Amor precipitado con un hombre frío romance Capítulo 1

-¿Debo... desnudarme yo primero? 0... ¿quieres que te ayude a quitarte la ropa? -preguntó Susana Suárez con cuidado mientras estaba de pie junto a la puerta del baño con una toalla alrededor del cuerpo.

Era su primera noche de matrimonio. Con un trozo de seda negra cubriendo sus ojos, el hombre que estaba sentado en la silla de ruedas sería su marido a partir de entonces.

De hecho, era la primera vez que lo veía. Las fotos no le hacían justicia en absoluto, puesto que estaba mejor en persona. Sus facciones bien definidas, incluyendo su nariz con un puente prominente, cejas oscuras y espesas, así como su alto y agradable físico -justo el galán de sus sueños.

Por desgracia era un hombre ciego sentado en una silla de ruedas.

Se decía que Pablo Marcos había nacido como portador de mala suerte. Cuando tenía 9 años, sus padres murieron, y cuando tenía 13 años su hermana también murió.

Cuando llegó a la edad adulta, sus tres prometidas murieron una detrás de otra.

Viendo que el hombre no contestaba, Susana pensó que no la había escuchado, así que lo repitió de nuevo.

—¡Aja! —Le quitó despacio la venda de seda negra que cubría sus ojos, el arrogante hombre le lanzó una mirada.

-¿Sabes con quién te has casado?

Notando la mirada helada en sus ojos, Susana dio un paso atrás por instinto. Su segundo pensamiento, fue que no tenía nada que temer -era ciego de todas maneras. «Pero entonces, ¿cómo puede tener una persona ciega una mirada tan intensa?». Puesto que Susana no había conocido nunca a nadie ciego, no estaba demasiado segura.

-Lo sé —respondió con honestidad a su pregunta.

Frunciendo su espeso entrecejo, él le preguntó: -¿No tienes miedo a la muerte? -Tras quitarse la venda de seda negra de los ojos, parecía incluso más arrogante y frío.

-No, no tengo miedo -contestó Susana mientras sentía como su corazón batía en su pecho. Observándolo, continuó incluso con un tono más decidido:

-Te lo debo, puesto que tú has salvado a la abuela. Mantendré mi promesa, con toda seguridad, te daré hijos y cuidaré de ti el resto de tu vida.

Tras observarla un momento, Pablo podía afirmar que su rostro estaba lleno de determinación. Un poco después sonrió:

—En ese caso, me puedes ayudar a bañarme.

Tras un momento de duda, Susana contestó: «Claro».

Desde el momento que prometió al Sr. Juan Marcos que se casaría con su nieto Pablo, nunca pensó en retractarse de su palabra. Tras registrar su matrimonio, ella sería oficialmente su esposa. Considerando que su marido era una persona discapacitada, debería ser su tarea como esposa ayudarlo a darse una ducha.

-Prepararé el agua entonces -dijo Susana mientras su pequeña figura se podía ver entrando en el baño.

Contemplando su espalda, Pablo frunció el entrecejo. Por si acaso, había contratado a alguien para que investigase su entorno. Curiosamente estaba tan limpio como la patena. Por el bien de las facturas del hospital de su abuela, esta campesina había aceptado casarse con él, una persona con la reputación de traer la mala suerte a los demás.

Sus tres primeras prometidas eran jóvenes señoritas de la alta sociedad que habían nacido en familias ricas y reputadas de la ciudad de Minanegra. Sin embargo, una tras otra fueron asesinadas antes de la boda. Por tanto, Pablo se preguntaba cómo alguien tan tonto e inocente como Susana había podido sobrevivir hasta ahora.

«Quizás parece demasiado tonta, lo que explicaría por qué ellos no se han molestado en ponerle un dedo encima. O quizás, solo está actuando».

Mientras Pablo estaba absorto en sus pensamientos, escuchó el sonido de la puerta del baño abrirse. Alzando la mirada, sus ojos brillaron con una pizca de asombro, mientras una delicada mujer caminaba despacio desde el baño, que ahora estaba lleno de vapor. Su pelo largo y sedoso color ébano también estaba mojado por el vapor, incluso había gotas de vapor en sus clavículas. En ese momento, la toalla de baño que estaba enrollada a su cuerpo con fuerza estaba mojada, lo que acentuaba su ligera figura.

-Dame un segundo. —Mientras, se agachó y sacó una bolsa de debajo de la cama. Después, abrió la maleta y vio toda una gama de lencería ordenada. Sacando un conjunto de encaje color marfil, le arrancó la etiqueta y se lo puso.

Asumiendo que Pablo era incapaz de verla, se cambió justo delante de sus ojos. Sin embargo, todos sus actos ¡nocentes tuvieron un significado diferente ante sus ojos. Se preguntaba si lo había hecho a propósito para comprobar si era ciego de verdad.

-Ejem... -Una vez que Susana se hubo cambiado, se acercó a Pablo y empujó la silla de ruedas hacia la puerta del baño. Sujetando a Pablo con una mano, empezó a quitarle la ropa al entrar en el baño.

—Avísame si te duele. Reduciré la presión.

Pablo se había quedado sin habla, mientras, Susana trabajaba con ahínco. Antes de casarse con Pablo, ella había estado cuidando a su abuela durante un tiempo. A la hora del baño, su abuela disfrutaba mucho cuando ella le frotaba la espalda y decía que le ayudaba a dormir mejor por la noche. Del mismo modo, Susana pensó que a Pablo también le gustaría.

Mirando hacia la bañera, frotó cada centímetro de su cuerpo. Aunque estaba frotando con todas sus fuerzas, Pablo solo sentía como si le hiciera cosquillas. Entonces de nuevo, podía decir que era seria y diligente de verdad en su trabajo, mientras el sudor empezaba a aparecer en su frente.

Frunciendo el entrecejo, Pablo empezó a dudar si no la habría entendido bien. «¿Qué malas intenciones podría esconder en la manga una joven señorita tonta e inocente?».

-Ejem... -Tan pronto como hubo frotado todas las partes de su cuerpo, Susana señaló a esa zona específica y le preguntó con el rostro encendido:

—¿Necesitas que te lave ahí también?

—¿Tú qué crees? -le preguntó Pablo como respuesta mientras la miraba con intensidad.

Tras meditarlo un momento, Susana dijo:

—Supongo... que debería también. —De modo que cogió la tela y se puso a la tarea...

Sin avisarla, el hombre la cogió de la mano y la detuvo de ir más lejos. El ambiente se volvió silencioso y grave.

—¿Cómo se supone que voy a lavarte si me sujetas la mano así? -preguntó Susana con una mirada ¡nocente en la cara. Poco sabía ella que hubiera sido un pequeño desastre si aquel trozo de tela se hubiera usado para su destino.

—Fuera —pidió el hombre de una manera fría.

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