Mi suegra bajó la mirada. Me ayudó a alisar las arrugas de mi pijama. No se veía disgustada en lo absoluto.
—Algunos periodistas simplemente son tan vulgares; escupen tonterías sobre niños cuyos padres son desconocidos.
La madre de Roberto era una mujer germina, una auténtica dama de sangre azul. No mencionó nada sobre los bastardos. Había una leve furia en su voz.
-Todos tenemos padres que nos dieron la vida y nos criaron con esmero. No hay necesidad de imprimir palabras tan feas. Qué poco profesional.
No había leído las noticias del día, así que no tenía ¡dea de lo que se había imprimido.
-No te preocupes por la demanda. Roberto te ayudará. Tiene un equipo de abogados muy capaces.
—El abogado de mi papá me recomendó algo —dije—. Pero en realidad no me importa si gano la demanda.
No importaba lo que Roberto dijera de mí. Este era mi verdadero sentir.
-Isabela, no creas ni por un segundo que respetas los deseos de tu padre al rendirte sin más. Sólo voy a preguntarte una cosa: ¿tu padre sabía que no eres su hija biológica?
-Mi madrina dijo que sí, que lo supo todo el tiempo.
-Entonces, está resuelto. Él te asignó una enorme parte de su herencia aunque lo supo desde siempre. Esa es la razón por la que deberías pelear por lo que es tuyo y respetar los deseos de tu padre. -Se levantó de su asiento y me miró con calidez y amabilidad-. No te preocupes. No importa lo que digan las malas lenguas de esta casa. No valen ni un centavo. Sin embargo, no puedo hacer que todos se callen. Cuando vives en este mundo, no puedes sino cargar el peso de estar viva. Todo se resume a una cosa: si eres capaz de sobrevivir el calvario.
Esta era la primera vez que tenía una conversación tan larga con la madre de Roberto desde que me casé. No habría sentido nada si sólo hubiera hecho la típica visita de cortesía, pero había hablado desde el corazón y sus palabras me llenaron los ojos de lágrimas. Me di cuenta de que me había vuelto más propensa al llanto estos días.
Abril vino a visitarme. Yo estaba sentada en la cama comiendo el arroz con abulón que la señora Rosa me había preparado. Estaba recién cocinado y suave. Abril trajo una enorme bolsa de bocadillos. Se sentó junto a mi cama. Estaba a punto de preguntarle si quería un poco de arroz para pedirle a la señora Rosa que le trajera, cuando me golpeó sin previo aviso. Me dolió tanto que los ojos se me llenaron de lágrimas.
-¿Eso por qué fue?
Me sobé el brazo donde me había pegado.
—Sabía que nada más estabas haciéndote la valiente ayer. Dijiste que no necesitabas que te acompañara cuando te pregunté. ¡Y mira lo que hiciste!
-¿Qué fue lo que hice?
Estaba un tanto perdida. Confundida, dejé de masticar y me quedé con un enorme trozo de abulón en la boca.
-¿Cómo ibas a responderle a tu papá si te hubieras muerto? ¿Crees que habías hecho lo correcto por mí y por mi mamá?
Me volvió a pegar. Era una muchacha alta y tenía manos grandes. Casi me mataba con los golpes.
-¿Qué hice?
Protegí mi tazón con el cuerpo mientras esquivaba sus ataques.
-No hay nada en este mundo que no se pueda superar. Mi mamá casi se desmayó cuando escuchó de tu intento de suicidio. Se aferró a mí y lloró una buena parte del día.
-No intenté suicidarme. Me quedé dormida en la bañera —dije mientras ponía el tazón en la mesa.
-Isabela, deja de mentir —me advirtió Abril y me fulminó con la mirada.
-¿Quién te dijo esto?
—Roberto.
-¿Roberto?
-Sí, me llamó y me dijo que te vigilara los próximos días cuando saliéramos. Dijo que estabas teniendo deseos suicidas inconscientes.
—Eso es pura...
No logré decir «mierda» porque la señora Rosa acababa de entrar a mi cuarto. Llevaba una bandeja en las manos. Le trajo té a Abril.
-No le hagas caso. ¿Por qué me mataría? -susurré.
La señora Rosa colocó la bandeja en la mesita.
-Señorita Rojas, acabamos de hacer galletas de almendra. Pruébelas.
-Las probaré más tarde, señora Rosa. Ahora mismo tengo que lidiar con esta señorita.
—Entonces, no las interrumpo.
La señora Rosa sonrió y se fue. Abril se metió un puñado de galletas a la boca mientras me lanzaba una mirada fulminante. Desde donde yo estaba sentada, uno de sus ojos se veía más grande que el otro.
—Entonces, ¿de verdad no planeabas suicidarte?
—No, de verdad.
-¿Cómo lograste ahogarte en la bañera?
-Abril, ¿puedes irte a tu casa? Te estás llevando todo el aire del cuarto.
-No tienes corazón. Mi mamá lloró toda la mañana y luego me hizo traerte sopa. Y aquí estás tratándome con frialdad. Voy a decírtelo en la cara y ya: no me importa lo que tu subconsciente piense, no te perdonaré si vuelves a hacer algo así.
-Estaré muerta si algo así pasa otra vez. Aunque no me perdones, no me voy a enterar.
Abril me puso un termo en la cara.
—¡Tómatelo!
-¿Qué sopa es?
Me ayudó a abrir la tapa y un indescriptible olor salió del termo.
—Parece sopa de huesos de res y berro.
La madre de Abril era una belleza que tenía talento para todas las formas de arte, desde la música y el ajedrez hasta la caligrafía y la pintura. Por eso el padre de Abril estaba tan locamente enamorado de ella. No obstante, incluso la más perfecta belleza tenía sus fallas. En cuanto a la madre de Abril, eran sus habilidades culinarias.
Cuando era niña, había tenido el privilegio de probar los resultados de sus intentos de cocina. Había hecho una especie de arroz que tenía un sabor extremadamente increíble. Aún pude saborearlo cuando me relamí los labios. Sopa de huesos de res y berro. Sólo a la madre de Abril podría habérsele ocurrido algo así.
-¿Hay alguna razón de que se inventara un platillo como este?
—Mi mamá dijo que berro y hueso de res sonaban bien juntos.
-Bueno.
Miré a Abril mientras servía el líquido de color extraño de los termos. El estómago comenzó a rugirme.
-¿Puedo no tomar eso?
-Al principio, hubiera aceptado. Pero luego recordé que intentaste matarte y dejarme sola. Así que ahora tendrás que tomártelo todo.
Llenó un tazón y me lo acercó a la boca.
-¡Bebe!
Dejé de respirar. Temía que si lo hacía respiraría el olor de la sopa.
-Ojalá pudiera volver en el tiempo y regresar a ayer que me estaba ahogando. Debí haberme dejado morir.
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