Alexis Nickolai Kontos
Llegué a la isla un día antes de la boda, estaba nervioso como nunca me había sentido, caminaba de un lado a otro como una fiera enjaulada, no la había visto llegar. A decir verdad, temía que Tarah no se presentara y desapareciera de mi vida juntos con mi hijo tan misteriosamente como había aparecido.
Llamé al gerente general del hotel, por décima vez, en menos de dos horas.
—¿Llegó la señora? —pregunté tratando de controlar la ansiedad en mi voz.
“No ha llegado aún, señor”.
Corté la llamada y me pasé la mano por la cabeza, ¿Será que no vendrá? ¿Tanto querer vengarse de mí para que renuncie a estas alturas? ¿Acaso no es lo que estaba esperando?
La ansiedad se apoderó de mí mientras seguía esperando la llegada de Tarah. No sabía si sus amenazas de venganza habían sido una artimaña para ponerme en mi lugar y dejarme en ridículo frente a todos o si realmente estaba dispuesta a llevar a cabo esa boda. La incertidumbre era insoportable y hasta sentía que mi estómago ardía.
Pronto amaneció y era cuestión de horas para llevar a cabo la boda, y aún Tarah no aparecía, le había marcado numerosas veces y no había respondido, ya estaba vestido esperando, no tenía mucha fe de que llegara… hasta que finalmente, después de lo que pareció una eternidad, recibí la llamada del gerente general del hotel.
—Señor, la señora O'Kelly ha llegado.
Un suspiro de alivio se escapó de mis labios, y una mezcla de emociones me inundó.
La idea de casarme con Tarah para cumplir con sus condiciones y mantener mi legado empresarial me emocionaba sorpresivamente, sabía que había algo más en juego.
Los recuerdos de la noche que pasamos juntas y la intensa atracción que existía entre nosotros se repetían sin parar en mi memoria, pero sabía que Tarah estaba empeñada en su venganza, y por eso debía estar alerta de lo que se le pudiera ocurrir.
Me dirigí rápidamente al vestíbulo del hotel, donde los invitados estaban siendo trasladados en unos pequeños autos iguales a los que usaban para los campos de golf, hasta la zona de la playa donde se celebraría la ceremonia, la misma utilizada para la boda de Thalía.
Cuando salí, vi a Anthony discutiendo con mi hija
—Tu padre está en la ruina… y aun así se atreve a ostentar con la boda del siglo… es un pedante, insoportable —dijo con burla—, no sé cómo vas a hacer, pero no quiero seguir casado contigo ¿Crees que dejaré que me conviertan en blanco de los Kontos? ¡No lo haré! Además, ya no te amo, creo que casarme contigo fue el peor error de mi vida.
Vi cómo la boca de mi hija temblaba, al parecer estaba a punto de llorar, suspiró y habló con aparente tranquilidad.
—¿No me amas o resultó que eras un interesado y nunca me has amado? Después de todo, al parecer tu ex tenías razón —pronunció Thalía con tristeza—, nunca me has querido.
Vi el dolor en el rostro de mi hija, apreté las manos a un lado de mi cuerpo, conteniendo las ganas de acercarme y partirle la cara a ese desgraciado, pero debía esperar a que Tarah ejecutara sus propios movimientos para humillarlo.
Giré la vista y vi a Tarah aún no estaba vestida con su atuendo nupcial, y eso solo aumentó mi nerviosismo.
Estaba hablando con el organizador de la boda, discutiendo los últimos detalles. Aunque no pude evitar notar su belleza, también había un aire de determinación en su rostro que me inquietaba, por un momento pensé que estaría pasando por esa cabeza, su expresión de tranquilidad me recordó a lo calmado del mar, previo a la tormenta.
Cuando se dio cuenta de mi presencia, su expresión cambió. Se volvió hacia mí con una sonrisa burlona en los labios.
—¿Nervioso, señor Kontos? —preguntó, sus ojos brillando con diversión—. No tiene por qué estarlo.
Tragué saliva y traté de mantener la compostura, su porte lucía provocativo, invitador, definitivamente ella sabía cómo seducir con su sola mirada.
—No, solo ansioso porque todo esto se termine… no sé qué esperar de todo esto —respondí, tratando de sonar indiferente.
Tarah soltó una risa suave y se acercó a mí.
—Oh, no te preocupes, Alexis. No haré nada que pueda arruinar mis planes. Después de todo, esta es mi boda soñada. Te tengo donde yo quiero.
Pronunció mirando con suficiencia y de forma retadora, sabía que me estaba enfrentando con ella peligrosamente, y que la atracción que existía entre nosotros podía ser un arma de doble filo. Porque era evidente que su venganza estaba en marcha, y no sabía cuál sería a su alcance.
