Alexis Nickolai Kontos.
Nunca había sabido lo que era estar en el infierno, hasta ese momento, el miedo me invadía como una peligrosa plaga que quería acabar conmigo, la desesperación anidó dentro de mí, mientras veía a los médicos intentar traer de vuelta a Thalía, cuando uno de ellos dijo que no había nada que hacer, no pude aceptarlo en mi corazón.
Mi cuerpo se movió a una velocidad impresionante y en segundos estaba junto a mi hija, sentía mi pecho subiendo y bajando con un ritmo acelerado y errático mientras le realizaba yo mismo las compresiones.
Me negaba a aceptar esa dolorosa realidad, si una vez ella había sobrevivido a la muerte, no era para dejarse vencer ahora, mi hija era una luchadora, no la iba a dejar darse por vencida,
Mi corazón latía con fuerza y la angustia se apoderaba de mí mientras esperaba un signo de vida en Thalía.
—¡Hija, por favor, despierta! —grité mientras no dejaba de intentar traerla de vuelta y mis lágrimas caían sobre el cuerpo inerte de mi hija —. No me dejes, tienes que vivir… tienes que luchar… aférrate a la vida… por mí, porque eres una gran guerrera… porque si te vas yo no sabría qué hacer sin ti.
Los segundos los sentí eternos, como si el tiempo se hubiera detenido en ese momento crucial. Aunque la habitación estaba llena de médicos y enfermeras, yo era el único que estaba allí junto a ella, luchando con desesperación por la vida de su hija, no pensaba darme por vencido.
—Señor Kontos, no hay nada que hacer, está muerta ¡La perdimos! —pronunció el médico a mi lado, pero no lo escuché.
Mi cuerpo temblaba mientras yo seguía intentando arrebatársela a la muerte. El monitor junto a su cama seguía mostrando una línea plana, indicando que su corazón había dejado de latir. El pitido constante del aparato llenaba la habitación, resonando en mis oídos como un lúgubre recordatorio de la vida que se desvaneció. Las palabras del médico resonaron en mi mente: "La perdimos".
Sentí mi garganta apretada un nudo en el estómago mientras observaba a mi hija, pero no me detuve, seguí sin parar dándole compresiones con un ritmo frenético y una determinación que nacía de lo más profundo de mi ser.
Cada compresión era un grito de desesperación y amor, una lucha contra la muerte misma.
El médico y las enfermeras intentaron detenerme, pero no cedía, mis brazos bombeaban el pecho de Thalía con fuerza, sin parar, mis dedos se hundían en la piel pálida de mi hija. Estaba luchando con todas mis fuerzas para traerla de vuelta.
El tiempo parecía desvanecerse mientras continuaba, nunca había sido un hombre que se daba por vencido y no empezaría ahora, sentía que esa era la lucha más grande que debía hacer.
El sudor cubría mi rostro, y mis lágrimas se mezclaban con las gotas que caían sobre Thalía. Cada compresión era un acto de desesperación, de amor, de anhelo. El monitor seguía mostrando la línea plana, pero mi determinación no flaqueaba.
Y entonces, en medio de la oscuridad del momento y el silencio sepulcral de la habitación, algo inesperado sucedió. El monitor emitió un débil pitido, y luego otro, y otro. Mis ojos se abrieron con sorpresa, mi mirada se posó en el monitor, y mi expresión pasó de desesperación a asombro.
El ritmo cardíaco de Thalía estaba volviendo. Lentamente, pero de manera constante, el monitor mostraba una señal de vida. El médico y las enfermeras se apresuraron a verificar los signos vitales de Thalía, confirmando que, de alguna manera, su corazón estaba latiendo nuevamente.
Me desplomé en la silla junto a la cama de mi hija, mientras mi cuerpo convulsionaba del llanto y las lágrimas bañaban mi rostro, un suspiro de alivio escapó de mis labios.
Había logrado lo que parecía imposible: había traído a mi hija de vuelta a la vida. La atmósfera en la habitación pasó de ser sombría y lúgubre a una de asombro y esperanza.
Las palabras del médico me alcanzaron.
—Hemos recuperado el pulso. ¡Es un milagro!
