—¿Celebrando en un bufé después de ganar la demanda?
Eso fue lo primero que Roberto me dijo tras responder a su llamada, enseguida empecé a mirar alrededor del restaurante, pero no lo vi por ninguna parte. Seguramente pensaba que el restaurante no era lo suficientemente bueno para él, nunca vendría a comer a un lugar como ese, sin embargo, nada parecía escapársele. La idea me entristeció.
—Sí. —murmuré.
— ¿Ya terminaste de comer?
-Acabamos de empezar.
—No comas de más —dijo. No podría decir si estaba sonriendo-. Engordarás y arruinarás tu figura.
Me hubiese gustado arruinarle el rostro. Andrés volvió con una bebida y la puso delante de mí.
-Jugo de manzana, tu favorito cuando eras una niña.
Eso era cierto. Me gustaba su sabor dulce y ácido, le di las gracias. La voz de Roberto sonaba fría a través del teléfono.
-Señorita Ferreiro, tengo una propuesta de negocios para usted. Santiago la está esperando en la entrada. Él la llevará a la Empresa Lafuente.
¿Señorita Ferreiro? No pude entender lo que estaba tratando de decir.
— ¿Qué propuesta de negocios?
-Eso es todo -dijo y colgó.
Me quedé mirando el teléfono un tanto estupefacta.
-¿Qué pasa? -preguntó Abril-, ¿Quién llamó?
—Roberto. —Le dirigí una mirada furtiva a Andrés cuando mencioné ese nombre. Estaba mirando su plato mientras nos ayudaba a pelar los langostinos. El que estaba pelando era un langostino tigre gigante, era gordo y carnoso.
-¿Qué dijo?
-Solo eso fue lo que dijo.
-¿Eso es todo? ¿Qué quiso decir con eso?
-Quiere hablar de negocios.
—¿Qué tipo de negocios?
Abril continuó preguntando. Cuando me giré, pude ver a Santiago esperando en la entrada del restaurante, Abril siguió mi mirada y echó un vistazo en la misma dirección.
-Oye, un chico guapo. Puedo intentar conquistarlo.
Se puso en pie. Tiré de ella hasta que se sentó en el suelo.
—Deja de perder el tiempo, no eres su tipo.
-¿Cómo lo sabes? Tengo una oportunidad mientras no
sea gay.
-Deja de decir tonterías. ¿Acaso ya no tienes un novio? -Miré a Andrés con una mirada de culpa-. Lo siento, Adonis. Tengo un asunto que atender y tengo que irme ya.
Me miró a los ojos.
— ¿No vas a comer? No comiste mucho.
-Roberto quiere hablar de negocios.
-Iré contigo -dijo y se levantó.
-¿Tú?
—Ahora soy tu asesor jurídico. Puedo ayudarte a mirar algunos de esos documentos y contratos.
Me sorprendí y me alegré al mismo tiempo. Me había sentido muy perdida después de haberme quedado con el treinta por ciento de las acciones de la Organización Ferreiro de la nada. No tenía ni idea de qué hacer. Me sentí mucho mejor con Andrés cerca para ayudarme. Abril
también ofreció sus servicios en ese momento.
-Seré tu asistente, tu compinche.
-Pero no has trabajado ni un solo día de tu vida desde que te graduaste de la universidad.
Le devolví una sonrisa en agradecimiento. Roberto estaba en medio de una reunión administrativa cuando Santiago y yo llegamos a su despacho. Los altos ejecutivos de la Empresa Lafuente estaban en fila frente a su escritorio, con la mirada hacia abajo mientras él los reprendía. Roberto no se mostraba tan fiero, pero todos parecían realmente asustados de él, todos miraban hacia abajo y ninguno se atrevía a mirarlo.
Esperamos afuera de su puerta. Santiago me susurró:
-Uno de los proyectos avanza con bastante lentitud.
-Ah, bueno. Se necesita algo de tiempo para hacer un buen trabajo.
—El señor Lafuente exige que las cosas se hagan con rapidez y bien hechas. Justo ahora nuestro avance es un poco más lento que el de nuestro competidor.
-¿Por cuánto?
—Me parece que alrededor del cero coma cuatro por ciento.
¿Era eso todo? ¿Eso merecía una reprimenda? Me guardé mis pensamientos para mí, y no los expresé. Roberto era muy competitivo, juré entonces que nunca trabajaría con él, aunque el trato fuese bueno, el ritmo que imponía me mataría. Roberto se enfadaba cada vez más a medida que hablaba, los papeles empezaron a volar mientras lanzaba documentos al aire. Sus ejecutivos recogían en silencio cada papel del suelo, parecía un campo de entrenamiento para perros, Roberto lanzaba un palo y hacía que sus perros lo recuperaran. Por fin había terminado y los ejecutivos salieron de su despacho y pasaron junto a nosotros con la cola entre las patas. Parecían estar acostumbrados a eso.
-Le haré saber que está aquí -dijo Santiago-. Por favor, espere afuera.
Roberto seguía enfurecido.
-Dile que entre.
Ese no parecía un buen momento, tenía muchas ganas de excusarme. Sorprendentemente, él había puesto una cara diferente cuando me acerqué a su escritorio, tenía una sonrisa radiante en el rostro. No solía tener el privilegio de ver a Roberto con una sonrisa que no contuviera ningún rastro de desprecio o desdén, la visión me produjo escalofríos.
-Por favor, toma asiento. -Señaló el sillón-. Santiago, haz que la señorita María sirva un poco de té para la señorita Ferreiro. Que sea té con leche, le encanta.
Era aterrador verlo tan amigable, no se había comportado así esa mañana cuando lo había visto en el pasillo. No me había mirado ni una sola vez, pasó de largo como si yo no hubiese estado allí, pero vaya qué amistoso era ahora. Sentía unas dagas colgando sobre mi cabeza, listas para descender y apuñalarme hasta la muerte en cualquier momento. Con cuidado, tomé asiento en el sillón. Su secretaria me trajo una taza de té con leche, sonrió
mientras me decía:
-Señorita Ferreiro, esto es auténtico té con leche al estilo del este. Conseguimos que alguien se lo trajera, Pruébelo por favor.
Su hermosa secretaria nunca me había prestado atención, pero ahora seguía los pasos de su jefe y me dirigía sus encantos. Incliné la cabeza en agradecimiento.
-Gracias.
La secretaria salió de la habitación, también Santiago se marchó, Roberto tomó asiento al otro lado de la mesa. Una extraña sonrisa, que nunca había visto antes, apareció en su rostro. Parecía que no pertenecía en ese lugar, era como mirar la cara sonriente de un lobo. Cómo deseaba poder salir corriendo de allí.
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