—Theodore, ¿escuchaste eso? De ahora en más tendrás que desayunar —comentó Josephine—. Siempre dices que estás ocupado, rara vez comes los desayunos que te preparo.
En ese momento, un frío intenso atravesó el cuerpo de Everleigh, era como si alguien le hubiera arrojado un balde de agua helada. Un instante después, levantó la cabeza y sin querer se encontró con una mirada poco acogedora; de inmediato su corazón empezó a latir salvajemente.-
Tiempo atrás, creía que podría mantener la calma si en algún momento de sus vidas se volvían a encontrar. Después de todo, habían pasado siete años, estaba segura de que 2560 días eran suficientes para borrar cualquier cosa, incluso al más profundo de los amores.
En lo más profundo de su ser estaba convencida de que podía dejar toda su historia atrás, hasta pensó que ya no sentía nada por él. Sin embargo, no pudo prever que unos pocos comentarios de Josephine le provocarían una enorme confusión.
En ese momento, Everleigh observó muy bien a Theodore y, al notar sus gestos indiferentes y distantes, un dolor agudo se hundió en su pecho. ¿Podría ser que se negaba a comer los desayunos de Josephine por la promesa que le hizo a ella? Pero, ¿cómo podía mantener las esperanzas?
—Por cierto, Everleigh —continuó Josephine, pero ella no la oyó—. ¿Everleigh? ¿Estás escuchando?
Finalmente, la melodiosa voz de Josephine entró a sus oídos.
—Hay algo más que quisiera comentarte —prosiguió Josephine—. Theodore y yo nos vamos a casar el próximo mes, ¿puedes creerlo? Y dado que nosotras solíamos ser mejores amigas, me gustaría que fueras mi dama de honor.
La propuesta fue tan repentina que Everleigh no pudo reaccionar. Al instante, su cuerpo se tensó bajo su guardapolvos blanco y abrió la boca para contestar, pero antes de que pudiera hacerlo, Theodore intervino:
—No necesitamos una dama de honor. Contigo como novia será suficiente.
En su voz se oía a la frialdad en persona. Luego de hablar, miró hacia arriba, directo a Everleigh.
En el momento en que se volteó, escuchó un cristal rompiéndose detrás de ella. Al instante se detuvo, pero decidió continuar su marcha y salió de la habitación, conservando en sus ojos una tristeza palpable.
En el instante en que le dio la espalda, el rostro de Theodore se oscureció. Sintió un fuerte impulso de golpearla con la taza, pero lo reprimió y en su lugar apretó los puños instintivamente, haciendo que más sangre salpicara la sábana.
—Theodore, no te enojes. Everleigh es tu doctora ahora, te está cuidando —comenzó Josephine—. Puedo pedirle al decano que busque a alguien más si lo deseas...
Mientras tanto, Everleigh salió de la sala de emergencias y fue directamente al baño. Se aseguró de que no hubiera nadie alrededor y cerró con llave. Un segundo después, apoyó la espalda contra la puerta mientras en su interior las emociones la inundaban como un tsunami.
De repente, sintió un dolor intenso en el pecho. Instintivamente se llevó la mano al corazón y apretó con fuerza, pero el dolor sofocante no desaparecía.
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