Un extraño en mi cama romance Capítulo 63

Hubo un momento de silencio una vez que terminamos de discutir el caso. Estaba pensando si debía disculparme y retirarme cuanto antes, pero también quería pasar tiempo con Andrés, quien emanaba una calma apacible, pasar tiempo con él se sentía bien. Era muy diferente a pasar tiempo con Roberto, él parecía estar en llamas todo el tiempo, te puede quemar si te paras muy cerca de él.

Me tomé un refresco helado de mango cuando terminé mi té con leche. Estaba frío y tenía un sabor refrescante, utilicé la cuchara alargada para sacar la fruta del vaso. Andrés habló entonces.

-Isabela, has cambiado.

-¿Ah? -el comentario había sido muy inesperado. Levanté la vista de inmediato-, ¿Acaso me veo diferente ahora?

-No es eso -dijo mientras sacudía la cabeza-. Sigues teniendo el mismo aspecto. Pero eres una persona distinta.

-Distinta ¿cómo? -pregunté confundida.

—No eres tan abierta como cuando eras una niña.

-He crecido. Ya no soy la misma niña boba.

—Tampoco es eso —dijo, casi suspirando—. Aprendiste a ocultar tus sentimientos y a aislarte del mundo. No lloras cuando estás triste, no te desahogas cuando estás molesta. Te has convertido en un cesto de basura.

Me quedé mirándolo aturdida, no había nada que pudiera decir para refutarlo. Abril me había dicho muchas veces lo mismo, me había dicho que no importaba lo mal que se comportara la gente conmigo o lo ruines que fueran sus palabras, yo las recibía todas y las sobrellevaba. Quizás tenía algo que ver con mi vida con la familia Ferreiro, siempre me había dicho a mí misma que debía soportar las pequeñas heridas para que pudiera haber paz en la familia. Mi madre había grabado esas enseñanzas en lo más profundo de mi mente justo antes de su muerte, me había dicho una y otra vez que no le causara problemas a mi padre y ahora comprendía por qué, yo no era su hija, se había sentido culpable por imponerle esta carga a mi

padre, aunque no le habían dejado otra opción.

Apoyé mis mejillas en las palmas de las manos y mis pensamientos empezaron a divagar de nuevo. Mi teléfono, que estaba sobre la mesa, comenzó a sonar y me regresó a la realidad. Era Santiago.

-Señorita Ferreiro, el señor Lafuente me dijo que le diera un mensaje, quiere que lo acompañe a una cena formal esta noche. Iré a recogerla en este momento.

-¿Qué? -dije, estupefacta. Llevábamos más de seis meses casados, él había asistido a todo tipo de fiestas durante ese tiempo, y nunca me había llevado a ninguna de ellas. La única excepción fue aquella vez que la abuela me obligó a asistir al baile de beneficencia. ¿Qué estaba tramando esta vez?

-Estaré allí en diez minutos. Por favor, espéreme en la entrada del restaurante.

-¿Por qué...

—Colgaré ahora —dijo Santiago y colgó.

Miré mi reloj, apenas eran pasadas las cuatro. ¿A qué hora empezaba la cena?

Andrés me miró.

—¿Tienes un compromiso?

-Uh, sí -dije esbozando una risa confusa mientras lo miraba—. Creo que me tengo que retirar pronto.

—¿Quién llamó? ¿Roberto?

-Su asistente personal -dije.

Tomé el vaso de refresco helado de mango y lo terminé de un solo trago. La bebida helada me produjo un escalofrío.

Me levanté de mi asiento.

-Me voy.

Me apresuré a ir a la entrada, al empujar la puerta, me di cuenta de que no me había despedido. El coche de Santiago llegó justo cuando yo salía, se bajó del coche, abrió la puerta y esperó a que yo subiera como todo un caballero. No pude evitar dirigir una mirada hacia el restaurante antes de subir, Andrés me estaba mirando a través de la ventana. Algo melodramático se me vino a la cabeza en ese momento «la distancia nos separa».

-Señorita Ferreiro, le reservé un tratamiento de spa. Tenemos un poco de prisa -Santiago me dijo de forma amable mientras intentaba que me diera prisa.

-A la señora Lafuente no le gusta charlar cuando está haciéndose los tratamientos, afecta a su estado de ánimo. Puede enviar los productos que le recomiende a la residencia Lafuente.

La voz de la maquilladora adquirió un tono adulador cuando escuchó lo que Santiago había dicho.

—Ya veo, lo entiendo, dejaré de hablar. Por favor, eche un vistazo y vea si está satisfecha con lo que hice con sus cejas.

Había un dicho que decía algo como «freno dorado no mejora caballo». Después de maquillarme, ponerme el vestido, y colocarme los accesorios y los tacones que Santiago había traído, la maquilladora me recibió con un grito de asombro.

—Señora Lafuente, está usted guapísima.

¿En verdad? Me quedé mirando mi reflejo en el espejo de cuerpo entero, parecía un joyero, no me gustaba ponerme tantos accesorios, era como ponerme una máscara de oro en la cara. Salí del salón de belleza junto con Santiago, era una persona completamente diferente a la que había entrado. Santiago me ayudó a abrir la puerta del coche, hoy parecía estar sorprendentemente libre ya que se había quedado durante todo el tratamiento del spa.

-Señorita Ferreiro, la fiesta a la que asistirá esta noche es un evento privado. Sólo la familia del señor Ibarra y sus amigos cercanos estarán allí. El hijo del señor Ibarra es un miembro de la nobleza de un país extranjero, su familia es influyente, sin embargo, no hay necesidad de que se ponga nerviosa —dijo Santiago, tenía una voz muy gentil y relajante.

Le sonreí agradecida.

—Gracias por ayudarme hace un rato.

-¿Te refieres a cuando la maquiladora estaba tratando de venderte productos? Son como perros falderos que corren detrás de ti y se echan a tus pies sólo porque les has tirado un hueso o dos. No les prestes atención a este tipo de personas, basta con tirarles dinero para que se vayan.

Hablaba con tanta seguridad. Pero había un problema. ¿De dónde iba a sacar el dinero? Acababa de tener un incidente humillante en el centro comercial porque no podía pagar mis vestidos. No le pregunté en dónde estaba Roberto, de cualquier forma, lo vería pronto.

Me estaba esperando en la entrada de la propiedad de los Ibarra. Debido a su altura, su cabeza estaba a punto de chocar con el toldo que se extendía desde las puertas de metal. Los muros junto a la puerta estaban cubiertos de hiedra japonesa, parecían una extensión de las penumbras de la noche. Roberto parecía tener el don de encontrar el telón de fondo perfecto para ponerse delante, en ese momento su telón de fondo le hacía parecer un terrorífico espectro de la noche, los pelos de la nuca se me erizaron al verlo.

No podía caminar bien con esos tacones, no dejaba de mirarme. Cuando por fin me acerqué, me miró los pies y luego dijo.

-¿Te lisiaste?

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