Un extraño en mi cama romance Capítulo 8

La señora Berta entró a mi cuarto y abrió la caja. Estiré el cuello para asomarme. Dentro había un hermoso vestido. Accesorios y tacones para combinar. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué Roberto me daba regalos inesperadamente? Le pedí a la señora Berta que dejara la caja en el cuarto. Después de que le di las gracias, se fue.

Pasé la mano por la sedosa tela del vestido, luego le llamé a Roberto. «Debe estar ocupado». Su voz sonaba como si estuviera sosteniendo el teléfono entre la oreja y el hombro.

—¿Te llegó mi regalo?

-¿Por qué lo hiciste?

—Para compensarte, por lo de ayer.

-Entonces, ¿crees que puedes pagar mi primera vez con un vestido y joyas?

—No tienes que aceptarlos, pero no tendrás ni vestido ni joyería -dijo con voz áspera-. Si eso es todo, voy a colgar.

Estaba furiosa. ¿Cómo era posible que recibir un regalo fuera una experiencia tan molesta? De todos modos, en la cena de esa noche me puse el vestido y los tacones que me regaló. La ropa que tenía en el armario apenas era apropiada para una nuera de la familia Lafuente. Iba a volver a la casa de mi familia esa noche. Una pizca de vanidad dentro de mí quería que me viera presentable.

El chófer vino y me recogió antes de ir por Roberto. Santiago también vino. Su trabajo como asistente personal incluía asistir a todas las actividades, desde una pequeña reunión familiar hasta los grandes eventos empresariales. Aún se veía tan avergonzado cuando me vio y se quedó callado después de saludarme con una sonrisa.

Era la primera vez que yo iba a casa con Roberto desde que nos casamos. Mi padre estaba extremadamente feliz de verlo y lo saludó con un fuerte abrazo.

-Isabela siempre dice que estás muy ocupado. ¿Por fin tuviste tiempo de venir a cenar?

Mi madrastra parecía conflictuada. Seguro que ansiaba que Roberto fuera su yerno, pero nunca me había visto como a una hija. Quería que Silvia fuera la que se casara con él.

Nos sentamos en la sala a conversar. Roberto y mi padre hablaban de negocios mientras yo me quedé sentada en una esquina y comía fruta. Claramente, él era muy popular con mi familia. Nadie se había molestado en convivir conmigo durante mis otras visitas. Cuando él llegó, mi hermana mayor y su esposo se sentaron junto a él, con una brillante sonrisa en el rostro.

No vi a Silvia. Estaba pensando en ella cuando escuché pasos desde la escalera. Estaba a punto de voltearme y ver quién era cuando Roberto me tomó de repente por la muñeca y me jaló a su lado. Me rodeó la cintura con el brazo, se volteó y me sonrió.

-Me la he pasado todo este rato hablando con tu papá e ignorándote. No estás enojada, ¿verdad?

Siempre se había portado tan detestable conmigo. Pero ahora eran tan gentil. Algo debía estar tramando.

Entonces, escuché los pasos detrás del sillón y la voz de Silvia.

-Papá, mamá.

Levanté la mirada. Silvia estaba parada frente a nosotros, llevaba un vestido lila de seda. Su cabello caía por su espalda, como si la bañara una etérea luz resplandeciente No pareció fijarse en nosotros, su fresca mirada nos pasó con un vistazo rápido. Siempre había ignorado mi presencia, así que estaba acostumbrada.

Ahí me di cuenta de por qué Roberto había actuado así hace un instante. Fue por Silvia. Quería ponerla celosa. ¿Quién hubiera pensado que sería tan infantil y recurriría a tácticas tan pueriles? ¿Pero lo había hecho porque aún estaba enamorado de ella? ¿Qué no era gay?

Mi mente trabajaba a toda marcha. Había estado muy aburrida todo el día y me metí al internet para buscar acerca de la homosexualidad. Resultó que había algunas razones por las que los hombres se volvían gays. Una era por su sexualidad innata: sólo les gustaban los del mismo sexo. Otra era por curiosidad: creían que era algo interesante de probar. La tercera era que alguien del sexo opuesto los había lastimado y, como resultado, su deseo se volvía hacia los del mismo sexo.

