberto era una criatura insoportable. No importaba cuán guapo fuera, era insufrible. Lo maldije en secreto pero de todos modos fui por su pijama. Toqué la puerta del baño.

-Ya la traje. ¿Dónde la pongo?

—Pues aquí adentro. ¿Esperas que salga desnudo?

No tuve opción más que abrir la puerta y meterme al baño. Entrecerré los ojos y evité mirar a cualquier lado que no fuera al frente. Coloqué su pijama en el perchero.

—De ahí la alcanzas si estiras el brazo.

Ya había tenido la mala fortuna de que me jalara a la ducha. La experiencia me dejó preparada para salir huyendo del baño tan rápido como pudiera. Antes de que pasara, él abrió la puerta corrediza. Casi grité, pero esta vez no me jaló.

—¿Por qué este champú huele tan raro?

Un olor intenso y abrumador salió de la ducha. Me asomé brevemente. Estaba cubierto de espuma. Se veía

graciosísimo.

-Usaste demasiado -le dije, luego me di vuelta.

—Sólo usé un poco.

-¿Qué usaste? Déjame ver.

Me tocó la cintura con una botella. Estiré la mano hacia atrás y la tomé sin volverme. Era champú de perro. Con razón el aroma me era conocido. Justo esta tarde le habíamos dado un baño a Bombón.

-Eh, quizás no estás acostumbrado al champú de mujer y ya.

Quise esconderla, pero Roberto se dio cuenta de que le ocultaba algo y me arrebató la botella. Parecía que se había descubierto el secreto. Me escabullí fuera del baño y preparé mis excusas. No pasó mucho tiempo para que Roberto saliera. Se había enjuagado la espuma del cuerpo. Olía a perro. Intenté no reírme. Bajé la mirada pero mi cuerpo seguía temblando a causa de mis esfuerzos por no reírme a carcajadas. Él tenía la botella de champú de perro en la mano. Casi me clavó la botella en el rostro por la ira.

—¿Qué es esto?

—Champú -respondí honestamente.

-¿Crees que no sé leer?

-Es champú para perro -dije, todavía intentando contener la risa.

-¿Por qué tienes champú para perro en el baño?

-Me equivoqué al comprarlo —respondí, luego miré su cabello empapado-. No esperaba que vinieras a mi cuarto a bañarte.

—¿Compraste el champú incorrecto? Los productos para mascotas están juntos en un lugar específico. ¿Cómo pudiste equivocarte?

-No importa. No estaba intentando hacerte quedar en ridículo. Además, no pasa nada si lo usas, te ves más limpio y hueles muy bien.

Estaba enfurecido. Creí que iba a vaciarme la botella entera en la cabeza.

—Huelo a perro.

—Eso es lo que crees. El champú huele muy bien.

-Ayúdame a lavarme. De repente, me tomó de la muñeca y me arrastró al baño.

Lo sabía. No había forma de salir de esta. Todo era culpa de Emanuel. Él fue quien insistió que nos quedáramos a Bombón. Él era la razón de que yo tuviera que ayudar a Roberto a bañarse el primer día que cuidábamos al perro. Cerré los ojos mientras orientaba la ducha en su dirección. Él me tomó la mano.

-¿Me estás regando como a una planta?

Nunca estaba satisfecho. No es como si los humanos no pudiéramos usar champú de perro. No iba a morirse.

-Perdón -le dije.

Sabía que yo había hecho mal esta vez, así que no tenía de otra más que portarme lo mejor. Me eché loción para la ducha en la palma de la mano y se la froté en el cuerpo. Cuando sentí el calor que emanaba de su cuerpo -mucho más caliente que el agua- supe que estaba en graves problemas.

De repente, él se inclinó hacia mí. Su voz era ronca y seductora.

-¿Por qué hueles a perro?

—Es el champú.

Lo empujé.

—No. Huele a perro de verdad. Él tenía olfato de sabueso.

-¿No te gustan los perros?

—Los detesto —dijo mientras me miraba a los ojos sin parpadear-. Cuando era niño, uno me mordió. Por eso los odio. A los perros y —agregó sombríamente- a ti.

Empecé a echar humo.

—¿Por qué me haces esto si me odias tanto?

—Hago esto porque te odio.

Sonaba tan seguro e irracional.

-Está bien. Ya tienes lo que querías. ¿Puedes regresar a tu habitación?

-Voy a dormir en tu cuarto esta noche. Llevas ya un tiempo viviendo aquí —dijo con una sonrisa retorcida—. Todos se enteraron sobre el escándalo de tu nacimiento. Mis cuñadas deben estar haciéndote la vida difícil. Te estoy echando una mano.

¿Entonces debería agradecerle? Lo miré.

—¿Cómo te enteraste?

Se encogió de hombros.

-Conozco a todos en esta familia. También a Emanuel.

El hecho de que lo mencionara de repente me tomó por sorpresa.

-¿Qué?

-Aléjate de mi hermano menor.

La vaga sonrisa que tenía se desvaneció. Quizás no hubiera sido una muy amigable, pero prefería eso que su rostro ahora inexpresivo.

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