Para ese entonces, Elisa ya estaba sentada en el auto de Guillermo. Raquel no se encontraba allí porque quería ir con Carlos y Siena. Mientras Guillermo conducía, la joven se encontraba sentada en el asiento del acompañante.
—¿Por qué no te pusiste el vestido que te regalé? —preguntó él mientras la miraba y le sonreía.
Ella se volvió para mirarlo.
—Esos vestidos no me quedan bien, así que elegí al azar entre otros dos que había en la tienda de modas. Te devolveré el que me regalaste cuando vuelva. Deberías dárselo a tus otras compañeras.
Guillermo emanaba un aura de simpatía que hacía sentir a gusto a los demás y, aunque Elisa no estaba familiarizada con él, también se sentía de esa forma cuando estaba a su lado.
—No tengo otras compañeras. Ahora tú eres la única —dijo él con el ceño fruncido.
La joven sonrió y se quedó en silencio.
Durante el viaje, él buscó temas para animar el ambiente, pero, al fin y al cabo, se entendieron al instante y conversaron de toda clase de temas. De hecho, parecía como si no hubieran tardado mucho en llegar al lugar.
Delante de la casa del señor Moreno había muchos autos estacionados, dado que había muchas personas invitadas a su banquete de cumpleaños. Algunas personas regulaban el tráfico y hacían esperar a los invitados en fila. Todos ellos iban con una acompañante; se saludaban y entraban juntos a la casa.
«¿Hizo una excepción?». Lo miraban con incredulidad mientras Elisa extendía su delgada y hermosa mano. Ante lo cual, él la tomó y la ayudó a bajarse del auto.
El vehículo estaba estacionado cerca de una esquina, así que nadie podía ver a Elisa mientras estaba dentro del auto. Sin embargo, cuando ella bajó del auto con un vestido azul, todos se quedaron atónitos. Tenía la espalda delgada y su cabello rojizo y ondulado se alzaba con el viento.
Tras cerrar la puerta, Guillermo le extendió el brazo y ella se quedó atónita, pero, aun así, puso la mano sobre él. El hombre bajó la cabeza y le susurró al oído:
—No tengas miedo. Estoy aquí contigo.
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