Cargó a Bombón en sus brazos. Un hombre joven de más de un metro ochenta de altura con una bola blanca de pelos acurrucada en sus brazos. No se veía nada fuera de lugar. Todo parecía vérsele bien.
—¿Por qué? ¿No acordamos ayer que lo cuidaríamos juntos?
—Cambié de opinión.
—¿Cómo puedes cambiar de opinión así sin más? Ustedes las mujeres son todas ¡guales. -Me hizo una mueca-. Cambian de opinión así de fácil. Ya me había imaginado un futuro con Bombón. ¿Cómo puedes simplemente decidir enviarlo lejos y ya?
-Quédatelo, entonces. Yo ya no tengo nada que ver en esto.
Salí de su cuarto. Hoy no andaba con suerte. Me topé con mi cuñada mayor. Estaba vestida extravagantemente y era seguro iba de compras o a jugar mahjong. Hizo un alto
cuando me vio.
—Isabela —me llamó con su voz chillona.
Estaba de mal humor, así que sólo le hice un desagradable gesto con la cabeza.
—Isabela. —Levantó la voz al ver que la ignoraba—. ¿Qué hacías en el cuarto de Emanuel?
—Estábamos platicando.
—¿Qué tendrías que decirle?
-¿Qué tiene de malo tener una conversación normal con él?
Mis pensamientos estaban revueltos. Como resultado, mis palabras sonaron frías y duras. Nunca le había hablado a mi cuñada así. Ella no estaba acostumbrada al tono. Me miró con los ojos como platos.
—¿Te volviste loca, Isabela? ¿Así es como deberías estar hablándome?
-Cuñada, voy a volver a mi habitación ahora.
-Dótente ahí -dijo mientras me jalaba de la manga-. Eres la cuñada de Emanuel. ¿Por qué andas en su cuarto en plena luz del día? ¿Acaso no tienes vergüenza? ¿Te preocupa que Roberto vaya a echarte a causa de tu familia? ¿Por eso intentas seducir a tu cuñado?
—Cuñada —le dije. No tenía intenciones de comenzar una discusión con ella, sospechaba que tenía un tornillo suelto—, ¿Por qué siempre intentas hacerme las cosas difíciles?
—¿No te parece que no mereces ser parte de la familia Lafuente?
Me solté de un tirón, me di la vuelta y volví a mi cuarto. Ella se tiró al piso y comenzó a aullar:
—¡Isabela, me empujaste! ¡Me empujaste!
No podía creerlo. Mi cuñada era una señora propia de una buena familia. ¿Por qué se comportaba como una loca?
La miré enmudecida.
—No te toqué.
La madre de Roberto bajó por las escaleras en ese momento. Pasó por nuestro piso y la vio tendida en el suelo. Sobresaltada, se acercó.
—¿Qué está pasando?
-Mamá. -Mi cuñada se acomodó los dobladillos y dijo-. Isabela me empujó.
-¿Qué está pasando? -Mi suegra frunció el ceño y se volvió hacia mí—. Explícate, Isabela.
-Ella se me acercó y me agarró cuando venía caminando por el pasillo. Luego se tiró al suelo.
-¿Por qué no le dices a mamá en dónde estabas? Mamá, estaba en el cuarto de Emanuel. ¿Alguna vez me has visto entrar al cuarto de Roberto o de alguno de mis cuñados?
Me sumergí. Se sentía como si me hundiera en una tina sobre una ardiente fogata. Sentí que me estaba cocinando. Sin embargo, se sentía muy cómodo. Cada pizca de infelicidad se me filtraba por los poros junto con el sudor.
Me había visto obligada a enfrentar muchas verdades el día de hoy. Verdades del tipo que no tenía de otra más que aceptar. Aunque me había preparado mentalmente, eran un poco incómodas. Quería desesperadamente ser la hija verdadera de mi padre. Mi vida sería mucho más sencilla. Pero no lo era. Ni siquiera sabía quién era mi padre biológico.
Me quedé en la tina por un rato tan largo que casi me quedé dormida. De hecho, sí lo hice. Soñé que iba a pasear en bote con mi padre y mi madre. Estábamos en un bote pequeño, como esas diminutas góndolas de Venecia con puntas enroscadas. Mi madre y yo nos sentamos en medio mientras mi padre remaba.
Mi madre estaba cantando. Era una cantante excelente. Su voz resonaba con claridad a través de la superficie tranquila y lisa del lago. Estaba cómodamente recostada en su regazo y miraba el claro cielo azul. Parecía una vida tan tranquila.
De repente, el bote chocó con una roca y no soportó el peso de tanta gente. Caí al agua. Desesperada y con miedo, saqué mi mano y la estiré. Vi las miradas temerosas de mis padres a través del agua clara. Ellos gritaban mi nombre. Yo jadeaba. Fue tan repentino que tragué agua por los pulmones. El lago sabía dulce, como agua de rosas. Me tragué bocanadas de agua. Se sentía terrible. El agua me llenó los pulmones. Mi pecho se hinchó del tamaño de una enorme burbuja de agua.
—Isabela, Isabela...
Oía que mucha gente me llamaba. Las voces se acercaban y se alejaban de nuevo, incesantemente. Sonaban tan reales y, sin embargo, como un sueño. Mi cuerpo se sentía pesado. Me hundí al fondo del lago. Un pensamiento me llegó de golpe: ¿Y si me ahogaba en ese momento? Ahogarme de verdad y nunca despertar. ¿Sería algo bueno?
Alguien me presionaba el pecho con fuerza. Abrí la boca y vomité. De mi cuerpo salió agua con olor a rosas. Me sentí cambiada, como si me hubiera transformado en una rosa radiante que brillaba de color sangre.
Entonces, desperté. Abrí los ojos y vi a todos los que me rodeaban.
Estaba el ama de casa. Estaba la señora Rosa, quien se encargaba de mis necesidades diarias, y estaba la señora Salma, que hacía las mejores salsas. También estaba el doctor Cuevas, el médico familiar. Y estaba Emanuel, se veía tan hermoso con su rostro fresco y juvenil sobre mí.
Ah, entonces, aún seguía viva.
—¡Isabela, estás despierta!
-Señora, casi se ahoga. Ya sacamos la mayor parte del agua de sus pulmones. Como medida preventiva, debería ir al hospital para una revisión.
Entonces, no me había hundido al fondo del lago. Sino al fondo de la tina.
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