Algo se traía entre manos y no iba a renunciar a eso.
La organizadora de la boda se acercó a nosotros, sonriendo ampliamente.
—Señor Kontos, señora O'Kelly, estamos listos para comenzar. Todo está preparado.
Asentimos y la seguimos al lugar donde estaban terminando de trasladar a los últimos invitados.
Yo subí a uno de los carritos, por segundos nos quedamos mirando en silencio, antes de partir, hasta que finalmente hablé.
—Te espero en el altar —dije.
Ella asintió con una sonrisa, después de unos minutos de recorrido ya estaba en el lugar, la atmósfera estaba cargada de tensión, y me pregunté si el mundo entero sabía que esta boda era una farsa.
No podía evitar sentir que estaba atrapado en un juego que podía arrastrarme.
No pasaron más de veinte minutos cuando apareció Tarah, hermosamente vestida de blanco en todo su esplendor, con una sonrisa que la hacía lucir encantadora, de la mano del pequeño Paul, quien miraba a todos lados con el ceño fruncido, como si estuviera evaluando a los presentes y no le gustaba lo que veía.
Me incliné, y al verme mi hijo lanzó en mis brazos.
—¡Hombe, gande! —exclamó sonriente.
—Papá —le dije y él negó enérgicamente.
—No, hombre gande.
Suspiré con resignación mientras Tarah se sonreía divertida, lo sostuve un momento y luego se lo di a Sara, después fijé mi atención en Tarah, nuestras miradas se cruzaron, la tomé de la mano y otra vez esa especie de corriente eléctrica fluyó entre los dos, aunque esta vez no la solté.
Los invitados comenzaron a murmurar a penas verla caminar por el pasillo de pétalos, muchos la reconocieron, sobre todo Anthony, cuyo rostro palideció al darse cuenta de quién era la novia.
La ceremonia comenzó, al principio se desarrolló sin contratiempos, pronto nos encontramos frente al altar, a punto de intercambiar votos matrimoniales, pero nadie me preparó para lo que ocurrió a continuación.
Me encontré rodeada de periodistas y curiosos que deseaban entrevistarme sobre el sorprendente giro de los votos matrimoniales.
—Esos votos fueron bastante interesante —me dijo uno de los periodistas— ¿Cómo se le ocurrió esa ingeniosa broma?
Sonreí divertida.
—¿Quién le dijo que era una broma?
En ese momento se acercó Alexis y me tomó de la mano.
—Mi esposa tiene un muy bien sentido del humor… no se la tomen en serio.
—¿Tú me tomas en serio, esposo? —pronuncié arrastrando las palabras.
Él me miró serio, con una clara advertencia en su mirada y yo me acerqué y le pronuncié al oído.
—¿Crees que esa mirada es suficiente para contenerme? —inquirí en un susurro y la única manera que encontró para callarme fue tomarme de la nuca y besarme mientras todos suspiraban a nuestro alrededor, creyéndonos enamorados.
Después de eso, Alexis me llevó a la pista de bailes, me tomó por la cintura acercándome a su cuerpo mientras comenzábamos a bailar.
—Voy a enloquecerte… hasta que no puedas respirar sin pensar en mí —pronunció Alexis.
—¿En serio lo crees? Tú serás quien caerá primero Alexis —susurré con de manera provocativa.
Mis palabras lo retaron, y me atrajo a su musculoso cuerpo, sentí la dureza de su hombría en mi vientre.
—Lo dudo, Tarah. Eres astuta, pero yo también. No subestimes lo que puedo hacer. —Su voz, ronca y llena de desafío, envió un escalofrío por mi espalda.
La música se deslizó alrededor de nosotros, los invitados seguían danzando en parejas, ajeno a la tensión creciente entre nosotros.
En la superficie, éramos solo una pareja de recién casados disfrutando de su primer baile, pero debajo de ese disfraz, una batalla de voluntades se libraba.
—Creo que subestimas mi deseo de venganza, Alexis. No importa cuán astuto seas, haré todo lo que esté en mi poder para cumplir mi objetivo. —Mantuve mi mirada fija en la suya, desafiante.
Sus ojos verdes parecían arder de determinación y deseo, y su boca se curvó en una sonrisa peligrosa. Sabía que estaba tratando de provocarme, de hacerme caer en la trampa de la atracción que ardía entre nosotros.
—Entonces, Tarah, que comience el juego. Estoy dispuesto a enfrentar cualquier desafío que lances. —Sus manos se deslizaron por mi espalda, presionándome más contra él, y un suspiro escapó de mis labios.
La tensión entre nosotros era palpable, y a medida que continuábamos bailando, mi mente se llenó de pensamientos perversos y deseos prohibidos. Pero no podía permitir que eso ocurriera, no cuando quiero hacerlo pagar.
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