Tarah O'Kelly
Y después de un par de semanas, estaba allí, en una ceremonia de boda sencilla en el jardín de la casa de mis padres, caminando por un pasillo para encontrarme con Paul que estaba esperándome con una sonrisa en sus labios, se veía feliz.
La ceremonia fue rápida, aunque muy significativa y conmovedora. A pesar de que nuestra unión no era un matrimonio tradicional por amor, había una sensación de complicidad y respeto entre nosotros.
Prometimos apoyarnos mutuamente en esta nueva etapa de nuestra vida, con todos sus desafíos y sorpresas. La presencia de mi familia en la ceremonia, significaba mucho para mí.
Cuando el oficiante declaró que éramos oficialmente marido y mujer, intercambiamos sonrisas y miradas cómplices. Mis padres, hermanos y mi amiga Sara que asistieron a la ceremonia aplaudieron con alegría, celebrando esta nueva fase de nuestras vidas.
Después de la ceremonia, los invitados se reunieron en el jardín para disfrutar de una comida en familia y compartir anécdotas.
Mi madre lucía radiante y orgullosa, y mi padre, estaba feliz de que el destino nos hubiera unido. Era evidente que ambos estaban felices de tenerme de regreso a casa.
Después de la comida, Paul y yo compartimos un momento a solas en el jardín. Miramos el cielo estrellado, y una sensación de paz nos envolvió.
—Gracias por estar a mi lado, Tarah —dijo Paul con gratitud en su voz—. Nunca pensé que encontraría a alguien que me entendiera y me apoyara de esta manera.
—Y gracias a ti por estar a mi lado también, Paul. No importa cómo llegamos a esta unión, lo que importa es que estaremos aquí el uno para el otro.
Paul tomó mi mano con ternura y me miró a los ojos.
—Tarah, incluso si no es un matrimonio por amor, quiero que sepas que siempre voy a valorarte y a respetarte. Estoy agradecido de la vida por darme la oportunidad de que te cruzaras en mi camino, y de proteger a tu hijo.
—Gracias, Paul. También estoy agradecida de tenerte en mi vida, y espero que juntos podamos superar todos los obstáculos.
Nos abrazamos en silencio, compartiendo un momento de complicidad y amistad.
La noche continuó con risas, conversaciones y celebraciones. Llegó la hora de irnos al hotel donde se suponía que pasaríamos la noche de bodas.
Yo estaba muy nerviosa, más por timidez que por cualquier otra cosa, no habíamos hablado de tener intimidad, me encerré en mi habitación pensando ¿En qué pasaría? ¿Cómo le diría que aún no estaba preparada?
—¡idiota! ¿Cómo si te pudiste acostar con Alexis? Sin siquiera conocerlo —me recriminé en voz alta, hasta que de pronto recordé—, Claro me puse ebria, eso es.
Salí corriendo al bar que estaba en el despacho de mi padre, agarré una botella de vino y me fui a mi habitación, quizás si tomaba un poco, seguro me excitaría como cuando me acosté con el perro callejero de Alexis.
Abrí la botella y la llevé a mis labios, le di un gran trago, cuando llevaba dos grandes sorbos, unos golpes en la puerta, llamaron mi atención, cuando la abrí, allí estaba Paul que me miraba con una expresión de preocupación.
—Tarah ¿Estás bien? ¿Qué haces? —me preguntó y yo me sentí nerviosa, no sabía qué responderle.
—Yo… yo… —las palabras, parecían atascadas en mi garganta.
Paul miró mi botella en mi mano, suspiró, se acercó a mí y me la quitó.
—¿Estás tomando para ponerte alegre y poder tener Sex0 conmigo? —dijo con tristeza.
Yo bajé la cabeza, avergonzada de que me había descubierto, y él suspiró.
Lentamente, se acercó a mí, puso la botella a un lado, luego me tomó por los hombros y me llevó hasta sentarme en la cama y él tomó asiento a mi lado. Entonces me miró directo a los ojos, con una expresión serena me habló.
