Abril era una persona de buen corazón. Puede que me hubiera levantado la voz, pero no me obligó a beber la sopa. Me arrebató el tazón justo cuando estaba a punto de darle un sorbo.
—Bueno, bueno. No soy tan cruel. No haré que te tomes la sopa que hizo mi mamá. La tiraré al rato.
-¡No deberíamos hacer eso!
—Bueno, entonces tómatela.
—Está bien, hay que tirarla.
Me volteó los ojos y fue a deshacerse de la sopa. Al volver, se veía lista para darme un sermón largo y tendido.
Entonces, escuché que afuera algo golpeaba el suelo varias veces. Abril aguzó el oído.
—¿Qué es eso?
-Debe ser Emanuel jugando básquetbol.
—¿Basquetbol?
De inmediato se animó. Corrió a la ventana y miró hacia afuera. Se veía muy emocionada, lista para saltar por las ventana.
-Ay, basquetbol. ¿Ese es el hermano menor de Roberto? No está mal. ¡Isa, Isa, vamos a jugar!
—¿Cómo se supone que juegue así? Además, no...
Antes de que terminara de hablar, Abril se había echado a volar.
-Iré a retarlo.
—Abril...
Cuando se trataba de básquetbol, ella mostraba un entusiasmo ordinario. Sin embargo, estaba bien. Por lo menos dejaría de molestarme. Me tocaba disfrutar algo de paz y tranquilidad. Pronto escuché su voz afuera.
-Hay que jugar un partido. A ver quién encesta más.
Apuesto diez helados en cono. El perdedor tiene que comérselos todos.
Ese era el estilo de Abril. Había sido así desde que estaba en la universidad. Eso era porque su familia era rica. Otras personas habrían apostado una comida, un helado o un refresco gratis y el perdedor tenía que pagar; pero, al ser rica y generosa con su dinero, Abril pagaba la comida y hacía que el perdedor se comiera todo. Una vez, los equipos que habían jugado a menudo con ella habían tenido diarrea por tanto comer. Después de eso, pasó mucho antes de que alguien se atreviera a jugar con ella.
La señora Rosa vino a llevarse los trastes. Sonrió y me dijo:
—La señorita Rojas es una chica alegre. Acaba de conocer al joven y ya están jugando basquetbol juntos.
—Así es —dije—. Así de relajada es.
—Eso es bueno, ser relajada. La señorita Rojas tiene una buena personalidad. Señora, usted también es joven y bonita. Debería intentar alegrarse y ser feliz como ella.
Miré perpleja a la señora Rosa. Debió creer que había estado fuera de lugar porque dijo apresuradamente:
—Perdóneme, señora. Hablé de más.
—No es verdad, señora Rosa. ¿No me veo feliz?
—Eh, usted sonríe mucho. Le sonríe a todos y siempre lo hace cuando nos ve, pero los demás no creen que esa sonrisa venga del corazón.
Así que incluso la señora Rosa podía darse cuenta de que mis sonrisas no eran verdaderas. ¿De verdad era infeliz? No tenía idea. Con razón Roberto dijo ayer que estaba montando una escena. Me cubrí la cara con una sonrisa.
-Me siento bien. No siento que sea particularmente infeliz.
-Pero yo siento que usted es infeliz.
La felicidad se sentía como algo imposible estos días. Quizás tenían razón. Mi felicidad se había partido a la mitad cuando mi madre murió. Luego, cuando Andrés se fue del país, se volvió a partir. Después de eso, mi padre me había llevado a la residencia Ferreiro. Me había sentido feliz cuando él estaba en casa, pero la mayor parte del tiempo no estaba. El único momento en que sonreía genuinamente era con Abril.
La señora Rosa se preocupó de que me tomara a mal sus palabras y seguía disculpándose:
-No estaba pensando cuando dije esas cosas, señora. No se lo tome a pecho.
Negué con la cabeza.
-Está bien, señora Rosa. Puede decirme lo que sea.
Yo era accesible, quizás demasiado. En la familia Lafuente, sólo ella me trataba con tanta cortesía.
Había pasado demasiado tiempo en cama. Salí deprisa a la terraza para ver el partido entre Abril y Emanuel. Él solía jugar solo. Era raro que encontrara un compañero.
Parecían disfrutarlo. Me recargué sobre el pasamanos, con las palmas en las mejillas, mientras los veía jugar.
Había visto a Abril jugar basquetbol durante los cuatro años de la universidad, pero de todos modos sabía poco sobre el deporte. Sólo sabía que meter el balón en el aro contaba como victoria. Sin embargo, no tenía ¡dea de cómo funcionaba el sistema de puntuación.
Emanuel me vio al echar un salto y dijo en voz alta:
Muchas cosas habían pasado en ese tiempo. Casi me había olvidado de la visita. Por lo general, los novios de Abril no sobrevivían las primeras cuarenta y ocho horas de su relación.
-No nos hemos visto desde entonces, así que sí, todavía es mi novio. Además, esta vez voy en serio. ¿Quieres venir?
-No, gracias -dije sin interés.
-Está bien. Ah, por cierto, se me olvidó decirte. Adonis quiere verte a las tres para hablar sobre la demanda.
—¿No te pedí que hablaras con él por mí?
-¡Voy a salir con mi novio! -dijo mientras tomaba los termos—. Le diré a mi mamá que sí te los tomaste.
-Abril. -Le di un jalón a su manga-. Puedes ver a tu novio cuando quieras. Ayúdame a hablar con Andrés.
-¿A qué le temes tanto, Isabela? -Abril frunció el ceño y me miró-. ¿Qué te da miedo?
-No es conveniente que lo haga, por mi situación actual...
-¿Cuál es el inconveniente? Sólo tendrán una plática normal. Nadie te está obligando a que cometas adulterio ni nada -espetó.
Sus palabras sonaron irritantes. Corrió hacia la puerta mientras se despedía con la mano.
-Es a las tres de la tarde en el Café La Floresta, en la calle Amatista. ¡Que no se te olvide!
Luego, abrió la puerta y salió corriendo. Creo que chocó con una de mis cuñadas en el pasillo porque pude oír una voz chillante:
—¡Vaya! ¿Quién es esa torpe idiota gigante? Casi me tumbas.
-¿Quién eres tú? ¿No tienes modales?
-¿Quién es esta extraña que anda corriendo en mi casa?
Me apresuré y las separé justo cuando estaban a punto de ponerse a pelear.
-Perdón -me disculpé con mi cuñada—. Es mi amiga Abril. Abril, ella es mi cuñada.
-Ah. -Abril asintió y le echó un vistazo a mi cuñada-. Siempre quise saber cómo se veían estas mujeres de lengua floja. Conque así es como se ven.
-Abril, ya te ibas. Ve a hacer eso que se supone que harás —dije y la acompañé abajo. El rostro de mi cuñada se ensombreció. Sorprendentemente, no dijo nada para seguir la pelea y en vez de eso se dio la vuelta y volvió a su cuarto.
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