El pasillo no era muy amplio y nos encontramos cara a cara. Gael se sorprendió por un momento, luego se enderezó la ropa y explicó:
—Señorita Arias, vine a revisar a Rebeca. —Gael era el mejor amigo de Alvaro.-
«Dicen que solo tienes que ver la actitud del mejor amigo del hombre para saber si en verdad te quiere»
Aparte de su actitud, la forma en que se dirigió a mí era la prueba suficiente para saber que yo solo sería la «señorita Arias».
«¡Qué forma tan respetuosa de dirigirse hacia mí!»
Aprendí a no obsesionarme mucho en los detalles porque solo me darían dolor de cabeza. Forcé una sonrisa y le abrí camino, respondiendo:
-Mhmm, ¡adelante! -De vez en cuando, admiraba a Rebeca. Solo necesitaba sacar unas cuantas lágrimas
para recibir el apoyo que a mí nunca se me otorgaba, incluso después de toda una vida trabajando duro. En la habitación, encontré un traje que Alvaro nunca había usado y en algún momento, me lo llevé hacia la sala. Gael fue rápido en revisar a Rebeca. Luego de tomarle la temperatura y recetarle medicamentos, se preparó para irse. Cuando bajó las escaleras y me vio parada en la sala, me dio una sonrisa cortés.
—Es tarde. ¿No irá a dormir, señorita Arias?
—Mmm, me voy a dormir en un rato. —Le pasé la ropa que tenía en mis manos mientras declaraba-. Tu ropa está mojada y sigue lloviendo. Deberías cambiarte antes de irte o te vas a enfermar. -Quizás se sorprendió por mi gesto porque parpadeó sin decir nada por un momento. Luego, su rostro apuesto extendió una sonrisa.
Sacudí la cabeza.
-¡Ni lo menciones! —La había comprado para Alvaro, pero nunca se molestó en ponérsela. Al escuchar nuestras voces, Rebeca volteó a vernos y nos llamó.
-Samara, Gael. Ya despertaron. Alvaro hizo huevos para el desayuno. ¡Vengan a desayunar! —Hablaba como si fuera la dueña de la casa. Le lancé una sonrisa suave y pronto rechacé su invitación.
—Está bien. Compré pan y leche ayer. La leche sigue en el refrigerador. Deberías beber más porque te acabas de recuperar. -He vivido aquí por dos años. El título de la propiedad estaba a mi nombre y de Alvaro. Aunque siempre era obediente, era natural no soportar ver cómo alguien entraba a mi casa actuando como si fueran dueños del lugar.
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