Parecía que Roberto era de este último grupo. ¿Quién hubiera imaginado que Silvia hubiera lastimado tanto al dominante y enérgico Roberto? ¿Debía compadecerlo? Ni loca. Me pellizcó con fuerza la cintura. Me dolió tanto que casi solté un chillido. Levanté la vista y lo fulminé con una mirada. Él sonrió y me acarició el cabello.

-Mi nena debe tener hambre.

—¿Ah, sí? Pues vayamos a cenar. —Mi madrastra se levantó del sillón de inmediato y llamó al mayordomo—. Que la sirvienta traiga los platos.

La mirada de Silvia permaneció helada mientras pasaba con ligereza frente a nosotros. Roberto la seguía constantemente con los ojos. De repente entendí a lo que la gente se refería cuando decían que todos tenían una debilidad. Roberto siempre recibía afecto y adoración en público. Pero cuando se trataba de la hermosa y distante Silvia, él era quien la seguía, jadeando, y eventualmente acababa rechazado. Era lógico que cometiera tantas ofensas cuando estaba enfurecido. La cena iba a ser ajetreada.

Me senté junto a Roberto en la mesa. Silvia se sentó frente a nosotros. Muchos de los platillos que se sirvieron eran mariscos. Yo padecía una ligera alergia a ellos durante la primavera. Por eso, generalmente yo no comía. Roberto tomó un camarón y me dijo con candor:

-Te ayudaré a pelarlo.

Tenía mi gratitud por ser tan cariñoso. Peló el camarón mientras mi familia observaba, luego lo puso en mi tazón. Mi hermana mayor le sonrió.

—Isabela nunca come mariscos en primavera. Me pregunto si esos atentos cuidados la harán cambiar su dieta.

Ellos sabían que yo no comía mariscos, pero no sabían por qué. Roberto tampoco, pero era obvio que no le interesaba. Me dedicó una sonrisa de fastidio, luego apoyó su mejilla en la mano y me miró amorosamente a los ojos

mientras susurraba tan bajo que sólo yo pude oírlo:

-Cómetelo.

-Soy alérgica.

Fingí que me acomodaba el cabello mientras me le acercaba y le respondía en un susurro.

-No te morirás por comerte uno.

Mi pecho ardía a causa de la furia que estaba sintiendo.

Pero Roberto era un hombre que se preocupaba por cosas banales. No estaba segura de cómo me atormentaría en los siguientes días si lo hacía quedar en ridículo.

Apreté los dientes, me metí el camarón a la boca y lo mastiqué ruidosamente para que pudiera ver que sí me lo estaba comiendo. Silvia, que había estado callada todo el rato, por fin habló:

-A Isabela le da alergia cuando come mariscos en primavera. ¿No sabías eso?

Creí que Roberto sentiría pena a causa de esas repentinas palabras, pero de sus labios salió una respuesta con soltura.

—Ya se curó de eso.

Una vil mentira. Roque que lloviera en los próximos días. Un poco de sol haría que se me hinchara el rostro. Roberto volvió a pellizcarme. El dolor me hizo voltear. La sonrisa que puso era tan encantadora.

-¿No es así, Isa?

Juro que escucharlo llamarme así se sintió peor que atragantarme con diez trozos de carne grasosa. La cintura me ardía por los pellizcos. Pero el espectáculo debía continuar. Asentí y balbuceé:

-Sí, es verdad.

Silvia bajó la mirada y siguió comiendo. Ni siquiera le dedicó una mirada a Roberto. Él pareció estar distraído durante toda la cena. Aunque se tomó varios tragos con mi padre.

Cada vez me sentía más confiada de que estaba en lo correcto. Era bisexual. El hecho de que Silvia le hubiera roto el corazón lo orilló a que le gustaran los hombres. Y aun así no podía superar su amor por ella.

Después de la cena, todos nos juntamos en la sala para comer fruta y conversar. Yo subí para tomar algunas cosas mías. La boda había sido tan apresurada que no había tenido tiempo de llevarme mis pertenencias a la residencia Lafuente. Mi almohada, por ejemplo. Quizás estuviera vieja y desgastada, pero mi madre la hizo para mí. Me sentía segura con sólo abrazarla.

Empaqué mis cosas y salí del cuarto. Cuando pasé por la habitación de Silvia, escuché la voz de Roberto.

—Entonces, el tipo con el que te comprometiste, ¿sigue vivo?

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