«Tú eres el lisiado», maldije para mis adentros, pero no me atreví a decirlo en voz alta.
-No estoy acostumbrada a llevar tacones —dije.
-Tienes tres opciones -dijo él.
Parecía estar de mal humor, sólo me presentaba opciones cuando tenía un mal día. Esperé a que continuara.
-Una, te cargo en brazos. Dos, te quitas los tacones. Tres, finges que no pasa nada y entras como una auténtica dama.
Había dicho que tenía opciones, pero siendo realistas, sólo podía elegir la última. Apreté los dientes y seguí a Roberto, fingiendo que no me dolía nada cuando en realidad todo me dolía en extremo. Nuestros anfitriones salieron a recibirnos en cuanto llegamos a la entrada de la mansión, la pareja tenía unos cincuenta años, parecían felices de ver a Roberto a quien le dieron abrazos y palmaditas en el hombro en cuanto lo vieron. Parecían sorprendidos de
verme, Roberto me presentó brevemente.
—Mi esposa.
Era como ver un drama de época. Sonreí con amabilidad e incliné la cabeza hacia ellos a modo de saludo.
—Buenas noches, señor y señora Ibarra.
Roberto me dirigió una mirada de sorpresa y me susurró mientras lo seguía al interior de la mansión.
-¿Hiciste tu tarea antes de venir aquí?
—No fui yo. Santiago me dijo que estábamos celebrando el cumpleaños del anciano señor Ibarra. La pareja debe ser su hijo y su nuera, lo que significa que su apellido también será el mismo, dirigirse a ellos como Señor y señora Ibarra es lo correcto.
Una aparente sonrisa se esbozó en sus labios.
-Así que no eres tan idiota después de todo.
Debería ser más honesto con sus elogios, los halagos a escondidas dejaban un mal sabor de boca en la gente. Aunque se suponía que era una reunión familiar privada, la mansión estaba llena de gente, todos los invitados eran personas poderosas e influyentes en la ciudad. Los padres de Roberto también estaban allí, no parecían contentos de verme, su madre lo hizo a un lado, pude escuchar lo que dijo a la perfección.
-¿Por qué trajiste a Isabela a la fiesta? Todavía está de luto, apenas hace una semana que su padre falleció. El Señor Ibarra celebra hoy su octogésimo cumpleaños, ¿no te preocupa que su presencia le dé mala suerte y se sienta mal al respecto?
—Mamá, ya viste las noticias, no son parientes biológicos. Él es su padre adoptivo, así que, ¿cuál es el problema aquí?
Roberto calmó su inquietud con una respuesta despreocupada. Puede que hablara por mí, pero sus palabras seguían haciendo que se me revolvieran las entrañas, era como echarle sal a una herida fresca, típico de él.
La cena se desarrolló al estilo de un banquete tradicional, no nos sentaron en la misma mesa que los padres de Roberto, en lugar de ello nos sentamos con sus amigos. Todos parecían conocerse muy bien, parecían ser muy buenos amigos. Todos trajeron a una acompañante mujer y me miraron cuando llegué a la mesa.
-¿Un cambio de gustos, Roberto?
—Isabela —dijo mientras me presentaba a toda la mesa.
Uno de ellos extendió la mano y me dio un amistoso apretón de manos.
-De acuerdo -dijo con tono suave.
Sentí una chispa de calor en esa fría y ventosa noche. Pensé que se ¡ría después de traerme el abrigo, pero en lugar de eso se sentó en el otro columpio junto al mío. Me balanceé suavemente en el columpio, el viento agitaba los bordes de mi vestido, la escena tenía un ligero encanto. Recargué mi mejilla en la cadena que sujetaba el asiento del columpio, se sentía fría al tacto.
Santiago comenzó a hablar de repente.
—Yo también tuve padres adoptivos.
No esperaba que dijera eso, lo miré sorprendida.
—Yo también me enteré cuando falleció mi padre, pero mi historia es un poco diferente a la tuya. Me enteré cuando mis padres biológicos fueron a presentar sus respetos en el velorio, allí fue cuando Mi madre adoptiva me lo contó.
No esperaba que Santiago me hablara de su familia ya que no nos conocíamos muy bien, parecía una persona muy reservada, como yo. Lo escuché en silencio y con atención mientras hablaba.
-Mi historia es un poco más melodramática que la tuya, querían llevarme. Su hijo mayor había fallecido y no había nadie que heredara el patrimonio familiar, fue entonces cuando se acordaron de mí.
Intenté ver a Santiago a los ojos en medio de la oscuridad de la noche, pensé que podría ver pena allí, pero no había nada. Me miró directamente mientras decía:
-Hay muchas cosas extrañas en este mundo que nos parecen inadmisibles y es imposible saber cuándo pueden ocurrir esas cosas extrañas e inaceptables. Tenemos que aprender a aceptarlas y comprenderlas, pero lo más importante es que no debemos dejar de creer en nosotros mismos. Por muy dura que sea la vida, la mejor manera de vivirla es creer en uno mismo.
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