Un extraño en mi cama romance Capítulo 7

«¿Qué fue lo que dije?».

Mis pensamientos estaban revueltos y mi cabello y mi pijama completamente empapados mientras los mojados brazos de Roberto me abrazaban. Levanté la mirada e intenté verlo a los ojos.

—¿Qué cosa?

-Adivina.

—¿Que eres el pasivo?

Negó con la cabeza.

—¿Que eres bisexual?

Negó de nuevo. No me dio la respuesta. Yo hacía mi mejor esfuerzo para recordar cuando comenzó a besarme en la clavícula. Sí, tenía una de esas. En ese momento, perdí toda mi capacidad de pensar. Parte de ella se había ido con el agua de la ducha. Y la otra se había derretido con el ardiente beso de Roberto.

No tenía idea de dónde había sacado él esa energía. Era la tercera vez en el mismo día. No pareció que me molestara aunque sabía que no había amor entre nosotros. Había crecido desatendida y menospreciada. Quizás, a causa de esa infancia, sentía algo de felicidad entre la confusión cuando un hombre como Roberto me llenaba de afecto tan de repente. Quizás sería una emoción efímera pero no había manera de dudar de su existencia aunque fuera momentánea. Después de todo, este era el hombre que todas las mujeres de Ciudad Buenavista anhelaban tener. De hecho, podía ser el hombre que todos los gays de la ciudad deseaban. Tener un hombre que era deseado por otras mujeres no era la peor tragedia que podía ocurrirle a una mujer, pero sí que otros hombres lo desearan también.

Por fortuna, no lo amaba. En lo profundo de mi corazón, estaba oculto mi verdadero amor. Por desgracia, me habían casado con Roberto antes de poder reunirme con él. De pronto, me tomó por la barbilla y me miró a través del agua que caía.

—¿Sigues pensando en otro hombre mientras estás conmigo?

Quedé aturdida. Lo miré pasmada. ¿Podía leerme la mente? ¿Cómo sabía que estaba pensando en alguien más? Su labio se torció en una sonrisa desagradable.

—¿Adiviné?

Mis pijamas mojados se pegaban a su piel. Se sentía insoportable. Liberé una de mis manos y comencé a desabrocharme la camisa. Roberto bajó la mirada.

-Se llama Andrés Gallardo. Tiene veinticuatro años.

Solían ser vecinos y crecieron juntos pero después de que tu padre te llevara lejos, él se fue a estudiar al extranjero.

Conocía los detalles como la palma de su mano. Parecía que había hecho la tarea. Había contratado a alguien para que me investigara.

Por fin logré sacarme la pijama empapada y la arrojé al suelo. Había un esbozo de sonrisa en su rostro.

-¿Sabe que te quitas la ropa frente a otro hombre? ¿Te ha visto así? Hum, yo creo que no. —Estaba hablando consigo mismo-. Hace rato debió haber sido tu primera vez.

Manchaste mi sillón.

Él me había quitado la virginidad. Aún no había podido emparejar el marcador y ahora me lo estaba restregando en la cara. Furiosa, forcejeé para salir de su abrazo, me di la vuelta y corrí hacia la puerta, pero me jaló por la cintura justo cuando la había abierto.

-Aún no terminamos.

-Déjame ir. ¿Vas a violarme? Debe haber muchas mujeres dispuestas a recostarse boca abajo por ti.

-No olvides que la forma en que te comportes determinará si te acompañaré mañana a la cena familiar.

Su voz era como hielo en la ducha caliente y vaporosa. Era un villano hecho y derecho. La ardiente pasión que había despertado en mí antes se había desvanecido por completo. A pesar de eso, siguió jalándome a sus brazos mientras me mordía la oreja y me volvía loca con esas suaves mordidas que rondaban entre un ligero dolor y la seducción. Me empujó contra la pared y enganchó sus dedos en el dobladillo de mis bragas.

-Te recuerdo que no me gusta que mis mujeres piensen en otros hombres cuando estén conmigo. Harás bien en quitarte el nombre de ese tipo de la mente en este mismo instante.

-No soy una computadora. No puedo borrar algo nada más con presionar una tecla.

—¿Ah, no? —Su sonrisa se veía surreal en el vapor. Me dio un beso rápido en los labios-. Haré que lo olvides ahora mismo.

