Elisa fue directo al baño tras llegar a casa; se sintió mucho mejor después de una ducha. Aunque también había vivido sola en el pasado, no era tan relajante como en aquel entonces. Antes siempre pensaba en Gabriel, pero, en ese momento, era libre de desarrollar su propia carrera. Al mismo tiempo, no podía evitar sentirse un poco deprimida al pensar en el pasado. «¿Por qué gasté tanta energía en esa basura?».
A medida que pasaba la noche, Elisa dormía profundo a pesar de tener un sueño ligero. Por otro lado, Gabriel daba vueltas en su cama. Había ido a la empresa después de salir de la mansión Weller y había trabajado un rato antes de irse a descansar. Por desgracia, no pudo hacerlo. En cuanto se acostó, comenzó a recordar la sonrisa burlona de Elisa, así que abrió los ojos con brusquedad y con una expresión despectiva y seria. Luego se levantó y le ordenó a su asistente que reuniera a la gente para una videollamada durante toda la noche para organizar el trabajo. No durmió en toda la noche y tenía un aspecto terrible, así que todos vieron lo aterrador que se veía en la pantalla y se quedaron callados; nadie se atrevía ni siquiera a bostezar, pero se preguntaban quién se había atrevido a molestarlo.
A la mañana siguiente, Elisa leía unos documentos en su casa cuando Carla la llamó.
—Iris, Guillermo Domínguez quiere verte. ¿Está... está bien?
Elisa lo consideró y sintió que no podía evitarlo para siempre, así que aceptó verlo.
Carla fue a buscarla media hora después y no pudo evitar sentirse algo preocupada.
—De todos modos, ¿estás preparada para verlo?
—Me vengo preparando hace mucho tiempo. —Elisa se sentó a su lado y parecía tranquila.
—¿Estás... estás segura de que puedes convencerlo de que confíe en ti? ¿No cuestionaron tu identidad cuando te reuniste con el Departamento Jurídico de su compañía? ¿Aún no sabe quién eres?
—No te preocupes. Lo sabrá pronto —dijo acariciándole el hombro.
Carla no sabía qué decir. No le quedó más remedio que rezar para que nada saliera mal. Enseguida, Elisa llegó al restaurante y vio a un hombre apuesto sentado en una mesa jugando con el teléfono. Llevaba un traje de alta calidad, confeccionado a medida que lo hacía ver una persona muy noble. Tenía una miraba gentil y muchos no sabían la crueldad que se escondía detrás de esos ojos. Los ruidos del juego sonaban de vez en cuando en su teléfono, lo cual lo hacía ver muy poco profesional.
—Señorita López, ¿por qué no explica esto? —preguntó con una sonrisa misteriosa.
Carla se aclaró la garganta y dijo con torpeza:
—Señor Domínguez, antes no tenía clara la situación de Iris, así que no pude explicárselo. Sin embargo, como aceptamos tomar su caso, ahora podemos revelarle algunos asuntos.
Guillermo entrecerró los ojos y se detuvo un momento antes de decir sin expresión:
—Entonces, ¿me está diciendo que la mejor abogada, a quien quiero contratar como sea posible, es la esposa de mi oponente?
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