Sujetando la silla de ruedas, las manos de Susana temblaban un poco. Tras escuchar las palabras de Pablo, Susana pudo empezar a darse cuenta de que, desde el momento que habían llegado a la Mansión Marcos, no hubo ninguna sirvienta que los saludara.
Bajo la luz de la luna, ella miró la cincelada buena apariencia de Pablo y tuvo lástima de él. Su primo Guillermo, lo molestaba por ser discapacitado y molestaba a su esposa justo delante de sus ojos. Cuando se acercaron a su tío y a su tía ellos se burlaron de él e incluso no se preocuparon de dirigirle una mirada. Y su abuelo...
Con anterioridad, Susana pensó que Guillermo lo defraudaba. De otro modo, no le habría metido prisa a Pablo para que se casara. Luego, de vuelta en la Mansión Marcos, se dio cuenta de la mirada helada Juan. Por tanto, ella pensó que Juan tampoco estaba muy orgulloso de él.
Con esto, ella sintió un dolor en el corazón: «Pablo había perdido a su familia cercana desde muy joven y sus parientes no eran muy amables con él... debía haberse sentido de un modo terrible, ¿verdad?» casi por instinto, ella alargó sus manos temblorosas para tocar las manos frías de él.
Sintiendo su toque repentino, las manos del hombre temblaron un poco.
Una vez que Susana recuperó la cordura, apartó las manos rápido como si ardiesen, pero con un tono decidido, declaró:
—Desde ahora, yo soy tu familia y me quedaré contigo.
Hubo una mirada de sorpresa en las facciones refinadas de Pablo mientras la observaba a través de la tela de seda negra.
Viendo que él no contestaba, Susana pensó que no la había oído, así que lo reiteró incluso con un tono más decidido.
-Entiendo que solo llevamos casados un día, pero... yo soy diferente de ellos. Incluso, aunque de verdad seas un portador de mala suerte, no tengo miedo a la muerta.
Estaré contigo hasta el final.
Sonriendo con suavidad, ordenó:
-Ven aquí.
Obedeciendo su orden, Susana se acercó a él y la arrastró a sus brazos. Sintiendo el suave aliento del hombre en su cuello, Susana sintió que su corazón latía sin control. Con una de sus manos alrededor de la cintura, con la otra acariciaba su pelo alrededor de sus orejas.
—¿Lo dices de verdad? ¿No tienes miedo?
Bajo la resplandeciente luz de la luna, Susana podía sentir su corazón correr mientras Pablo la abrazaba sentado en su silla de ruedas. Con los ojos cubiertos por la tela de seda negra, ella miraba su perfil y lo encontraba peligrosamente atractivo de muchas maneras.
Sintiendo como sus mejillas se sonrojaban, Susana estaba saltando de alegría sabiendo que este hombre encantador y atractivo era su marido desde ayer. Ésta debía ser su
bendición.
Vista bajo la plateada luz de la luna, la mujer con su rostro sonrojado se veía atractiva y adorable.
-Estando conmigo, ¿no tienes miedo a la muerte? — repitió Pablo con su voz ronca.
Estás palabras sonaban como un guión familiar de la serie CSI, pero de alguna manera, por la forma en que Pablo lo decía, Susana sentía la soledad en su voz y no podía evitar sentir pena por él. Asintiendo, los ojos de Susana brillaron con claridad.
-No tengo miedo. —Tres de sus prometidas habían muerto, pero ella se las había arreglado para casarse con él, probando que ella ¡tenía la suerte del diablo!
Percibiendo pura inocencia en sus ojos que no estaban contaminados por ningún rastro de maldad, Pablo suspiró fuerte:
—¡Chica tonta!
Antes de que Susana pudiera verificar si la frase «chica tonta» era un cumplido o un insulto, la sombra de una figura salió enojada de la Mansión Marcos.
—¡Pablo Marcos! -gritó Guillermo mientras caminaba hacia ellos enojado.
Con el pelo desaliñado y la ropa desordenada, Susana pudo ver que su cara todavía estaba cubierta de cenizas, y la señal de un bofetón marcaba su cara.
Dándole a la silla de ruedas de Pablo un buen empujón, Guillermo gritó:
-Sabía que había algo malo. Siempre estás dócil y callado, pero de repente me tomas el pelo y me alientas para empezar una pelea con los Aguirre. Ahora ellos han montado una escena, y el abuelo no ha tenido más remedio que confiscarme la compañía que me dio, todo por el bien de la reputación de la familia. ¡Put... ciego! ¡Me has engañado!
Con una mueca, Pablo dijo con frialdad:
-Guillermo, si sabías que tenía malas intenciones, ¿por qué has caído en la trampa? ¿Eres tan idiota como para no darte cuenta de que no deberías enfrentarte a ellos? Quizás eres imbécil de verdad para darte cuenta solo cuando te han largado.
Con la ira fluyendo a través de Guillermo como la lava, ¿cómo podía aguantar la indiferencia y la tomadura de pelo de Pablo? Así que le dio unas cuantas patadas fuertes a la silla de ruedas de Pablo, haciendo que la silla se bamboleara de un lado a otro.
Estupefacto, Guillermo preguntó:
-Sus tres prometidas...
—Fui yo.
En la oscuridad, Cristian encendió un cigarrillo y le dio una calada.
—No bajes la guardia. Tu abuelo aún lo mima.
Mientras tanto, Susana continuó empujando la silla de Pablo todo el camino. En condiciones desesperadas, el sinuoso camino del jardín no parecía tan complicado después de todo. Tras un rato corriendo a tumba abierta, se las arreglaron para encontrar el camino de salida.
Cuando estuvo segura de que Guillermo no iba tras ellos, se arrodilló junto a la silla de ruedas. Respirando con dificultad, pensaba que nunca había sentido tantos nervios desde hacía mucho tiempo.
-Gracias -dijo el hombre que estaba sentado en la silla de ruedas mientras le pasaba una botella de agua mineral.
Cogiendo la botella, dio unos buenos tragos de agua y se sintió refrescada. Secándose el sudor de la frente, lo miró:
-Creo que he corrido demasiado rápido, ¿te he sacudido mucho?
Retrepándose en la silla, hombre rió:
-Creo que voy a tener ampollas en el culo.
Asombrada, le preguntó con timidez:
-¿De... verdad?
—¿Quieres comprobarlo?
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Amor precipitado con un hombre frío