Alexis Kontos
La brisa del mar entraba a través de la ventana abierta, escuché el ruido de las olas, al romper en la playa como una caricia constante, llenando mis oídos.
Moví la nariz e inhalé el grato olor a flores, sentí un peso en el pecho, y la sensación de ese cálido cuerpo sobre el mío, despertó emociones intensas en mí.
Abrí los ojos, despertando totalmente y mi corazón saltó en mi pecho emocionado al verlo, durmiendo sobre mi pecho, durmiendo a mi lado, con una expresión apacible en su rostro, muy diferente a la que había mostrado en su último enfrentamiento.
Un atisbo de mi pasado turbulento con la madre de Thalía me atormentó por un instante, pero luego lo dejó ir. Tarah no era la misma, no tenían ningún punto de comparación con esa mujer manipuladora y traicionera.
Tarah era una mujer fuerte, independiente y, a pesar de su fachada desafiante, era dulce, delicada, empática, había demostrado ser una madre preocupada por su hijo.
A pesar de que yo había rechazado al bebé, ella siguió adelante con su embarazo.
—Lo siento mucho —susurré, ella suspiró dormida, e hizo un puchero que me provocó atrapar su boca y besarla hasta fundirme con ella.
No pude soportar la tentación, me incliné hacia su rostro, y la besé con ternura, como si quisiera sellar ese momento apacible que estábamos compartiendo. Tarah susurró mi nombre en sueños, pero esta vez no había rastro de amenazas o desafíos.
Sentí que mi miembro se irguió orgulloso en mi entrepierna ¡Mierda! Dije para mí mismo, traté de pensar en otra cosa, pero la calidez de su cuerpo, despertaba no solo un inmenso deseo en mí, sino una tranquilidad que antes no había sentido.
Ella llevó una mano a mi hombría, y yo sentí que dejé respirar… ¿Está dormida o lo está haciendo a propósito? Pensé, de pronto la vi moverse y despertarse, abrió los ojos de par en par, vio donde descansaba su mano y la quitó sobresaltada, mientras su rostro se ponía tan rojo que parecía un tomate.
La tensión en la habitación creció de manera repentina. Tarah se incorporó de un salto, alejándose de mí como si mi piel la quemara. Sus ojos, aún nublados por el sueño, se encontraron con los míos. La sorpresa, la confusión y la vergüenza se mezclaron en su expresión.
—¡Dios mío! —exclamó, su voz temblorosa—. Lo siento, eso fue un accidente. No pretendía… tocarte… yo no quería…
—¿En serio? Eso no fue lo que me pareció a mí, estabas bastante complacida, y hasta pronunciabas mi nombre en sueño pidiéndome más —dije en tono burlón y ella negó con la cabeza.
—¡Eso es mentira! Yo nunca haría eso… yo hago en esas cosas…
La interrumpí acercándome a ella, la tensión sexual entre nosotros era palpable, y mi deseo por ella era incontenible, me puse tan cerca que podía ver sus pupilas mientras su pecho subía y bajaba con rapidez de manera provocativa.
—¿Qué cosas haces tú? —inquirí—, ahora que soy tu esposo, puedes hacer lo que quieras conmigo —la provoqué—, ¿Pensaste que con tu ropa de mujer glaciar no ibas a provocarme?
—Yo no lo hice por eso, yo… —la interrumpí para que no siguiera hablando.
—Qué bueno que no lo hiciste por eso, porque esa ropa que vestiste me excita más, no tienes ideas, la cantidad de imágenes que han acudido a mi mente, pensando en la mejor forma de despojarte de ella y descubrir que quieres esconder tras esa ropa.
Ella miró hacia otro lado, evitando mi mirada, y se arrebujó en las sábanas como si quisiera esconderse. Sus mejillas continuaron encendidas, y se notaba que estaba desesperada por poner fin a esta conversación, pero quería seguir provocándola.
—¿Así te vestías para Paul? ¿De esa manera lograbas seducirlo?
Mis preguntas hicieron que ella reaccionara, pero no como quise, me lanzó una mirada de odio y se alejó más de mí, antes de decir.
