Thalía Kontos
Después que Tarah se llevó a mi hermano, pensé que podría dormir, pero no fue así, era imposible contener esa profunda tristeza que me embargaba, por lo menos estar cerca del pequeño Paul me producía una inmensa paz.
Las lágrimas volvieron a mí, no podía entender ¿Qué tenía de malo para que nadie me quisiera?
La habitación parecía encogerse a mí alrededor mientras los pensamientos oscuros y la melancolía me envolvían. A pesar de los cálidos colores y la decoración lujosa, todo parecía sombrío y sin esperanza.
Me senté en una silla en el balcón, mientras me permitía llorar en silencio, sintiéndome atrapada en un abismo de desesperación. Las lágrimas caían una tras otra, como un torrente de tristeza que no podía detener.
¿Qué tenía de malo? Esa pregunta martilleaba mi mente. Durante toda mi vida, había luchado con la idea de que no era suficiente, de que no merecía el amor y la atención que otros recibían con facilidad. La sombra de la inseguridad y la autoestima baja me perseguía constantemente, incluso en los momentos en que parecía que todo iba bien.
El único que me había amado en la vida era mi padre, si no es por él, ya me habría dado por vencida, pero del resto de las personas, no me querían, todos me toleraban y aceptaban solo por ser la hija de Alexis Kontos, pero a mí como persona, como Thalía, no despertaba el cariño, de nadie.
Estar rodeada de lujos y oportunidades, no quitaba de mí esa sensación de que era insignificante, de que no valía nada, y que quizás nadie nunca se fijaría en mí, por ser yo misma.
Las lágrimas continuaron fluyendo, y el dolor en mi pecho se intensificó. Me sentía atrapada en un abismo oscuro, una espiral de autodesprecio y tristeza. Aunque quería pedir ayuda o buscar consuelo, tenía miedo de que no me entendieran, de que mis sentimientos de soledad y desamparo fueran ignorados o minimizados.
Después de secar mis lágrimas, me levanté de la silla y decidí ducharme, quizás el agua pudiera hacerme sentir mejor.
Pensé en mi hermano, que era amado por su madre, por mí, y quise ser querida. Recordé su sonrisa y su cariño y no pude evitar esbozar la mía.
—Creo que mi hermano si me quiere… aunque si pudiera ser otra persona… si pudiera dejar todo el pasado atrás… y escribir una nueva historia para mí —me dije en voz alta.
Sentía tanto dolor, que necesitaba ahogarlo. Caminé al baño, pero cuando abrí la ducha, el agua no salió, fruncí el ceño porque no entendía qué estaba pasando. Así que decidí ir al baño de la habitación contigua.
Me cubrí con la toalla y me dirigí allí, tratando de contener la tristeza que seguía pesando sobre mí. Sabía que no podía continuar sintiéndome tan desolada, pero no sabía por dónde empezar.
Caminé lentamente, porque mis ojos estaban bañados en lágrimas y no veía bien. Entré al baño, dejé la toalla a un lado y me empecé a duchar.
La lluvia artificial se confundía con mis lágrimas, me dejé caer en el piso, porque me sentía sin fuerzas. Vi mis muñecas, mientras pensaba que quizás podría acabar con ese dolor, quizás eso dolería menos.
Comencé a gritar, mientras empezaba a golpear los azulejos del baño, al mismo tiempo que insultaba a mí misma.
—Te odio Thalía… por ser tan débil… —me dije molesta conmigo misma.
De pronto sentí que alguien abría las puertas corredizas de la ducha, giré la cabeza hacia allí y al levantar la vista, vi un hombre alto, musculoso y como Dios lo trajo al mundo.
Nuestros ojos se encontraron mientras me miraba con sorpresa, yo me cubrí asustada, al mismo tiempo que él pedía explicaciones.
—¿Quién es usted? ¿Qué hace en mi ducha? —preguntó con una voz ronca, fuerte y expresión seria.
La sorpresa y el miedo se reflejaron en mis ojos, al mismo tiempo que me levantaba y buscaba desesperadamente la toalla para cubrirme.
El hombre que me observaba con sorpresa era un completo desconocido para mí y yo no podía dejar de temblar. Su rostro mostraba una mezcla de asombro y desconcierto, y aunque yo intentaba hablar era como si las palabras se negaran a salir, el temor me invadía, sentía que el aire me faltaba, todo se volvió oscuro y terminé desmayada.
Zachary Hall
Después que vi el informe enviado por Milton, terminé quedándome dormido, sin embargo, mi sueño no era apacible, porque cada diez minutos me despertaba sobresaltado.
Sentía demasiado calor, así que terminé quitándome la ropa, y quedándome solo en bóxer, pero eso no cambió nada, me sentía inquieto.
Así que decidí ducharme, me quité la última prenda que cargaba, y caminé al baño, mientras lo hacía escuché unos golpes y unos lamentos provenientes del baño, sentí un sudor frío recorrerme.
Fruncí el ceño y al entrar al baño el llanto se intensificó, pero cuando abrí la puerta corrediza, mi primera reacción fue de shock y confusión, luego de sorpresa al ver a la chica más hermosa que había visto en mi vida, pero sus ojos verdes tenían una expresión de miedo, mientras se abrazaba a sí misma y temblaba, no pude evitar preguntarle quién era y qué hacía allí.
Mis emociones eran un torbellino en ese momento. Había encontrado a esta misteriosa mujer en una situación tan vulnerable que mi instinto protector se disparó de inmediato.
Sus ojos verdes me habían impactado profundamente. Aunque también sentía culpa por haberla asustado tanto. La mezcla de preocupación y arrepentimiento me mantenía alerta.
—¿Por qué estás tan angustiada? —pregunté con suavidad, tratando de averiguar más sobre su historia.
Ella me miró con cautela, como si estuviera evaluando si podía confiar en mí. Finalmente, su voz temblorosa se dejó oír.
—No lo sé… todo es tan confuso. Mi vida... no tiene sentido.
No sabía qué decir. La vulnerabilidad de ella me conmovía profundamente. No podía dejar de pensar en cómo alguien tan hermosa y joven había llegado a ese punto de desesperación. Quería saber más, quería ayudarla, pero entendía que debía ser paciente y dejar que ella compartiera su historia a su propio ritmo.
—No tienes que decirme nada si no quieres, pero quiero que sepas que estoy aquí y puedo ayudarte en lo que necesites. ¿Puedo traerte algo de beber o comer? —ofrecí, tratando de brindarle algún tipo de comodidad.
Thalía asintió lentamente, todavía mirándome con recelo.
—Agua.
Me levanté con cuidado y me dirigí a la cocina para buscar un vaso de agua. Mientras lo hacía, mi mente seguía inmersa en la situación. Esa joven misteriosa y vulnerable había irrumpido en mi vida de una manera que no había anticipado.
No sabía qué me deparaba el futuro, solo sabía que no me quería alejar de ella, y estaba decidido a estar allí para ella, para ayudarla y, con suerte, lograr algo de paz en medio de la tormenta emocional que estaba experimentando.
Regresé a mi habitación casi corriendo con el vaso en la mano, pero cuando abrí la puerta, ella no estaba, fui al baño y tampoco la encontré, no había ni un solo rastro de que estuvo allí.
—¡No puede ser! Se fue, ¿acaso es producto de mi imaginación? —me pregunté sin poder evitar sentir esa desesperación dentro de mí, ¡No! ¡Tengo que salir a buscarla!
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