—Tarah, no quiero que hagas nada que no quieras hacer. No quiero que te sientas presionada de ninguna manera. Tener intimidad debe ser consensuado. Si no te sientes lista o cómoda para dar ese paso, está bien. No quiero que te preocupes por eso, y no creas que poniéndote ebria, me voy a aprovechar de ti… además, estuve leyendo y los tratamientos contra el cáncer puede afectar al bebé —me dijo acariciando mi vientre—, y jamás pondría en riesgo a nuestro frijolito.
Sus palabras me llenaron de alivio y gratitud. No era necesario que me embriagara para lidiar con mis inseguridades. Paul me entendía y respetaba mis sentimientos.
—Gracias, Paul. No quería que pensar que te rechazo o algo así. Es solo que me siento nerviosa y tímida.
Él sonrió con ternura, me acarició la mejilla y besó con suavidad mi frente.
—No tienes que preocuparte por eso. Lo más importante es que estemos aquí el uno para el otro, además, el sex0 no garantiza intimidad, ni mucho menos amor, con ninguna de las mujeres que estuve, sentí tanta conexión como la que siento contigo.
Me sentí agradecida por su paciencia, por su forma de ver la vida, tenerlo a mi lado me hacía sentir afortunada.
Paul y yo nos miramos con una expresión alegre.
Ese día salimos a comprarles cosas al bebé, aunque no pudimos caminar mucho, porque él se sintió mal, por un momento había olvidado su condición.
—Lo siento, creo que te estás extralimitando.
—¡Claro que no! Para sentirse feliz no hay límites.
Llegamos a la casa, y mientras estábamos en la sala conversando, el recostado en el sofá apareció el abogado de Paul, al escuchar su voz él se incorporó.
—¿Qué pasa Paul? —interrogué preocupada.
—Quiero transferirte todas mis propiedades en vida, no quiero que a mi muerte, mis familiares lejanos vayan a emprender alguna acción contra ti e intenten arrebatarte lo que a mí me ha costado —expresó y yo negué con la cabeza de manera enérgica.
—No, Paul, me niego a que hagas eso ¡Tú tienes que vivir! ¡No te vas a morir! —exclamé, sintiéndome indignada con él.
—¡No Tarah! ¡No voy a vivir! Ni siquiera sé si voy a aguantar hasta que el bebé nazca, por favor, permíteme hacer esto, el bebé y tú no dependerán de nadie, no me niegues la posibilidad de darles todo lo que merecen y garantizar que los dos estarán bien cuando yo no esté. Debo protegerlo ¡Es mi hijo! —susurró.
—Es que no es necesario, ya verás que vas a vivir mucho tiempo ¡Te vas a curar! No sé cómo funciona eso, pero con un trasplante de pulmón… no sé algo puede hacerse —dije desesperada tratando de encontrar una solución—, vamos a consultar a otros médicos… los taremos de Alemania, Suiza, del mundo entero, alguien puede hacer algo.
Yo estaba cerrada, me negaba a aceptar que él iba a morir. Paul se levantó me sostuvo del rostro y negó con la cabeza, mientras mis lágrimas rodaban por mis mejillas, las limpió, me acarició con suavidad, yo me rendí a su caricia.
—Debes ser fuerte mi mujer valiente… ¡No llores! No podré acompañarte por mucho tiempo más, pero estoy feliz, porque me has dado los meses más felices de mi vida… me has dado fuerza, tanto que los médicos no se explican cómo sigo respirando y viviendo… pero ya no queda mucho tiempo… el cáncer hizo metástasis —sentenció.
Yo me agarré a él con todas mis fuerzas, abrazándolo, sintiendo su calor y su fragilidad al mismo tiempo. Las lágrimas caían en silencio mientras me aferraba a la esperanza de que algún milagro pudiera salvarlo.
Paul me miró con amor y tristeza en sus ojos, acarició mi mejilla y luego besó mis labios con ternura.
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