Thalía había regresado del abismo de la muerte, gracias a mi determinación feroz.
La noticia comenzó a extenderse rápidamente en el hospital, y murmullos de asombro se empezaron a escuchar.
Salí de la habitación de Thalía, me sentía sin fuerzas, débil, pero cuando vi el rostro de Tarah, bañado en lágrimas, fue como si me revitalizara.
Corrí a abrazarla, ella me correspondió y me quedé de esa manera con ella, compartiendo un alivio y, un atisbo de esperanza en medio de la tragedia.
—Gracias, por darme una tregua en tu venganza, y acompañarme en este momento —pronuncié besando su frente y sintiendo una paz nunca había experimentado.
—No tienes que agradecer, Alexis. Después de todo Thalía es hermana de mi Paul, y sé que un hijo es lo más valioso que tenemos como padres… pero como dices es una tregua, cuando ella salga de esto… voy a seguir mi guerra contigo, y no voy a detenerme pase lo que pase, a diferencia de los demás, yo no trato de destruir a mi enemigo cuando está en el suelo y no puede defenderse —respondió Tarah y aunque con voz suave, su expresión era amenazante.
Nuestro abrazo duró un tiempo que pareció eterno, hasta que finalmente nos separamos.
Vimos a través del cristal, la habitación llena de médicos, enfermeras y personal hospitalario que seguían atendiendo a Thalía.
—¿Cómo lo hiciste? —susurró con una voz aún temblorosa.
La miré con una mezcla de gratitud y cansancio en sus ojos.
—No lo sé. No puedo explicarlo. Solo sé que no podía rendirme, no podía dejarla ir. La amo demasiado… tengo más de veinte años lidiando con esa pulga —susurró con voz quebrada.
—Eres un héroe. Salvaste su vida —afirmó con emoción.
—Pero yo estoy frente a Tarah Kontos, mi esposa, sé que hay una tensión sexual innegable entre nosotros desde hace tiempo. A veces, el deseo y la pasión son más fuertes que cualquier conflicto. ¿Por qué pelear contra lo que ambos deseamos?
Nuestros labios estaban a punto de encontrarse, pero Tarah se apartó de repente. Sus ojos estaban llenos de lucha interna.
—No puedo hacer esto, Alexis. ¡Nunca! —murmuró, antes de alejarse, dejando una estela de frustración y deseo en su camino.
Me quedé allí, con el corazón acelerado y una sensación de anhelo. Sabía que la atracción entre nosotros era real, y no iba a rendirme fácilmente. La guerra entre nosotros continuaba, pero sentía que algo había cambiado en ese momento.
Los días fueron pasando, me vi poco con Tarah, porque permanecí en el hospital esperando que mi hija despertara y ella entre el cuidado de Paul y la atención de las empresas, iba solo por algunas horas diarias.
Ese día caminé a la habitación de Thalía. La miré en la cama del hospital, su rostro aún pálido, pero su pecho subía y bajaba con un ritmo regular. Estaba viva, y eso era todo lo que importaba.
Thalía despertó ese día, sin embargo, pronto se volvió a quedar dormida, pasaron horas antes de que volviera a despertar.
Cuando lo hizo, sus ojos parpadeaban lentamente, y luego se abrieron con sorpresa al verme a su lado. Su voz salió débil y temblorosa.
—¿Ppppapá…? —susurró arrastrando las palabras, como si le dificultara hablar.
—Sí, mi amor, estoy aquí —respondí, tomando su mano con ternura.
Ella me miró con una expresión de asombro y gratitud en su rostro.
—¿qqqque mmmme ppppapa? —murmuró con voz muy poco entendible y lágrimas acumuladas en los ojos.
—No te asustes mi amor… déjame llamar a un médico.
Salí corriendo para buscar al médico tratante, cuando lo encontré él entró a evaluar a Thalía, mientras yo me quedaba fuera, tratando de controlar mi ansiedad, pero cualquier noticia que me dieran sobre lo que debía enfrentar a mi hija, por muy difícil que fuera no me importaba, porque yo estaría a su lado, lo importante es que estaba viva y eso me hacía feliz.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: CASADA CON EL SUEGRO DE MI EX. ATERRIZAJE EN EL CORAZÓN