Elisa levantó la mirada de inmediato, pero no supo qué decir. Entonces, Gabriel se acercó a ella con mal humor y la ayudó a abrir la puerta. Julia notó que la joven estaba anonadada en el lugar y le dio un pequeño empujón.
—Niña tonta, ¿por qué estás aturdida? Ve y sube al auto.
—Abuela, se hace tarde. Deberías volver a la casa si ya nos vamos—dijo sonriendo luego de suspirar.
Una vez que Julia regresara a la casa, Elisa podría alejarse y llamar a un taxi. «Parece que tengo que comprar un auto lo antes posible».
Mientras tanto, Gabriel seguía malhumorado y no hablaba. Uno no podía dejar de preguntarse si Julia podía leer la intención de Elisa.
—Entraré cuando te vayas. Rápido, sube al auto —dijo la anciana sonriendo.
—¡Sube al auto! —dijo Gabriel enojado luego de perder la paciencia.
Elisa no tuvo más remedio que subirse, tras lo cual, el hombre cerró la puerta y le dijo a su abuela:
—Deberías volver a la casa.
—Basta de tonterías y súbete —dijo Julia impaciente y con el ceño fruncido.
Gabriel se quedó sin palabras. «¿Por qué la abuela me trata de forma diferente? ¿Acaso no soy su nieto?». Él no dijo nada; se subió al auto y se fue.
Había tanto silencio dentro del vehículo que se podía escuchar el sonido de la respiración. Elisa no quería hablar con él.
—Detén el auto —dijo ella cuando doblaron y Julia ya no los veía.
Su voz se escuchaba como una orden, por lo que Gabriel dijo en modo de burla:
—¿A dónde vas tan rápido? ¿Te escapas para encontrarte con otro hombre?
—¿Por qué no detienes el auto? No me digas que no quieres divorciarte y quieres llevarme a casa —dijo burlándose.
¡Ñiii! Detuvo el auto de golpe y Elisa sonrió al verlo lívido de la rabia.
—Si quieres divorciarte, hazlo más rápido, de lo contrario, no me culpes por haber cambiado de opinión. Seguiré molestándote y me aseguraré de que no puedas casarte con ella ni divorciarte de mí —comentó antes de que él pudiera decirle algo.
—Me voy, señor Weller —dijo alejándose despacio.
—¡Elisa! —exclamó apretando los dientes.
La mujer sonrió con desprecio y no se molestó en mirar atrás mientras doblaba y se iba por la senda peatonal. Dos horas después, Gabriel llegó a su empresa y, de repente, sonó su teléfono y atendió de inmediato.
—Jefe, salió de la colina y la seguí hasta su casa. No ocurrió nada en el camino y no se encontró con nadie.
Gabriel se puso serio al instante y tenía un brillo de odio hacia ella en la mirada. Se enojó aún más cuando recordó cómo se comportaba como si no quisiera tener nada que ver con él.
—No tienes que seguirla más.
—Sí, señor —respondió la otra persona atónita.
Gabriel finalizó la llamada furioso porque no quería volver a escuchar nada de ella, ya que eso solo haría que se enfadara aún más.
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