Un extraño en mi cama romance Capítulo 87

—Le sacaron las fotos los paparazzi mientras me compraba unas toallas sanitarias. Me matará cuando regrese y me vea.

-Tú no les pediste que le tomaran esas fotos.

—Pero es mezquino y tiene mal genio —repuse, me dejé caer al sofá y me quedé quieta.

-Pero Roberto te compró toallas sanitarias. Supongo que esta es una de esas cosas que sólo te toca presenciar cuando has vivido lo suficiente.

-Por ahora yo viviré el momento. ¡Cada minuto cuenta! -contesté.

De pronto recordé cómo había bajado las escaleras conmigo en brazos cuando pensó que había abortado. La sangré había abandonado su rostro por completo y se había visto como si hubiera entrado en pánico. Siempre parecía tranquilo e insensible a la presencia de los demás El pánico que lo había asaltado la noche anterior y la loca conclusión a la que había llegado sin pensarlo me aturdieron.

Abril me empujó levemente.

-¿En qué piensas? Pareces absorta.

—Oh. —Levanté la mirada, distraída—. Todavía no me lavo los dientes. Y tengo hambre.

-Nuestra cocinera hizo caldo de hueso. Le diré que prepare otras cosas para ti.

—Iré a lavarme los dientes.

-Está bien, sube y gira a la izquierda. El primer cuarto es el tuyo. Te lo guardamos.

A veces me quedaba a dormir en la casa de Abril cuando era niña y ese siempre había sido mi cuarto. Me refresqué y luego me puse una pijama cómoda. Cuando bajé, la señorita Soto había puesto un plato de caldo de hueso y algunas guarniciones en la mesa. Era del sur del país y sabía preparar toda clase de alimentos en escabeche; añadía pepinillos y un puñado de chiles preparados al caldo y lo convertía en un platillo dulce y delicioso. Comí feliz. Abril solía decir que la causa de la depresión muchas veces era el hambre y que había pocas cosas en este mundo que no se resolvían con una buena comida. Estaba a punto de comenzar mi segundo plato cuando el teléfono empezó a sonar. Miré hacia abajo y palidecí. Era Roberto. No podías escapar de la muerte después de todo. Le eché una mirada a Abril.

-¿Podrías contestar y decirle que estoy enferma?

-Está bien, pásame el teléfono —respondió, lo tomó y contestó. Las bocinas de mi teléfono eran potentes, pude escuchar a Roberto desde donde estaba sentada.

—Isabela —su voz surgió del teléfono cual salida del infierno. Era como el dios de la muerte que venía a cosechar mi alma.

—Roberto -gritó ella—, Isabela está enferma. Está dormida.

-No me importa. La desentierras, aunque esté muerta — dijo en tono espeluznante.

-De verdad está enferma. No tienes corazón.

-Dile que sé que está en tu casa. Si no contesta enseguida, iré yo de inmediato.

Tomé el teléfono de manos de Abril y lo presioné contra mi oreja.

-Soy yo.

—Isabela —dijo fantasmal.

—Sí, aquí estoy.

-Debo ir a una fiesta en yate y vendrás conmigo.

-¿Qué?

No mencionó nada sobre las fotografías. En lugar de eso, me hablaba de una fiesta en yate. Por un momento quedé anonadada.

-Arréglate un poco. Le diré a alguien que te lleve ropa si no tienes nada apropiado. Te recogerán a las diez. El evento durará dos días.

Y colgó antes de que pudiera procesar lo que acababa de decir. Miré a Abril con una expresión perdida en el rostro.

-¿Qué dijo el diablo? -preguntó.

-Me ordenó que fuera con él a una fiesta en yate. ¿Qué es eso?

-Básicamente, algunos riquillos sacan sus yates y hacen la fiesta. A lo mejor se consiguen a un grupo de modelos para que los acompañen. Es sólo otra fiesta ostentosa, sólo que «fiesta en yate» suena mejor.

—¿Debo usar traje de baño?

-Esto depende de ti, aunque sí debes llevar algo descubierto.

-Pero tengo el periodo, ¿cómo voy a hacer eso?

—¿Estará haciéndolo a propósito? Llevarte al mar cuando sabe que tienes tu periodo. Le daré una buena regañada cuando se vuelva a aparecer.

—Ahórratelo -dije yo. Justo cuando me preocupaba sobre qué ponerme, me llamó Santiago. Sonaba amable al teléfono.

-Señorita Ferreiro, le enviaré algo de ropa.

-No hay necesidad. Yo... -Quería decirle que estaba en una situación delicada y no podía ir a la fiesta, pero luego recordé lo difícil que podía ser Roberto. En realidad, no era necesario complicarle las cosas a Santiago-. Usaré algo de Abril.

-Se adelantó.

Genial. Al menos no tendríamos que estar juntos durante todo el viaje; aquello significaría tres horas menos en su compañía. Quería prepararme para lo que viniera.

-¿Roberto está de mal humor?

—No realmente -me dijo sonriendo.

-¿No leyó las noticias?

—¿Qué hay en las noticias? -preguntó.

Recurrí a mi teléfono y comencé a explorar las noticias. No pude encontrar ni un artículo sobre el escándalo. Tal vez su equipo de relaciones públicas los habían eliminado.

Recé para que no las hubiera visto.

Santiago tenía un carácter gentil. Estar en su compañía se sentía mucho mejor que estar con Roberto. Cada vez que compartía carro con él, podía sentir la pesadez en el aire, la tensión era sofocante. Santiago no era muy hablador, y yo aproveché la oportunidad para dormir un poco. Llegamos justo cuando desperté. Santiago me ayudó a sacar mi maleta y me dijo amablemente:

—Hay algunos productos de belleza que la protegerán del sol, así como algunos suplementos. Por favor, no olvide utilizarlos.

—Señor Galindo, qué considerado.

-El señor Lafuente me indicó que se los preparara.

¿Por qué no lo creí? ¿Es que Roberto habría pensado en ello?

-¿No vendrás con nosotros?

—No, tengo algunos asuntos personales qué atender. Pedí el día libre.

Tal vez ya lo conocía lo bastante bien, y por eso no pensé al preguntarle de forma casual:

-¿Qué clase de asuntos personales?

Era una pregunta casual, y él pudo no contestar, pero lo hizo.

-Es una cita.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un extraño en mi cama