El discurso de Santiago me pareció algo así como una charla motivacional, sin embargo, sus palabras me conmovieron. Probablemente yo era la única persona con la que había compartido su historia personal. Era el asistente personal de Roberto, su único trabajo consistía en realizar cualquier tarea que él le asignara y eso no incluía consolarme. Estaba agradecida por lo que acababa de compartir conmigo, era probable que cada palabra que acababa de decir me acompañaría el resto de mi vida. Asentí con seriedad y dije:
-Estoy intentando aceptarlas. Aprenderé a entenderlas.
Me sonrió, sus dientes brillaban bajo las luces tenues. Tenía que admitir que Roberto sí que sabía elegir a su gente. Santiago era estupendo, su apariencia y su personalidad dejaban a Roberto en el polvo.
-Entonces, ¿no elegiste vivir con tus padres biológicos?
-No puedo no reconocerlos como mis padres biológicos, pero me abandonaron una vez. Los que me criaron fueron mis padres adoptivos, no iba a dejarlos sin más y elegir a mis padres biológicos antes que a ellos.
-Ah. -Asentí-. Puedo entenderlo.
-Me encuentro mucho con ellos por el trabajo, están en el mismo negocio que el de la Empresa Lafuente.
—¿Es una gran empresa?
-Es la familia Montemayor.
Me quedé asombrada, decían que toda la ciudad de Buenavista temblaba ante la familia Montemayor. Roberto estaba rodeado de gente excepcional.
-Asegúrate de que Roberto te traté mejor —murmuré—. Si no lo hace, deberías renunciar y heredar ese negocio tuyo de mil millones de dólares.
Me dirigió una sonrisa genuina, se podía ver el brillo en sus ojos.
—El señor Lafuente me trata muy bien.
Probablemente decía la verdad, Roberto se preocupaba por él, hasta yo lo notaba. Pero qué cómico sería si Roberto le rompiera el corazón y Santiago volviese con su familia biológica y reclamara su posición de opulencia y poder. El drama que se provocaría si se encontraran por motivos de trabajo. Sonreí mientras apoyaba la cara en la cadena fría, Santiago sonrió mientras me miraba, ese maravilloso momento fue arruinado por una voz infernal.
-¿En qué estás pensando?
Era Roberto. Levanté la vista a toda prisa, estaba de pie frente a nosotros, no me había dado cuenta de su llegada. Santiago se bajó del columpio.
—Señor Lafuente.
-Mi esposa y mi asistente personal acaban de salir corriendo al jardín para jugar en los columpios antes de que la cena haya terminado —dijo con frialdad.
El calor que me había dado el abrigo que tenía sobre los hombros se esfumó al instante. Volví a sentir frío.
—Salí sola. Santiago sólo quería darme el abrigo -dije, tratando de hablar en nombre de Santiago, pero mis palabras sonaron muy extrañas.
Roberto me pinchó la nariz con sus dedos.
-Ven conmigo, tenemos que hacer un brindis por el señor Ibarra.
-Oh —dije y me levanté del columpio.
Roberto se había dado la vuelta y se dirigía a la mansión sin mí, caminaba demasiado rápido como para poder alcanzarlo. Me tambaleé con mis tacones mientras intentaba seguirlo, entonces se detuvo en seco y choqué con su espalda, por suerte no llevaba mucho maquillaje o de lo contrario, el maquillaje de mi cara se hubiese resquebrajado como una máscara, sería como ver esos vídeos de YouTube.
-Señor, aquí estamos mi esposa y yo deseándole una larga y feliz vida.
Forcé una sonrisa en mi rostro mientras levantaba también mi copa en un brindis. El anciano asintió con alegría.
-Roberto, el futuro pertenece a los jóvenes como tú. Tu mujer es preciosa, tiene el aspecto de una gran esposa y una buena madre. Bien por ti, bien por ti.
Roberto sonrió y vació su vaso de un solo trago luego se giró y me miró fijamente. El olor a vino blanco era abrumador, tuve la sensación de que sólo haría falta media copa de vino para acabar con él. Roberto siguió mirándome, el peso de su mirada era asfixiante pero no podía beberlo, sin embargo, sabía que no tenía sentido rogarle. Lo miré fijamente y me armé de valor mientras levantaba el vaso y vertía su contenido en mi garganta. Las sensaciones de ardor, luego de picor y luego de adormecimiento me asaltaron, era como beber insecticida. Me apresuré a engullirlo en cuando el vino entró a mi boca. Mi lengua estaba cada vez más entumecida por el vino, pero me lo terminé todo de un solo trago. Todos los comensales empezaron a aplaudir.
-Roberto, tu mujer es realmente increíble. Soporta muy bien la bebida.
Mentira, esa única copa me mareó enseguida. Señoras y señores, ese era el poder del alcohol. Vi cómo Roberto empezó a tambalearse ante mis ojos, sus rasgos empezaron a parecer borrosos e irreales. Nunca me había parecido real, pero ahora sus rasgos parecían aún más perfectos, tan perfectos que parecía un maniquí, un muñeco, ja, ja, un muñeco inflable. ¿Había muñecos infiables de hombres? Recordé que sí.
Si hacían muñecos con su cara, volarían de las estanterías como pan caliente, serían populares tanto entre los hombres como entre las mujeres. Me dieron ganas de reír, pero pude contenerme a tiempo. Pude oír que alguien me hablaba mientras estaba aturdida.
-Señora Lafuente, encantado de conocerla. Hagamos un brindis, voy a vaciar mi copa como muestra de respeto, pero usted no está obligada a hacer lo mismo.
Alguien puso una copa de vino en mi mano, entrecerré los ojos y por fin pude ver bien al hombre barbudo que tenía delante. Hizo la cabeza hacia atrás mientras vaciaba su copa de vino. Ya me había bebido una copa, ¿qué era otra? El alcohol en mi organismo me había dado valor, levanté mi copa y me llevé el vino directamente a la boca. Capté la leve mirada de sorpresa en el rostro de Roberto, la expresión de su rostro me hizo sentir muy bien, lo había sorprendido, era todo un logro.
Empecé a sentirme mareada después de algún tiempo. No importaba cuántas copas de vino había bebido, una, muchas, no había diferencia, de todos modos, no podía recordar cuántas eran. De hecho, no podía recordar quien me había sacado, tenía la sensación de estar en el balcón, balanceándome sobre mis pies. La mansión del Señor Ibarra estaba construida al pie de unas montañas y se veían desde el balcón, la noche las envolvía en la oscuridad, las hacía parecer misteriosas. Abrí los brazos de par en par y le di un grito amistoso a la montaña.
-Hola, ¿cómo estás?
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