Un extraño en mi cama romance Capítulo 53

Apostaría que Roberto tenía espías en la residencia Lafuente. ¿De qué otra forma sabía todo lo que yo hacía? Incluso sabía que Emanuel había pasado todo el día en mi cuarto. Pasar la noche conmigo era su manera de advertirme.

Había tenido sexo conmigo para dejarme claro físicamente que yo le pertenecía en cuerpo y alma. Roberto tenía la habilidad de aplastar mi espíritu y mi autoconciencia. Cuando teníamos un concurso de miradas, yo perdía la pelea en menos de un minuto. Aparté la vista.

—Emanuel fue quien vino corriendo a mi cuarto.

-Tengo curiosidad. ¿Qué clase de conversación podrían tener ustedes dos que les tomó todo el día?

—En realidad, no hablamos sobre nada.

-Isabela, no estoy teniendo esta conversación contigo porque me importes. Es porque me preocupa que pases tanto tiempo con mi hermano. Aún es un niño. Aléjate de él si sabes lo que te conviene.

No me sentí bien al escuchar esas palabras salir de su boca y no pude evitar contestarle:

-No soy una zorra. Además, yo sé que es tu hermano.

-¿No eres una zorra? Todavía sientes algo por ese amorcito tuyo de la infancia —dijo él con las cejas arqueadas.

¿Cómo viró la conversación a Andrés? No me llamó hoy. No había vuelto a contactarme desde que nos vimos ayer. Tenía la sensación de que tenía algo que ver con las payasadas de Roberto.

Me sentí derrotada. La sola existencia de Roberto me había llevado a sentirme así incontables ocasiones. Decidí ceder.

-Roberto, te prometo que de ahora en adelante no dormiré a menos de veinte metros a la redonda de tu hermano. ¿Ya estás contento?

Se echó a reír, una risa sosa.

-Espero que puedas hacerlo.

Me recargué en la cabecera y me dejé deslizar. Antes de que mi cabeza pudiera tocar la almohada, me tomó por la cintura y me jaló hacia él. Yo era como un camarón, encorvada por completo mientras él me abrazaba por detrás. Era una posición extremadamente cómoda para dormir, si no fuera por el hecho de que quien me abrazaba era Roberto.

En teoría, se supone que él era la causa de mis pesadillas. Me había arrebatado mi primera vez y ahora me tenía a su entera disposición. Y peor aún, no podía rechazarlo. Pasó toda la noche en mi cuarto. Todavía estaba cuando me desperté a la mañana siguiente. Se quedó parado al lado de la cama como un poste de luz.

-Acomódame la corbata -dijo con brusquedad.

Me levanté y lo ayudé con la corbata mientras mi cabello seguía hecho una maraña. No dejaba de mirarme mientras lo hacía. Podía sentir el calor de su mirada como láseres que me quemaban la cabeza.

-Isabela.

-¿Mmm? -Me temblaron las manos y casi lo ahorqué-. ¿Qué? ¿Lo estoy haciendo mal?

-¿De verdad no piensas hacer otra prueba de ADN?

Me sorprendió un poco la súbita pregunta. ¿Se preocupaba por mí? No era posible. Bajé la mirada y murmuré:

—Eso no importa.

-Tienes miedo de enfrentar la verdad, ¿o me equivoco?

Tienes miedo de no ser la verdadera hija de tu padre y de que te echemos de la familia Lafuente.

—Puedes echarme en este mismo momento. Adelante —dije con honestidad.

De repente, me agarró la barbilla.

-Puedo ahorcarte hasta morir ahora mismo.

-Eso es ilegal.

-Quizás no si soy yo quien lo hace -dijo con una sonrisa petulante—. Tengo mis recursos para evadir la ley.

—Claro —respondí.

Hablar sobre las pruebas de ADN me desanimó.

Entonces, mi teléfono sonó sobre la mesita de noche. Bajé la mirada. Era Andrés. Quise tomar la llamada en ese instante pero Roberto se me adelantó. Se puso el teléfono al oído y contestó:

—Hace rato Roberto sólo estaba hablando por hablar.

Deberías ignorarlo.

-No puedo evitarlo, Isabela. Quizás hemos estado lejos demasiado tiempo. Siento que las cosas entre nosotros ya no son tan simples como antes.

Tenía razón. ¿Cómo podrían seguir siendo simples? Me había casado con Roberto. Ni siquiera podía recordar cuántas veces había tenido sexo con él. ¿Cómo podrían nuestros sentimientos permanecer sencillos y puros? Me quedé callada un largo rato. Al final, colgué.

Busqué una cajita en mi cajón. Estaba llena de los blancos cabellos de mi padre. Sólo tendría que tomar un mechón de mi cabello y podríamos hacer la prueba. Había estado arrastrando los pies todo este tiempo. Abril intentó persuadirme para hacerlo. Andrés también. Incluso Roberto había dicho lo mismo. Todos sabían que sólo tenía una forma de lidiar con los problemas: retraerme en mi caparazón como una tortuga. Sin embargo, no era una tortuga. Mi caparazón no era tan resistente.

Busqué una bolsa de plástico y puse mi cabello y el de mi padre adentro. Luego, me la llevé al salir de mi cuarto. Me encontré a Emanuel en el pasillo.

-Isabela, ven a ver a Bombón. Comió mucho esta mañana y también hizo mucha popó.

Me mantuve a distancia de él.

—Hay algo que necesito hacer. Cuida a Bombón mientras tanto.

Le había prometido a Roberto que me mantendría lejos de su hermano. Me miró de la misma manera en que miraría a una prostituta, como si yo estuviera feliz de seducir a cualquier hombre que se me atravesara. No había nada más que decir, excepto que no me conocía en absoluto.

Salí en auto de la residencia Lafuente y le llamé a Abril mientras conducía.

-Decidí hacerme la prueba de ADN. Ahora mismo voy al laboratorio.

-Espérame, Isabela. Mi papá conoce al encargado. Puedo ayudarte a acelerar las cosas. Podrás tener los resultados

en dos horas.

¿Tan rápido? Casi no podía creerlo.

-Está bien -le dije—, te esperaré en el laboratorio.

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