Pov Noel
—¡Aaaaaaaaahhhhhh!
—Una vez más, una vez más, ¡ya lo va a lograr! —lloro de dolor.
—Aaaaahhhh aaaaaaaaaaaaahhhhh por favor…., por favor…
—Vamos, vamos, ya falta poco. Solo una vez más, usted puede.
—Ah ah ah —sujeto la mano del enfermero y la aprieto con todas mis fuerzas mientras siento mi cuerpo quebrarse— No puedo, ya no puedo, no puedo
—Tranquila, tranquila, ya está a punto de lograrlo.
—No…, no puedo —sentía desvanecerme.
—No se duerma, no se duerma, míreme…
—No… no pue…
—¡Venga! ¡Venga aquí! ¡No se duerma! ¡Vamos! ¡Una vez más! —escuchaba gritos en la sala de partos mientras mis ojos me pesaban cada vez más y ya solo quería cerrarlos por completo para no sentir más dolor.
—No…
—¡Su nombre! ¡Dígame su nombre!
—Mi…
—¡Vamos! ¡No duerma! ¡Usted puede! ¡Ya falta casi nada! ¡SU NOMBRE! ¡GRITE SU NOMBRE!
«¿Mi nombre?», me pregunto en silencio al mirar los rostros de preocupación de todos aquellos que me rodeaban.
—¡VENGA! ¡GRITE EL NOMBRE! ¡USTED PUEDE!
«Su nombre…, su nombre…, el nombre de ella», pienso; y sonrío a la vez que siento una enorme paz invadirme.
—¡EL NOMBRE! ¡UNA VEZ MÁS! ¡NO SE PUEDE DORMIR! ¡NO PUEDE DEJAR A SU BEBÉ!
«¡NO! ¡NO PUEDO DEJARLA!», grito en silencio al volver a abrir mis ojos por completo y gritar.
—¡NOMBRE!
—¡VALENTINAAAAAAAAAA! —grito con todas mis fuerzas.
—¡Puje! ¡Puje una vez más!
—¡Valentina! AAAAAAAHHHH AAAAAAAAHHHHH —me retuerzo de dolor—. ¡Valentinaaaaaaaaa!
—¡LA TENEMOS! ¡LA TENEMOS! ¡YA ESTÁ! ¡LA TENEMOS! —grita el médico.
Mientras tanto, yo trato de mantener mis ojos abiertos, los cuales habían empezado a pesar nuevamente, y de pronto… veo un muy pequeño cuerpecito siendo entregado a una enfermera. Al verlo, reconozco quién es. Es ella…, es ella…
«Mi Valentina»
«MI Valentina», repito cuando, sin esperarlo, escucho su llanto, el cual reconozco al instante.
Ante ello, cierro mis ojos muy fuertes y la acompaño de la misma manera. Lloro a mares por la inmensa felicidad que sentía y por la angustia de no saber qué le esperaba a ella a mi lado, ya que ni siquiera tenía un lugar en el que vivir; sin embargo, ahora no era el momento de pensar en eso.
—Va… Valentina —musito al extender uno de mis brazos hacia ella.
—En un momento, estará con usted —me tranquiliza el enfermero que, durante todo el parte, había sostenido mi mano—. Ya la traen, solo unos segundos más
—Gracias… —susurro con las pocas fuerzas que me quedaban— gracias…
—Tranquila… —sonríe; y yo también lo hago— no hay nada que agradecer
—Gracias… —repito una vez más y, de repente, ya tengo a una enfermera a mi lado con mi hija en sus brazos.
Ella me la entrega y yo la recibo para apegarla a mi pecho. Ella estaba llorando mucho; sin embargo, cuando la acerqué a mí, empezó a tranquilizarse y dejar de llorar.
—Valentina…, mi Valentina…
—Una hermosa y fuerte bebé —señala el médico; y yo sonrío sin dejar de mirarla a sus pequeños ojitos (los cuales estaban cerrados).
—Mi bebé…, mi hermosa bebé…, mi Valentina —musito al admirarla y continuar llorando.
Después, a ambas nos separan y a mí me llevan a una habitación. No sé a qué hospital me habían traído cuando empecé mi labor de parto, pero, definitivamente, la cuenta me saldría muy cara. Tanto así que ni siquiera podría cubrirla con el trabajo de toda mi vida. Parecía ser una clínica muy exclusiva y eso me preocupaba, ya que no me dejarían salir sin pagar la cuenta.
—Mi bebé. ¿Me pueden traer a mi bebé?
—Sí, señora. Claro que sí, pero antes, unos señores le quieren hacer unas preguntas.
—¿Señores? —interrogo angustiada; y creo saber quiénes son.
—Sí, es muy importante.
—Luego de eso…, ¿me traerán a mi bebé?
—Claro que sí —contesta la enfermera y me sonríe.
Acto seguido, se va y, a los segundos, entran dos policías.
