Un extraño en mi cama romance Capítulo 9

No estaba bien escuchar las conversaciones de otras personas. Pero no podía controlar mi curiosidad. Me quedé parada junto a la puerta y escuché que Silvia le decía:

—También te está yendo bien con Isabela.

-Así es. Somos muy felices.

-Qué bueno —respondió Silvia en su típico tono despreocupado.

Escuché que trata a todos así. Quizás era esa actitud suya lo que la hacía tan irresistible para Roberto, el diablo que había llorar a otras mujeres.

—¿Cuándo se van a casar? Quiero estar ahí para darles mi bendición.

-Te avisaré cuando pase.

La conversación era dócil y educada. Me dolía escucharlos hablarse así. Estaba a punto de escabullirme cuando escuché la voz de Roberto.

—Isabela.

Me quedé helada. ¿Cómo supo que estaba escuchando a escondidas? No me quedó de otra más que apartarme de la puerta. Estaban parados junto a la ventana de Silvia. Uno era un guapo hombre y la otra una hermosa mujer. Era una vista agradable a los ojos.

Roberto me hizo señas para que me acercara. Cuando llegué con él, me tomó entre sus brazos y me jaló hacia él. Sin ninguna advertencia, me besó en los labios y luego sonrió con picardía.

-¿Qué traías entre manos? Vine arriba cuando vi que no estabas.

-Veo que la búsqueda te trajo al cuarto de mi hermana. —Hice una sonrisa falsa.

-Me encontré con Silvia y platicamos un rato.

Me dio otro besito en los labios. Si no fuera por el pellizco discreto que le di, seguramente él habría considerado extender el beso.

Silvia estaba frente a nosotros, nos miraba. Parecía indiferente.

-Tengo que decirle algo a Isabela. Daños un momento.

Silvia era la única persona en toda Ciudad Buenavista que se atrevería a darle órdenes a Roberto. De verdad que era una obra de arte, se comportaba como si no hubiera hecho nada malo cuando ella había sido quien lo botó.

No esperaba que Roberto de verdad me soltara, se diera la vuelta y saliera del cuarto. Silvia se sentó frente a mí. Era tan bonita. Su piel era como mármol liso bajo la luz blanca. Era como un loto blanco flotando en medio de un lago. En todo su esplendor y hermoso, pero fuera del alcance. Hoy en día, sin embargo, «loto blanco» se había vuelto un insulto.

-Isabela -dijo al tiempo que fruncía un poco los labios-. Fui a buscar la dirección que me diste. No había nadie ahí

con ese nombre.

—Oh —dije, decepcionada y la miré con torpeza.

-Fui a la universidad que mencionaste y pregunté. Tampoco había ningún estudiante con sus señas. ¿Estás segura de que está en Inglaterra?

-Estoy segura. Me lo dijo antes de irse. Hasta me escribió una carta.

-Pues revisé los registros de los estudiantes en la universidad. Nunca estuvo ahí. No puedo decir con certeza que no esté en Inglaterra pero definitivamente no está en la escuela a la que te dijo que iría.

Bajé la mirada. Mis manos se aferraron al dobladillo de mi falda.

-Isabela, estás casada ahora. ¿Por qué sigues buscándolo?

-No estaré casada por siempre -murmuré para mí misma. No estoy segura de si Silvia escuchó eso.

-¿Todo está bien entre tú y Roberto?

Probablemente no. Apenas habíamos hablado durante los últimos seis meses. Luego, en un solo día nuestra relación había avanzado a pasos agigantados. Me quedé desolada en el sillón un instante antes de levantarme.

-Gracias, Silvia. Haré mi movida ahora.

Apenas me había volteado cuando Silvia me llamó:

—Isabela.

—¿Mmm? -Me volví—. ¿Qué pasa?

-Roberto es un hombre complicado. No es lo que parece.

Silvia parecía tener dificultad para hablar. Era algo inusual. No tenía idea de lo que intentaba decirme.

—Cuando se porta amable contigo no es porque quiera conocerte genuinamente, y cuando es lindo contigo no es porque le importes de verdad. Se levantó y se acercó.

En verdad no entendía lo que intentaba decirme. Fruncí el ceño y la miré. Silvia y yo no nos hablábamos. Ella mantenía su distancia y por lo general sólo me saludaba con un gesto cuando me veía. Nunca me hablaba. Cuando me enteré de que estaba en Inglaterra, le pedí desesperada que me ayudara a localizar a una persona.

