Alexis Kontos
El caos se apoderó de nosotros mientras observábamos impotentes el correr frenético de los médicos hacia el quirófano. Mi hija se veía desesperada, con los ojos llenos de miedo, mirando hacia la puerta como si pudiera ver a través de ella y encontrar la seguridad que todos anhelábamos.
—¡No! —gritó Tarah.
Yo me sentía impotente, tomé a cada una por un brazo, y las llevé a sentarlas en la sala de espera, sintiendo miedo por mi hija, por mi esposa. Se notaban desesperadas, el ambiente era tenso, lleno de miedo y angustia, pero debía calmarlas, por el bien de los pequeños que estaban creciendo en su interior.
—Por favor, deben calmarse, no pueden estar de esa manera, él va a estar bien, además, deben pensar en los bebés, ellos perciben esa angustia, y eso no les hace bien. Lo que tenemos que hacer es pedirle al cielo que él salga bien de todo esto —las animé y las dos se calmaron.
Los minutos se extendieron, y la urgencia en el pasillo continuaba. Los médicos y enfermeras se movían con rapidez, pero la incertidumbre flotaba en el aire. Sentí el nudo en mi estómago, apretándose con cada segundo que pasaba.
Finalmente, la puerta del quirófano se abrió, y el semblante del cirujano no dejaba lugar a dudas que las noticias no eran buenas. Thalía contuvo el aliento, y yo apreté la mano de Tarah con fuerza, como si pudiera encontrar consuelo en medio de la tragedia.
—Lo siento mucho, hemos hecho todo lo posible, y aunque ahora hemos logrado estabilizarlo, su estado es crítico, deben esperar lo peor, bueno será que pasen a despedirse —anunció el médico con una voz grave, pero compasiva.
La noticia golpeó como un mazo. Un silencio sepulcral se apoderó de la sala, y la voz del médico resonaba en nuestra mente, como un cruel recordatorio que amenazaba la vida de Zachary Hall.
Thalía dejó escapar un grito ahogado, y su cuerpo se desplomó en una silla cercana. Tarah soltó un sollozo, y mi corazón latió con fuerza, no podía creer que un hombre que hasta hace unas pocas horas atrás estaba vivo y lleno de vitalidad, ahora se debatía entre la vida y la muerte.
—Debo llamar a mis padres —dijo Tarah en un susurro—, pero no tengo idea como decirle… que la vida de su hijo mayor está a punto de apagarse. Es un trago amargo que debo pasar.
Tarah Kontos
Tomé mi celular, y caminé a un lado de Thalía y me senté junto a ello. Mi mano temblaba mientras marcaba el número de mis padres con una mezcla de miedo, tristeza, dolor. La noticia que tenía que darles pesaba en mi corazón como una lápida. Finalmente, mi madre respondió, y su voz, normalmente cálida y acogedora, sonaba esta vez ansiosa y nerviosa al otro lado de la línea.
—Hola, mamá. Soy yo, Tarah —dije, tratando de contener las lágrimas.
“Tarah, cariño, ¿qué pasa? Suena como si estuvieras llorando. ¿Estás bien?”, preguntó mi madre, la preocupación resonando en cada palabra.
Tomé una profunda inhalación antes de encontrar las palabras adecuadas para expresar la tragedia que nos estaba golpeando.
—Mamá, debes sentarte, estar tranquila con lo que voy a decirte ¿Está papá, contigo? —pregunté.
“Si aquí está conmigo, ¿Qué pasa hija? ¿Por qué usas ese tono? Me estás poniendo nerviosa”.
En ese punto ya no pude controlar el sollozo.
“¡Por Dios Tarah! ¿Quieres acabar con mis nervios? ¿Qué pasa?”, interrogó.
—Necesito que viajen para acá y vengan al Hospital San Lucas… Zachary… Zachary fue herido y su estado es crítico —mi voz tembló al pronunciar esas palabras, y al otro lado de la línea, sentí el silencio pesado que seguía.
“¡¡¿Qué? ¿Cómo puede ser?!!”, mi madre gritó, su voz llenándose de incredulidad y angustia “¡Ay por Dios!”.
En ese momento se escuchó la voz de mi padre, y segundos después, escuché su voz.
“¿Qué está pasando? ¿Qué le dijiste a tu madre?”, pronunció con la voz un poco nerviosa.
—Lo siento papá, mi hermano fue herido —pronuncié mientras le contaba lo que iba a decirle.
Le expliqué la situación lo mejor que pude, desde el secuestro de Thalía hasta el desenlace trágico en el hospital. Cada palabra que salía de mi boca era como un peso adicional en mi pecho.
—Estamos en el hospital San Lucas. Por favor, vengan lo más rápido que puedan. Thalía y Alexis también están aquí. Necesitamos estar juntos en este momento —supliqué, sintiendo que la conexión con mis padres era lo único que podría ofrecer algún consuelo.
“La familia Kontos ha sido siempre una desgracia para la familia Hall, y no los quiero cerca de mis hijos, ya vamos saliendo para allá.”
Colgué el teléfono, dejando que la realidad se hundiera más profundamente, sentí un poco de temor porque no quería que mi padre arremetiera, ni contra mi esposo, ni con Thalía, ya suficiente sufrimiento tenía la pobre chica, que en ese momento, tenía los ojos rojos y el rostro mojado por las lágrimas.
Se aferró a mi brazo con compasión silenciosa. No necesitábamos palabras; nuestras miradas decían más de lo que podríamos expresar con frases vacías.
—¡Basta! —exclamó, levantando la voz con determinación—. No es el momento ni el lugar para esto. Usted no tiene ningún derecho a sacarme de aquí, porque yo soy la mujer de Zachary, y la madre de su hijo.
Mi madre se quedó viéndola con las lágrimas en los ojos.
—¿Estás embarazada? —preguntó, y ella asintió.
Mi madre corrió hacia ella y la abrazó, mientras tanto, mi padre, miraba a Thalía con desprecio.
—No permitiré que ella destruya a nuestra familia aún más —dijo con dureza.
—¡Basta, papá! Zachary está en estado crítico y si él quiso interponerse entre la bala para salvar a su mujer y a su hijo, eso es su problema, te pregunto ¿Qué harías tú por salvar a mamá o a alguno de tus hijos?
—Es diferente —respondió él.
—No, no hay ninguna diferencia porque ella es la mujer que ama y eso no puedes cambiarlo, ni tú ni nadie. Ella también está sufriendo. Y atacarla no hará que las cosas mejoren —respondí
Mis palabras resonaron en el aire tenso de la sala de espera. La tristeza y el miedo nos uníamos, pero también amenazaban con separarnos si dejábamos que la ira y el resentimiento se apoderaran de nosotros. Thalía, a pesar de la tormenta emocional que enfrentaba, mostró una fortaleza impresionante al mantenerse firme.
Mi padre, aunque aún reticente, asintió en silencio. La tensión disminuyó gradualmente, aunque fue momentáneo.
En ese momento el médico salió.
—Deben empezar a despedirse de Zachary… ¿Quién es el primero que va a entrar a despedirse? —interrogó el médico.
—¡Mi esposa! —dijo mi padre.
—¡Yo! —respondió Thalía al mismo tiempo, y otra vez el ambiente tenso se instaló entre nosotros, mientras mi padre la veía con aprensión.
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