Julia se enfureció al escucharla.
—¡Mónica! ¡Escucha lo que acabas de decir! ¡Vete al piso de arriba ya mismo!
La mujer frunció el ceño; sin embargo, desafió a Julia y continuó hablándole a Elisa de una forma muy sombría:
—Estoy segura de que sabes la espantosa verdad sin que yo te la diga. Ahora tienes dos opciones.
—Continúe —insistió Elisa mientras levantaba las cejas.
Su indiferente respuesta enfureció aún más a Mónica; no obstante, esta creía que la joven entraría en pánico cuando escuchara lo que tenía que decir.
—Primero, finaliza el divorcio. A partir de ahora, serás una extraña para nosotros y no te daremos ni un centavo. Segundo...
—No gaste saliva. Escogeré la primera opción —la interrumpió Elisa bastante decidida, lo cual hizo que Mónica casi perdiera la paciencia. Luego, sonrió, pero ya no volvió a mirar a Mónica, en cambio, se dirigió hacia Julia—. Abuela, ya es tarde y no tengo intención de quedarme mucho más tiempo. Que tengas una linda noche.
Julia asintió.
—Está bien. Cuídate de camino a casa.
—Elisa Benedetti, llama a los medios de comunicación para pedir disculpas públicamente y diles que lo de hoy fue una broma. ¡Aclara que Grupo Weller no tiene nada que ver con esto y que no se divorciarán!
Elisa arqueó las cejas al escucharla. En cuanto se dio cuenta de que esa era la segunda opción, no pudo dejar de reírse entre dientes.
—Señora Weller, ¿no dijo que tenía dos opciones? Si es así, ¿por qué me pide que me disculpe? Me esforcé bastante para conseguir el divorcio. Si me disculpo ahora, ¿cómo seguiré con esto?
—Tú...
Mientras sonreía, Elisa se levantó de su asiento.
En cuanto Gabriel vio a Elisa, ni siquiera se inmutó. Solo la miró con severidad, pero, al ver que ella permanecía imperturbable, sonrió de forma sarcástica y la llevó a la fuerza fuera de la casa con una expresión sombría. Ella no quería que él la llevara a la fuerza, así que su expresión cambió de inmediato.
—¡Suéltame!
Sin embargo, sus palabras fueron en vano. Él siguió tirando de ella hacia un lugar donde no había nadie y, luego, la soltó con brusquedad; eso hizo que trastabillara. No obstante, Elisa recuperó el equilibrio con rapidez para no caerse.
—Estás enfermo —espetó con el ceño fruncido.
Eso fue todo lo que le dijo antes de darse la vuelta para marcharse, ya que no quería molestarse en decir nada más.
—¡Elisa!
La voz indiferente de Gabriel sonó a sus espaldas, pero ella no tenía intención de detenerse. Con una mirada sombría, se apresuró a ir tras ella, luego, volvió a tirarla del brazo y, sin esperar a que ella le contestara, la empujó contra la pared.
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