Un extraño en mi cama romance Capítulo 97

Intenté forcejear. Él abrió la regadera.

-Detente o te mojaré con la regadera. Tendrás que ducharte otra vez.

Era un momento difícil del mes para mí. No podía volver a mojarme. Aún me dolía el estómago por el baño helado que me había dado en el mar. Encontré un banquillo y me senté. Roberto se desvistió y se metió a la ducha. Me volteé y miré hacia otro lado. Puede que me dolieran los ojos por ver tanto tiempo su figura desnuda. Él siguió hablándome.

-Isabela.

-¿Qué? -dije en tono hosco.

-Pásame el jabón.

-¿No hay gel de ducha ahí?

-No uso el que tienen en los barcos. Hay jabón de leche de cabra en mi maleta. Pásamelo.

Era muy quisquilloso. Un hombre adulto tan melindroso como una mujer. No tuve opción más que levantarme, salir del baño y abrir su maleta. Estaba llena de ropa y accesorios. Qué hombre tan vanidoso. Encontré el jabón y saqué también un juego de pijama. Volví al baño y le pasé el jabón con los ojos cerrados. Él no lo tomó.

—Abre los ojos o te jalaré.

-¿Acaso eres un exhibicionista?

Se echó a reír y tomó el jabón de mi mano. Apenas pasaron dos minutos cuando volvió a llamarme.

—Isabela.

—¿Ahora qué?

-Hay un mosquito en la ducha.

-¿Y qué?

-Ayúdame a sacarlo.

—Roberto, no me pongas a prueba. —Apreté la quijada y me volteé. Estaba parado completamente desnudo frente a mí. Me cubrí los ojos deprisa. -¡Se me van a quemar los ojos!

-Te prometo que no. Baja las manos.

—¿Eres un pervertido?

-¡Sí!

Sonó encantado cuando dijo eso. Me di cuenta de que Roberto se ponía especialmente feliz cuando me fastidiaba. Debe ser uno de los placeres de su vida. Sin embargo, de vez en cuando la imagen de su pálido rostro se aparecía en mi mente. Pareció extremadamente preocupado. Creí que nada en este mundo podía causarle eso. Por fin terminó de ducharse, pero rechazó el pijama que le había traído.

-No quiero usar esto.

-Bueno, entonces puedes salir desnudo.

Mi amenaza falló. Se salió de la ducha completamente desnudo. Apresurada, lo envolví con una toalla.

—Aunque tú no quieras, yo quisiera conservar mi sentido del pudor. ¿Por qué trajiste esa pijama si no quieres usarla?

-Santiago la empacó.

-¿Tienes otra?

-En la maleta. ¿No la viste? Creí que tenías ojos enormes.

Me atraganté de rabia. Sin importar lo que yo hiciera, él tenía que decir algo hiriente. Salí del baño y encontré en la maleta la otra pijama. Se la aventé. Después de cambiarse, se sentí frente al tocador y dijo:

-Ayúdame a secarme el cabello.

Deseé poder molerle la cabeza con la secadora. ¿De qué cabello hablas? Llevaba el cabello a rapa. ¿Qué caso tenía

secarlo?

—Entonces, déjame ayudarte a secar el tuyo -dijo y me sentó en la silla.

Encendió la secadora. No esperaba que fuera tan cuidadoso al hacerlo. El aire que salía de la secadora estaba caliente y era relajante. No se sentía incómodo. Mientras el aire caliente me secaba el cabello, me fui adormilando. Demasiadas cosas habían sucedido a lo largo del día. Estaba exhausta. De repente, me puso la palma de la mano junto a la cara. Lo miré pasmada.

-¿Qué?

—Recarga la cabeza en mi mano si tienes sueño.

Le jalé la mano con incredulidad.

-¿Estás escondiendo algo afilado ahí? ¿Se me va a encajar algo si pongo la mejilla en tu mano?

—¿Crees que soy ese tipo de persona?

—Creo que eres mucho peor —le dije.

-¿Ah, sí? No leo ese tipo de novelas. ¿Cómo son? ¿Son romances entre directores de empresas?

-Así es. Son sobre dos directores que se casan y tienen hijos —dije a propósito para intentar engañarlo—. Dos directores.

—¿Cómo pueden dos hombres tener hijos?

-La ciencia y la tecnología se están volviendo más avanzadas. Ya no es imposible que un hombre dé a luz a un hijo.

Roberto me tomó del brazo y dijo:

—Ven, acuéstate conmigo un rato.

Me llevó a fuerzas a la cama, me abrazó y nos cubrió con las sábanas. Yo no tenía el más mínimo interés de compartir la cama con él pero me había empapado la cama, así que no iba a poder dormir en mi propia cama esta noche. Me recosté junto a Roberto. Podía sentir que me movía al compás del océano. Antes estaba agotada pero ahora que estaba en cama, no podía dormir. Roberto estaba rodeado por el placentero aroma del jabón de leche de cabra. Se parecía al olor de los bebés. Le hice una pregunta:

—¿Por qué me salvaste?

-Fue instinto -respondió sin pensar.

—No eres salvavidas, ¿de qué instinto hablas?

—El instinto de salvar a la gente. Soy un héroe innato.

No pude creer que tuviera el descaro de llamarse así. Mucha gente decía que era un demonio del infierno, el mismísimo diablo. Esos nombres le quedaban mejor.

-Isabela -volvió a hablarme.

-¿Mmm?

—Esta tarde arrojaste a José por la espalda. ¿Es algo que Abril te enseñó para defenderte de los pervertidos?

-Sí.

-¿Y si -dijo mientras se volteaba de lado y me agarraba; nuestra nariz se tocaba— un hombre te tomara así? ¿Qué harías?

No era una pregunta que pudiera responder con facilidad. Mi respiración se agitó sin ton ni son.

-¿Por qué alguien me haría eso? Tú eres el único que lo haría.

-¿Y si algo así pasara? ¿Qué harías?

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