—No lo vuelvas a nombrar en tu boca… porque lo ensucias… tú no le llegas ni a los talones a Paul, él era un verdadero hombre, un caballero, no la porquería y rata de hombre que eres tú… que cree que con aceptarle los caprichos a su hija va a limpiar la conciencia de ser el peor padre del mundo —espetó furiosa.
Sus palabras me hirieron profundamente, pero no dije nada, ni la debatí, se levantó de la cama y se apresuró a salir de la habitación para entrar al baño.
Me quedé solo, con una mezcla de tristeza, frustración y deseo arder en mi interior. No podía evitar pensar en lo cerca que habíamos estado de cruzar una línea que sabía que sería peligrosa para ambos y en sus últimas palabras, por un momento pensé que tenía razón, todo lo que estaba sufriendo Thalía, había sido por mi culpa, debí haberla obligado a alejarse de Anthony.
Tomé mi ropa y salí a ducharme en el baño del salón, mientras no dejaba pensar en sus palabras. El agua caliente de la ducha caía sobre mí, pero no era suficiente para calmar la tormenta de emociones que me agobiaba.
Tarah me había herido con sus palabras, pero sabía que había una verdad detrás de su furia. Había intentado ser un buen padre para mi hija, pero solo terminé dañándola, Thalía era caprichosa, insegura, con baja autoestima y era porque no había hecho bien trabajo como padre y con Paul había sido peor, lo rechacé y fui un padre ausente.
El peso de ese remordimiento se volvió insoportable, me envolví la toalla en la cintura y me miré al espejo… la rabia contra mí mismo me abrumó y terminé dándole un puñetazo al espejo, los pedazos de cristal volaron por todos lados, mientras la sangre comenzaba a manar de mi mano.
Tarah Kontos
—Lo siento… no debí decirte todo lo que te dije, no me hagas caso… a veces puedo ser muy hiriente cuando me siento acorralada —expresé mientras él asintió.
—Entiendo… déjame recoger los cristales rotos.
—Si quiere yo los recojo por ti —propuse y él negó.
—Te puedes lastimar… además, yo lo hice, yo lo limpio.
Lo vi recogiendo y limpiando el desastre, mientras pensaba en una mejor forma de tratar de corregir mi error. Cuando salí del baño, nos miramos de nuevo, pero por primera vez no tenía esa expresión arrogante que lo caracterizaba, sino una de tristeza, tanto así que sin darme cuenta, me vi llevando mi mano a su rostro y lo acaricié suavemente.
Él me tomó la mano y la apartó de su rostro, mirándome en silencio.
—Es mejor que te mantengas alejada de mí… no soy de hierro… —pero antes de que pudiera seguir hablando me puse de puntillas y lo besé con suavidad en los labios.
—¡Me estás provocando! —yo alcé las cejas con picardía, me levantó por las caderas y la pasión se desató entre nosotros.
Alexis me besó de nuevo, con más pasión y deseo que antes, yo le correspondí con la misma arremetida. Ambos nos perdimos en un torbellino de sensaciones, y cada caricia, cada beso, era una promesa silenciosa de que, a pesar de todo, había algo entre nosotros que no podían ignorar.
Me recostó en la cama, mientras yo pasaba mis manos por sus pectorales, y él se acercaba a mí, besando mi cuello del lado izquierdo, con suavidad, aunque al mismo tiempo con una pasión ardiente.
Suspiré al sentir su lengua en el lóbulo de mi oreja. Estábamos abandonados a la pasión cuando el sonido de un teléfono captó nuestra atención.
Nos separamos con las respiraciones agitadas, lo vi tomar su celular y atender la llamada.
—Aló, ¿Quién habla? —interrogó y el sonido de una voz de hombre se escuchó alto y claramente al otro lado de la línea.
“Soy Esteban… lo siento mucho hermano, pero… Thalía… intentó quitarse… no quería llamarte, pero el médico nos informó que está muy grave y no saben si pueden salvarla".
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: CASADA CON EL SUEGRO DE MI EX. ATERRIZAJE EN EL CORAZÓN