Lo que acababa de decir fue repentino e inesperado. No tenía ¡dea de lo que intentaba decirme, pero podía darme cuenta de que las acciones de Roberto la habían afectado. Silvia no le tenía tanta indiferencia como aparentaba. Quizás no era descabellado pensar que ella aún lo amaba. ¿Por qué había terminado con él? Yo no podía entender lo que sucedía ni tenía intención de descubrirlo. Le sonreí y luego me fui de su cuarto.

No me quitó los ojos de encima. Podía sentir su mirada en mi espalda. Estaba demasiado alterada como para que me importara. Él no me había contactado en años y acababa de descubrir que ni siquiera estaba en Inglaterra. Sin embargo, él me había dicho que iría allá.

Silvia fue a despedirnos cuando nos fuimos. Santiago se paró junto a nosotros. Al estar los cuatro así, me di cuenta de que estaba en un verdaderamente extraño cuadrado amoroso. En realidad, no. No debería incluirme en esto. Yo no estaba involucrada. Sólo acabé ahí porque Roberto me había arrastrado a este desastre.

Apenas hablé en el camino de vuelta a casa, iba mordiéndome las uñas. Permanecí indiferente cuando llegamos a la residencia Lafuente. Entré a mi cuarto con la cabeza agachada y me di de bruces con el pecho de Roberto. Estaba bloqueando la puerta.

—¿Qué quieres?

—¿Estás molesta porque no puedes encontrar a tu amante?

Se recargó con el brazo contra el marco de la puerta y apoyó la cabeza en el brazo. Su rostro sonriente pedía a gritos que lo golpeara.

-¿Escuchaste a escondidas cuando hablé con Silvia?

¿Quién hubiera imaginado que Roberto tenía costumbres tan desagradables?

—¿No estabas escuchando tú también cuando hablé con ella?

Por fin bajó el brazo y me dejó pasar. Entré a mi cuarto.

-Eso no te incumbe.

De repente, me tomó por el brazo. Sus dedos me apretaron el nervio y me provocaron un dolor de entumecimiento en el brazo.

-Basta, me duele -dije mientras forcejeaba.

—Isabela, ni pienses andar por ahí con otros hombres mientras seas mi esposa -dijo él, en tono amenazante.

—Sólo le pedí a Silvia que me ayudara a encontrarlo.

-Si no tienes la intención de tener una aventura con él, ¿para qué lo estás buscando? ¿Qué harás cuando lo encuentres? —Me soltó. Me tambaleé y casi me caí—. No me importa a quién estés buscando. Podrás hacer lo que quieras con quien quieras después de que nos divorciemos.

Azotó la puerta al irse. Al parecer, probablemente no iba a atormentarme esta noche. Seguro que no estaba enojado porque yo estuviera buscando a Andrés. Estaba de mal humor porque Silvia lo había tratado con indiferencia. Yo estaba muy arrepentida. ¿Por qué había dejado que mi padre me convenciera y me había involucrado en este desastre?

Recibí una videollamada de Abril. Se había cortado el cabello. Antes ya lo tenía corto, pero ahora lo tenía aún más. Estaba en la calle y se veía muy emocionada.

—Adivina, Isabela. Octavio me acaba de proponer matrimonio.

-¿Qué? ¿Quién es Octavio?

Yo seguía deprimida después de no haber podido encontrar a Andrés.

—¡Octavio! Nos conocimos anoche en el bar gay.

Ah, ya lo recordaba. Ese joven tan apuesto. Pero, un momento, ¿acaso había escuchado bien?

-¿Matrimonio?

—Sí y acepté.

-¿Estás loca? ¿Qué pensó que eras cuando dijiste que sí? ¿Hombre o mujer?

-Eso importa poco. El sexo de uno no importa cuando se trata de amor verdadero. Mientras me ame, no debería preocuparse por si soy hombre o mujer.

—Estás loca. Abril, escúchame...

-Tienes que darme tu bendición.

Colgó antes de que yo terminara de hablar. Estaba haciéndolo de nuevo. Siempre se portaba como una tonta en cosas del amor. No pude evitar sentir que algo no estaba bien.

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