Alexis Kontos
La ambulancia avanzó por las calles con urgencia, la sirena resonaba como un eco incesante de la tragedia que nos había envuelto a Thalía, Zachary y a mí. Ella no dejaba de mirarnos con una expresión desesperada en su rostro, mientras yo intentaba calmarla.
—Tranquila mi amor, estaremos bien –pronuncié.
—Señor, permítame atenderlo —dijo uno de los paramédicos.
—¿Podemos esperar llegar? —pregunté y él negó con la cabeza.
—Lo siento, Señor, lo mejor será que lo revisemos ahora —ordenó.
—Está bien —terminé accediendo.
Revisó la herida y la limpió, pero ni siquiera me dolió, creo que era producto de la adrenalina que hizo que no sintiera nada.
La ambulancia llegó al hospital, y rápidamente nos llevaron a la sala de emergencias. Zachary y yo fuimos atendidos casi simultáneamente, aunque a él lo llevaron a un quirófano y a mí a un sitio diferente.
Tarah Kontos
Me fui a hacer el recorrido, pero como no pude encontrarla regresé a la casa, deseando recibir alguna noticia sobre ella, estaba muy preocupada, nerviosa, caminaba de un lado a otro, cuando de pronto repicó mi celular.
“Tarah, soy Thalía…”.
—¡Gracias a Dios! —exclamé emocionada—¿Dónde estás? Todos estamos preocupados por ti.
“Ellos me rescataron, alguien me había secuestrado, pero cuando lo hicieron”, la escuché sollozar “…hirieron a Zachary y a mi padre y tengo miedo de que les pase algo”.
Al escuchar lo sucedido, mi corazón latió con fuerza. La angustia se anidó en mi corazón, y sentí una fuerte opresión en el pecho, sentía miedo, culpa y un sinfín de emociones que no me creía capaz de controlar en ese momento.
—¿Cómo están ellos? ¿Dónde están? —exclamé con voz quebrada, sintiendo que el mundo se me derrumbaba a pedazos.
—Estamos en el hospital San Lucas, están siendo atendidos en este momento.
Colgué el teléfono y corrí hacia la puerta. No podía quedarme inmóvil. Necesitaba estar con mi hermano y Alexis en este momento.
Media hora después, entré al hospital, la sala de emergencias estaba llena de actividad frenética. Médicos y enfermeras se movían de un lado a otro, atendiendo a los pacientes que llegaban en ambulancia.
Escuché a unas personas hablando “Llegaron dos hombres heridos, uno con un tiro en el pecho, y otro que por la adrenalina del momento, no supo que estaba herido, sino cuando llegó, pero fue muy tarde, le dio un paro y está a punto de morir, él es de apellido Kontos”.
¡No puede ser! Exclamé y salí corriendo al mostrador de información, sin poder contener mi desespero.
—Disculpe, mi esposo fue traído herido, su nombre es Alexis Kontos ¿En qué habitación está?
—Él está en la habitación 103… —apenas habló, salí corriendo hasta allí, sin dejarla terminar de hablar.
Salí corriendo a donde la mujer me había indicado. Entré a la habitación y lo vi acostado, inmóvil, en mi angustia pensé que estaba dormido, pero al acercarme, la realidad me golpeó con fuerza. Alexis yacía allí, con los ojos cerrados, su respiración lenta.
—No puede ser… Alexis, por favor, despierta —murmuré, tomándole la mano con desesperación.
Mi voz temblaba, y las lágrimas comenzaron a caer sin control por mis mejillas.
—Por favor, no puedes irte, yo siento ser tan impulsiva, tan celosa, pero es que no soporto que ninguna de esas resbalosas se acerquen a ti ¿Y sabes por qué? —interrogué, sin dejar de acariciar su rostro—, porque te amo con todas las fuerzas de mi corazón.
Yo sentía todo desvanecerse. La realidad se tornaba borrosa mientras luchaba contra el terror de perder al hombre que amaba. Por eso seguía hablando, quería que me oyera y que volviera de cualquier lugar donde estuviera.
—Alexis, por favor, despierta. No puedo enfrentar esto sin ti —susurré, mi voz quebrándose en un sollozo. Sus rasgos, por lo general fuertes y seguros, ahora parecían frágiles e inalcanzables.
Me aferré a su mano como si pudiera transmitirle mi fuerza, mi amor, y traerlo de vuelta. Me sentía en un abismo, sin salida, el terror de perderlo, me golpeaba con fuerza, haciéndome sentir débil, hasta que de pronto escuché una voz, y creí que era mi mente que me estaba dando una mala pasada.
—Si hubiese sabido que una bala iba a ser la causante de que tú me dijeras que me amas, me hubiese dejado dar un tiro antes —pronunció y yo sollocé de alegría, mientras lo abrazaba.
—¡Oh por Dios! Creí perderte —susurré con voz temblorosa.
Sin otra alternativa, asentí, sintiendo el amor y la determinación en sus palabras. Juntos salimos de la habitación, atravesando el bullicioso pasillo del hospital. Hasta que encontramos a Thalía esperando afuera del quirófano, su rostro reflejaba la misma preocupación y alivio que todos compartíamos.
—Papá, estás bien —dijo, abrazándolo con fuerza.
—Sí, mi amor gracias a Dios. Aquí estoy, no te preocupes, estoy vivo y coleando —bromeó, aunque su rostro delataba un poco de dolor—. Pero ahora necesitamos saber cómo está Zachary ¿Has sabido algo de él? —respondió, mirándola con seriedad.
—No me han dicho nada, aún lo están operando, estoy tan angustiada —manifestó Thalía.
—Seguro que estará bien, Thalía. Los médicos son muy competentes, y Zachary es fuerte. Vamos a acompañarte a esperar noticias —dijo Alexis, tratando de infundir tranquilidad.
Juntos esperamos, con la tensión flotando en el aire.
Después de unos momentos que parecían una eternidad, un médico se acercó hacia nosotros. Su expresión era seria, y la preocupación se reflejaba en sus ojos.
—Familia Kontos, soy el Dr. Hernández. La operación de Zachary ha sido más complicada de lo que anticipamos. La bala causó daño en su trayectoria, y aunque hemos hecho todo lo posible, su estado es crítico.
El silencio que siguió fue abrumador. Nadie se atrevió a romper la noticia. Thalía miraba al médico con ojos llenos de lágrimas, mientras yo apretaba la mano de Alexis, buscando apoyo en medio de la desesperación.
—Estamos haciendo todo lo posible, pero deben prepararse para lo peor. Estaremos informándoles sobre cualquier cambio —concluyó el médico antes de retirarse rápidamente.
El peso de sus palabras se asentó en nosotros como una losa. Thalía dejó escapar un sollozo, Alexis apretó los dientes, y yo no podía contener su angustia.
En ese momento, un sonido estridente y repentino rompió el ambiente. Un pitido agudo provenía del quirófano, y los médicos corrieron hacia la sala de operaciones en un frenesí repentino. Alguien gritó que el paciente se iba.
—¡Código azul! ¡Necesitamos ayuda aquí! —escuchamos gritar a uno de los médicos mientras la urgencia inundaba el pasillo.
El caos se desató, y nosotros quedamos paralizados por un momento. Thalía, con ojos llenos de terror, mientras miraba hacia la puerta del quirófano. Los segundos se sintieron como horas, y el eco del pitido persistente resonó en nuestros oídos.
—¡No! ¡Mi hermano no! —grité sintiendo el mayor miedo de mi vida, mientras veía al mismo tiempo el rostro desesperado de Thalía.
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