Estaba loco. Bajó la temperatura del agua. El agua helada escurrió por mi cuerpo. Me quedé quieta, temblando en sus brazos. Echó una carcajada y me apretó en su abrazo.

—¿Qué tal ahora? ¿Sigues pensando en él?

Claro que había logrado hacer que olvidara el nombre de Andrés, incluso el mío. Sería la primera noche que compartía la misma cama con Roberto. Cuando por fin salimos del baño, me senté frente al tocador y me sequé el cabello. Él se sentó en la cama y miraba su teléfono.

Incluso su perfil era atractivo. Siguió igual de guapo bajo el resplandor rosáceo de las luces. Alcancé a echarle un vistazo a través del espejo. No esperaba que me descubriera después de unas cuantas miradas furtivas.

—No esperes que nuestra relación cambie sólo porque dormimos juntos.

-Nunca tuve tales esperanzas.

—Tienes una lengua muy larga. —Sonrió de manera burlesca, luego dejó su teléfono a un lado y me miró a los ojos-. Lástima que no seas mi tipo.

—¿Por eso tuviste sexo conmigo tres veces hoy?

Eso lo calló de repente. No tuvo cómo responder a mi contraargumento. Esa expresión muda en su rostro era extremadamente satisfactoria. Sin querer, había descubierto algo entrañable acerca de él. Un instante después, volvió a sonreír y la incomodidad se desvaneció.

Luego, volvió a mirar su teléfono.

-¿Quién estará en la cena de mañana?

—Sólo familia. Mi padre, mi madrastra, mis hermanas y mi hermano.

-¿Hermanas? -Levantó la mirada hacia mí-. ¿Volvió Silvia?

Silvia era la segunda hija que mi padre había tenido con mi madrastra. Era hermosa pero distante. Nunca me había molestado, aunque en realidad tampoco me había puesto nada de atención.

La reacción de Roberto fue bastante extrema. De hecho, yo sabía que algo había pasado entre ellos dos. Sabía que habían estado comprometidos. Habían sido pareja y a Roberto le gustaba mucho, pero hace más de seis meses, Silvia había terminado con él repentinamente y canceló el compromiso. Había sido de la nada. Nadie sabía lo que había sucedido. Mi padre y mi madrastra acabaron con los pelos de punta.

No importaba cuán exitosa había sido nuestra empresa en ese entonces, mientras estuviéramos en Ciudad Buenavista, aún necesitábamos el apoyo de la familia Lafuente para sobrevivir. La ruptura de Silvia y Roberto causó mucha inquietud entre nuestras familias. La única razón de que yo hubiera podido casarme con alguien como Roberto fue que él había insistido en una boda de inmediato por enojo. No le importaba con cuál hija de la familia Ferreiro se casara.

Mi hermana mayor ya estaba casada. Yo era la única que quedaba y me habían presionado para casarme con Roberto. Silvia no fue a nuestra boda. Se fue a Inglaterra el día anterior y no había vuelto a casa en los siguientes seis meses.

Papá me dijo por teléfono que Silvia había regresado y había pedido que Roberto y yo fuéramos a la cena. A mí no me había molestado, pero la reacción de Roberto ante el regreso de ella había sido bastante notoria. Me sentí un tanto incómoda. No estaba segura de si aún me acompañaría a la cena ahora que sabía que Silvia había regresado. Miraba hacia ninguna parte, sin enfocar la vista. Un instante después, dijo:

-Enviaré al chófer para que recoja mañana por la noche.

¿Eso significaba que aceptaba?

Después de secarme el cabello, caminé hacia la cama. Nunca había compartido cama con un hombre. Se sentía un poco extraño. Por fortuna, Roberto ya se había acostado y estaba de espaldas a mí. Me recosté en la orilla de la cama y dormí sin sábanas. El cuarto tenía calefacción pero aun así me resfrié a la mañana siguiente.

Roberto ya se había ido a trabajar. Cargué con una caja de pañuelos y de alguna manera me las ingenié para usarla casi toda. Por fin, alguien llegó a tocar la puerta. La señora Berta, que estaba encargada de cuidarme, llegó a la puerta con una caja en brazos.

-Señora, el señor hizo que alguien enviara esto.

—¿Qué es? —pregunté con curiosidad y me senté en la cama.

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