Una humana para el rey romance Capítulo 36

-¿A dónde vamos? - preguntó por tercera vez Junior. La confusión lo consumía y no dejaba de preguntarse dónde estaba Yanet. Caminaban por el bosque, solo se veían árboles, el cielo estaba nublado y truenos sonaban a lo lejos.

-Ya lo verás pronto, falta poco - susurro Leopoldo

-No entiendo. Tú sabes dónde está Yanet y no le dijiste nada a tu primo, ¿por qué? - preguntó Junior

-Cosas mi querido Junior. Muchas cosas - sonrió descaradamente. Y a Junior un escalofrió lo invadió

-¿Cosas? - nuevamente susurro Junior

-Es muy curioso Junior, con razón Yanet te ama tanto. Pero su locura la consume - comento Leopoldo, su plan estaba saliendo a la perfección

-Es el odio - susurro Junior - realmente es mi culpa, yo fui el culpable de lastimarla, la dejé sola, a ella y a mi hijo. Los dejé solos

A lo lejos visualizaron una cabaña, sus ventanas rotas, su tejado lleno de hojas secas.

-¿Aquí es? - preguntó Junior con cierta duda

-Calla, pronto lo sabrás - ambos entraron a la cabaña. Dentro la suciedad se apoderó del lugar, todo relucía viejo, pero algo era extraño. Era como si aquellos vidrios rotos hayan sido hechos recientemente.

-¿Sabes cuál es mi propósito en la vida? - Leopoldo yacía en medio de la sala, miraba atentamente un cuadro rasgado donde relucían dos niños riendo tomados de la mano.

-No - susurró suavemente Junior

-Acabar con todo - sentenció Leopoldo

-¿Qué? - tal vez era la angustia, pero el aura de Leopoldo mostraba un lado oscuro. Como si él también tuviera odio.

-Acabare con el reino, con mi padre, con mi querido primito y reinaré sobre el caos. Y tú - giró mirando a Junior para luego señalarlo con un dedo - También me ayudarás y mucho - susurró Leopoldo para luego soltar una gran carcajada

Las ventanas tronaron, un humo negro invadía el lugar.

Y muchas voces.

Muchas.

Susurrando.

Pidiendo ayuda.

Ahogándolo en una desesperación.

"Al fin"

"Junior"

"Ayúdame"

"Y a Yanet"

"Junior"

Junior intentaba taparse los odios, quería callar las voces. Sus manos quemaban, le temblaban las piernas.

Y Leopoldo solo sonreía.

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