—Buen día, señora
—Buen día…
—Me presento, soy el detective Mills y estoy aquí para hacerle unas preguntas.
—Cla… claro —susurro al mirarlo fijamente y sin mostrar nerviosismo alguno.
—¿Nos podría decir su nombre por favor?
—Marie —miento; y él toma nota.
—Bien, señorita Marie. Bueno…, usted fue encontrada en medio de un callejón y en labor de parto…
—Sí…, lo sé
—Y con lesiones en el cuerpo. Nos podría contar, ¿qué sucedió? —pregunta; y yo me quedo en absoluto silencio—. Señorita, la queremos ayudar.
—Sí, oficial
—¿Nos puede decir qué pasó?
—Asaltantes —vuelvo a mentir.
—¿Asaltantes?
—Sí…, acababa de retirar dinero, usted sabe…, por las fiestas de Navidad. Quería comprar regalos y, de repente, sentí que me seguían —le cuento; y él me escucha atento mientras su compañero toma nota—. Tuve tanto miedo que quise esconderme y no sé cómo llegué a meterme por un lugar sin salida. Me resistí y… ya ve…
—Entiendo —articula al observarme con duda.
—Ahora ni siquiera respetan a una mujer embarazada.
—Sí, ya veo —musita desconfiado, pero yo no me inmuto.
—¿Algo más en lo que le pueda ayudar oficial?
—Sí, señorita Marie… ¿qué perdón?
—Marie Martins
—Bien, señorita Martins. ¿Alguien a quien podamos llamar?
—Sí, a mis padres y mi esposo. Deben estar muy angustiados —finjo preocupación.
—¿Nos daría sus datos de contacto?
—Sí, ¿puedo ver a mi hija?
—Ya la han ido a traer, no se preocupe. ¿Me daría los datos?
—Claro que sí —contesto con normalidad y le empiezo a dictar datos falsos.
—Bien, entonces nos pondremos en contacto con sus familiares.
—Sí, por favor —derramo una lágrima.
—¿Se siente usted bien?
—Sí, es solo que recuerdo el momento y… Dios… solo quiero ver a mi bebé
—No se preocupe —me sonríe—. La traerán y llamaremos a sus familiares; no se preocupe.
—¡YA! —exclama al quitármela.
—¡NOOOOOOOO! ¡MI HIJAAAAA! ¡NOOOOO! ¡SUÉLTENME! ¡SUÉLTENMEEEEE!
—Lo siento, señorita Noel —me dice otro.
—Por favor, por favor, no —suplico cuando me apunta con su arma—. Por favor
—No me hubiese gustado, pero son órdenes del señor.
—Por favor, no. Mi hijaaaa —lloro con descontrol.
—Ella estará bien
—¡NO! ¡MENTIRA! ¡USTED SABE QUE NO!
—¡Markham! ¡Termina el trabajo ya!
—Por favor, Markham, no…
—Lo siento, señorita Noel. Órdenes son órdenes y, esta vez, vienen no solo del señor, sino del jefe.
—Por favor.
—Fue un gusto, señorita Noel
—Por favor, Markham —suplico al mirarlo a sus ojos—. Usted me debe un favor —le recuerdo de pronto, cuando ya todos han subido a la camioneta.
—¡MARKHAM! —le grita uno de adentro.
—Dijo que me debía una. Lo quiero cobrar ahora…
—Señorita, son órdenes del jefe.
—FUE SU PALABRA, MARKHAM —digo entre dientes al seguir llorando—. Por favor. Por mi hija…, por su hija… —preciso; y él baja un poco su arma.
—¡MARKHAM!
—¡YA VOY! ¡SOLO ME DESPIDO DE LA SEÑORITA!
—¡HAZLO YA!
—Markham, por favor
—¿Qué quiere? —musita entre dientes.
—Vivir —pido segura.
—Creí que quería algo para su hija.
—Lo hago por mi hija. Al menos quiero verla crecer desde lejos. Por favor, Markham
—Señorita
—Me la debe Markham… AAAAHHH —grito de pronto, al sentir un fuerte dolor en el vientre cuando, de repente, veo sangre.
—Señorita
—Cuide a mi hija —digo preocupada al mirarme—. Es lo único que le pido ahora, que solo cuide a mi hija —digo entre llantos al ver que mi situación era grave.
—Señorita —me mira triste.
—Váyase ya y cuide mucho a mi hija por favor. Cuídela, que nada le pase.
—Señorita
—Se la encargo, Markham —articulo con las pocas fuerzas que me quedan y siento desvanecerme.
Caigo al suelo y con mis ojos entrecerrados, veo la imagen del hombre cuando, de repente, oigo un fuerte disparo y yo siento más dolor.
—Va… Valentina —musito al ver la camioneta negra marcharse—. Va…, va… Valen… ti… na —termino de pronunciar.
De pronto, veo una difusa imagen de… un hombre.
«¿Los policías?», pienso y pierdo el conocimiento.
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