Recuperando la compostura, Susana se apresuró a recuperar el móvil y le sonrió:
-¿Jaime trabajas aquí?
Una sonrisa se extendió por su resplandeciente rostro y estiró la mano para acariciar su cabeza con cariño:
—¿Aún eres tan descuidada? ¿Cuántos años tienes?
-Ya tengo veinte —respondió ella guiñando el ojo con rosto serio.
Riendo, él dijo:
-¿Qué te ha traído por el hospital?
Señalando a la habitación detrás de ella, contestó:
-Mi amiga está charlando con su primo ahí.
Jaime echó un vistazo rápido a la hora: -Es la hora de almorzar y tu amiga podría tardar todavía.
Voy a almorzar ahora, ¿podría comprar Invitarte a almorzar?
Tras un momento de contemplación, llamó a la puerta e informó a Helena:
—Me voy ya.
Con una leve risa, Jaime caminó delante y Susana lo siguió en silencio.
Todo empezó en su segundo año de instituto cuando su admiración por Jaime aumentó. Ese año su abuela cayó enferma y se desmayó de repente cuando fue a visitarla al instituto. Después fue Jaime el que corrió a darle los primeros auxilios y la llevó en brazos todo el camino hasta el hospital más cercano.
Era un día soleado, cuando se quedaron en la entrada del hospital, él le contó que era estudiante de medicina. No solo eso, compartió con ella sus conocimientos para cuidar de su abuela.
Era la primera vez que ella se interesaba por un hombre y fue también el factor motivador para que ella se involucrara en la escuela de medicina. Lo hizo para asistir a la misma escuela que él y seguir el camino que él había seguido. A pesar de eso, no tuvo el valor de buscarlo cuando ese deseo se hizo realidad.
La última vez que lo vio fue en su último año de instituto. En esa ocasión le dio palabras de aliento.
Llevándola a un pequeño y limpio restaurante, le preguntó:
-¿Qué quieres comer? -Sin su bata blanca Jaime estaba incluso más guapo mientras ojeaba el menú—. Si me acuerdo bien, te gusta la comida dulce, ¿verdad?
—Sí —murmuró Susana, hacía mucho tiempo desde la última vez que se vieron y estaba tan nerviosa que su voz temblaba.
De repente sonó su móvil, era un número desconocido. Excusándose, cogió la llamada.
—¿Dónde estás?
La voz fría e indiferente del teléfono le sonó un tanto familiar y sus cejas se fruncieron:
-Tú eres...
-Pablo.
-¿Cómo has conseguido mi número? -exclamó ella asombrada.
—¿Es tan sorprendente? —Su voz indiferente viajó a través de la línea hasta sus oídos.
—Ven a casa y come conmigo.
Boquiabierta, lanzó una mirada torpe a Jaime que aún estaba estudiando el menú frente a ella.
-¿Podría... ir a casa un poco más tarde?
No podía irse justo recién sentada, cuando el superior, al que no había visto en mucho tiempo, le había ofrecido invitarla a almorzar.
El otro lado de la línea estuvo silencioso unos segundos antes de decir:
-Diez minutos.
—Vale.
—¿Es tu novio? —preguntó Jaime con una sonrisa cuando colgó.
—No es mi novio. —Sacudiendo la cabeza avergonzada, añadió-: Es mi marido.
La sonrisa de su cara se heló y le llevó un rato antes de que sonriera de una manera autocrítica.
-¿Te has casado tan joven? ¿Cuándo ocurrió?
-Justo... ayer.
La mirada autocrítica de sus ojos se ahondó y se aclaró la garganta.
-Ni siquiera tengo un regalo de bodas, así que, ¡toma este almuerzo como mi bendición para ti! -dijo y llamó al camarero para hacer la comanda.
—Está bien. —Le paró de repente—. Me tengo que ir tras esta copa. Mi marido me ha pedido que vaya a comer con él.
Jaime estaba decaído. Segundos después, suspiró:
-¿Cuánto tiempo llevas con él?
«¿Cuánto tiempo llevamos juntos?» Susana meditó sobre esta cuestión con cuidado y encontró una respuesta: «Llevamos juntos... ¿veintiséis horas?».
Cuando ella regresó, fue rápido a sentarse tras lavarse las manos. Sus ojos se abrieron de par en par con el lujoso mantel de la mesa al sentarse.
—¿Estamos esperando invitados?
-No — respondió el hombre con la tela negra cubriendo sus ojos con calma- Solo nosotros dos.
Susana estaba tan sorprendida que casi no podía hablar.
-Pero... ¡no podemos terminarnos esto!
-Es verdad. -Cogiendo su tenedor despacio, añadió-: Incluso he dado instrucciones a los empleados de cocina para añadir unos cuantos platos más.
-¿Por qué?
El tenedor de su mano se detuvo en el aire y sonrió:
—En el supuesto de que en el segundo día de matrimonio la Sra. Marcos se fuese a comer a un pequeño restaurante con otro hombre, otras personas podrían pensar que te estoy maltratando.
Sorprendida, ella murmuró al final:
-¿Sabías... sabías que estaba en el restaurante antes?
Comiendo con tranquilidad, Pablo dijo:
-Así que parece que de verdad fuiste a un restaurante con otro hombre.
Susana estaba sin habla mientras pensaba «¿Me ha tomado de verdad por una idiota? Por supuesto, entiendo el significado que se esconde bajo sus palabras, ¡y odio cuando alguien se anda por las ramas conmigo!».
Respirando hondo, le explicó:
—No es que no me guste la comida de casa ni tampoco que no desee venir a casa para comer. Es solo que me encontré a un viejo conocido en el hospital.
Alzando las cejas, Pablo preguntó:
-¿Por qué fuiste al hospital?
En respuesta, se puso de pie y rebuscó en su mochila.
Tras arreglar los botes de medicina en una fila ordenada
delante de él, le dijo:
—Fui a buscarte unos suplementos porque tu cuerpo está débil.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Amor precipitado con un hombre frío