No pude volverme a dormir después de tomar el agua. Roberto volvió al sillón y siguió mirando su laptop. Sabía que estaba trabajando. Era un hombre ocupado. Cada segundo de su tiempo valía millones y por eso trabajaba mucho. Todos en la compañía le temían. Incluso sus dos hermanos mayores tenían que adaptarse a su temperamento.
Desde donde yo estaba, pude verlo bien. La gente decía que un hombre trabajando se veía mejor. En el caso de Roberto, no importaba: se veía bien a la hora que fuera.
No lograba dormirme, así que pensé en hablar con alguien. Quien fuera. Podría entablar una conversación con un fantasma si tenía que hacerlo.
—Roberto —lo llamé.
Él no levantó la mirada. Ni siquiera parpadeó.
—Roberto —grité de nuevo—, ¿podemos hablar?
—No —me respondió de manera breve y cortante.
Lo sabía. Aunque no me importaba. De todos modos, él sólo estaba ahí sentado. Así que comencé a hablar. Que me callara, no me importaba.
-Roberto, seguro que le estoy dando muchos problemas a tu familia, con lo de que mi madrastra me va a llevar a juicio y que no soy pariente biológica de mi padre. Creo que deberíamos terminar nuestro matrimonio antes de la fecha del contrato. De cualquier forma, no importa si el divorcio sucede ahora o en seis meses.
Por fin le saqué una reacción a Roberto. Levantó la vista de su laptop y me miró.
—¿Quieres seguir adelante con el divorcio ahora? ¿No sabes que afectará la demanda? ¿Estás mal de la cabeza?
Escucharlo regañarme fue como recibir una fuerte cachetada. Me quedé aturdida y muda después de eso. Había escuchado que durante las juntas generales de la compañía Roberto llevaba al llanto a sus accionistas y a otros ejecutivos administrativos con sus azotes verbales.
Hombres que eran décadas mayores que él. Por lo regular, también hacía llorar a sus secretarios y asistentes personales. La excepción era Santiago. Sabía sobre su relación, así que podía entender por qué era más compasivo con él.
Sin embargo, yo me había vuelto inmune a esos arrebatos. Quizás a causa de lo que había vivido desde niña: bajo el mismo techo con Laura y con mi madrastra, víctima de sus palabras afiladas como navajas que goteaban desprecio y sarcasmo. Me había acostumbrado a que se dirigieran a mí así.
-No importa. No me importa ganar la demanda. No soy hija de mi padre, ¿cómo podría quedarme parte de su herencia?
-¿De verdad no te importa nada o sólo eres muy buena para fingir?
Me volteó los ojos con incredulidad. Lo que él pensara de mí no me importaba, ni me preocupaba la opinión que tuviera de mí.
-Sólo supon que estoy fingiendo.
Roberto se levantó de repente y se acercó. Me encogí en la cama, temerosa de que fuera a desatar sus deseos demoníacos, sacarme de la cama a rastras y darle una buena paliza.
—¿Sabes cuánto vale el 30% de las acciones de la Organización Ferreiro?
Metió las manos en los bolsillos y me miró desde arriba. Pensé un rato antes de responderle.
—Mucho dinero.
Su ligera sonrisa goteaba desprecio.
—¿Qué te parece esto? Yo te ayudo a ganar la demanda y tú me das el 15% de tus acciones.
Calculador hasta la médula, era un verdadero hombre de negocios. Un demonio que devoraba hombres por completo hasta los huesos. Había usado el incidente con Abril para sacarme el 10% de mis acciones y ahora pedía
el 15%.
-Esas acciones le pertenecen a la familia Ferreiro. ¿Qué tienen que ver contigo?
Entonces me soltó. Mi rostro ya estaba entumecido. Me sobé las mejillas. Debían estar rojas. Roberto se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
-Ya que tienes la energía para pedir un divorcio, ya no deberías matarte por lo pronto.
-Roberto, me aseguraré de alejarme si decido suicidarme. ¿Por qué no piensas lo que te acabo de decir?
Azotó la puerta al salir. El ruido fue un fuerte trueno en la noche silenciosa. Me volví a recostar en la cama y miré el techo. Las lámparas de las paredes estaban encapsuladas como en una concha. La luz atravesaba hacia el exterior, refractándose y luego esparciéndose por el techo. En un momento, parecían almejas; al otro, puentes arqueados. Era una vista hipnotizante. Contemplé las figuras en el techo y poco a poco me quedé dormida.
Al despertar la mañana siguiente, vi a la madre de Roberto sentada en mi cama. Me sacó un susto. Apurada, intenté sentarme pero ella me detuvo del hombro.
-Isabela —dijo con gentileza—. Recuéstate y no te levantes. Todavía tienes la intravenosa.
La había tenido toda la noche. Habían puesto una bolsa nueva cuando la primera se acabó.
-Mamá -dije débilmente.
Roberto había creído que quise matarme y se pasó la mitad de la noche vigilándome a causa de lo que ocurrió ayer. Su madre y el resto de la familia debían pensar que era un tipo de mal augurio. ¿Quién sabe cuán furiosos estarían ahora? Llena de ansiedad, intenté explicarle:
-Te causé tantos problemas ayer. No fue intencional...
Ella negó con la cabeza y me dio unas palmadas en el hombro.
-Fue un accidente. Nadie quería que pasara. Sé que has estado muy estresada últimamente. Muchas cosas han sucedido. Tu padre murió y tu madre quiere llevarte a un tribunal. Y ahora hay rumores...
—No son rumores —le dije. Decidí ser sincera con ella—. Son verdad. Los resultados del ADN que mi madrastra obtuvo son acertados. Lo sé porque yo misma fui a hacer la prueba.
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