Alexis Kontos
Abrí los ojos, sentí un cuerpecito debajo de mi espalda y una pierna en mi pecho, me tenía paralizado, no podía ni siquiera moverme.
—Esposa ¿Puedes ayudarme? Este niño ni siquiera me deja girar.
Tarah sonrió y se acercó para apartarlo, pero Paul no dejó.
—No mamá, déjame, con el hombe gande —a pesar de que había aprendido a pronunciar la r, seguía llamándome de esa manera, porque le divertía verme molesto.
—Paul, no soy el hombre grande, ¡Soy tu padre! —espeté con seriedad, pero mi hijo solo se encogió de hombros de manera indiferente.
—Paul, sabes muy bien que Alexis es tu padre, debes llamarlo papá, porque pronto nacerá tu hermano o hermana, no queremos que le vayan a decir home gande a tu padre ¿Entiendes eso? —le preguntó Tarah y él asintió.
—Si mami, entonces él es papá… —todos nos sonreímos satisfechos, pero a los segundos agregó—, papá de mi mano o mi mana —concluyó con una sonrisa y yo me llevé la mano a la frente sin poder creerlo.
—Sabes Paul, está bien, yo no soy tu papá, no me llames así nunca —expresé con irritación, porque realmente mi hijo parecía complacido de molestarme.
Hice amago de levantarme, pero Paul me sostuvo con fuerza, me giré y vi que me observaba con los ojos humedecidos por las lágrimas.
—No dejes al niño solo, se pone muy triste —declaró con una expresión de tristeza en su mirada—, yo quiero estar con el papá… de mi hermano —expresó con voz infantil mientras yo volteaba los ojos y él estaba vez se sostenía de mi cuello.
Habíamos intentado de todas las maneras posibles que él me reconociera como su padre y me llamara papá, pero mi hijo se empeñaba en no hacerlo. Y realmente pensaba que nunca me lo diría.
Otra vez hice intento de levantarme y no me dejó. Paul, aunque era serio y arisco con los demás, era muy cariñoso con su madre y le gustaba que yo jugara con él, y siempre buscaba la manera de estar cerca de nosotros, pero su insistencia en este momento era inusual.
—¿Qué ocurre, Paul? ¿Por qué estás tan pegado a mí esta mañana? —pregunté, sintiendo curiosidad por su repentina cercanía.
Tarah se acercó, riendo suavemente mientras trataba de convencer a Paul para que me dejara mover.
—Deja a tu padre moverse, Paul, además, está herido y le vas a lastimar la herida de su hombro —le explicó.
Finalmente, con algo de persuasión, Paul accedió a despegarse un poco, permitiéndome moverme para sentarme.
—¿Qué sucede, campeón? —inquirí, observando sus ojos entristecidos.
Abrió la boca y sacó la lengua, en ese momento me di cuenta de que tenía la garganta irritada.
—Me duele mucho —habló con voz entrecortada.
—Tarah, llama al médico, tiene la garganta roja —señalé con preocupación.
—No te preocupes, déjame que yo me encargo, ve a ducharte para que te tomes los medicamentos.
Después de ducharme me vestí y bajé a desayunar, entretanto Tarah se ocupó de Paul. Se le veía un poco más tranquilo, pero aun con malestar.
—¿Cómo está Paul? —pregunté, preocupado, mientras me acercaba.
—Está mejor, le dolía mucho la garganta, pero ya le he dado medicamentos para la irritación. Creo que deberíamos estar atentos a su condición, no me gusta verlo así de decaído —explicó Tarah, con un tono de preocupación en su voz.
—¿Crees que sea algo grave? —inquirí, sintiendo una punzada de inquietud.
—Espero que no, pero si no mejora en las próximas horas, lo llevaremos al médico para que lo revise —respondió Tarah, tratando de mantener la calma.
En ese momento, mi hijo extendió sus brazos hacia mí, lo alcé y recostó su cabeza del lado de mi hombro sano. A lo largo del día, la salud de Paul fluctuó entre momentos de mejoría y otros decaídos.
Intentamos distraerlo, jugando algunos de sus juegos favoritos y leyendo cuentos, pero su ánimo no mejoraba del todo.
Mientras lo atendíamos, noté la mirada preocupada de Tarah y pude sentir su ansiedad por la condición de nuestro hijo.
—Miren, es importante, necesito hablar con él —insistí con tono diplomático, pero firme.
Los guardias intercambiaron una mirada breve, uno de ellos marcó a un número, y después de un minuto me dejó entrar.
Caminé hacia el interior de la mansión con la incertidumbre y la determinación mezcladas en mi mente. A pesar de haber logrado entrar, la sensación de tensión persistía en el ambiente.
Un criado me guio a través de los pasillos adornados con muebles lujosos y decoraciones exquisitas. El lugar resonaba con el eco de mis pasos mientras nos dirigíamos hacia una sala, donde esperaba encontrarme con el señor Kempless.
Finalmente, el criado me llevó a al despacho decorado con elegancia, donde un hombre de mediana edad, con un porte que denotaba autoridad, aguardaba sentado en una silla. Levantó la mirada al escuchar los pasos, aproximarse.
—¿Quién es usted y qué hace aquí? —preguntó el hombre con voz severa, sin aparentar un ápice de empatía.
Yo me mantuve firme, a pesar de sentir la tensión en el ambiente. Decidí abordar la situación directamente.
—Señor Kempless, estoy seguro de que ya conoce mi identidad, pero no tengo problema en confirmárselo, mi nombre es Gregory Jackson. Estoy aquí porque necesito hablar con Lissa y con usted, estoy enamorado y quiero casarme con ella, la he estado llamando y no he podido comunicarme —expliqué con una determinación en su tono.
El señor Kempless me miró con frialdad, sin revelar ninguna emoción ante mi petición.
—Creo que ya debe saber la decisión de mi hija, no quiere saber nada usted, y si no quiere comunicarse alguna razón tendrá que ser. Le sugiero que se retire antes de causar más problemas —respondió el señor Kempless con una voz gélida, mostrando desdén por mi presencia.
—No vine a causar problemas y no voy a retirarme hasta que no hablé con ella —sentencié con voz firme.
Justo en ese momento, la puerta del despacho se abrió, y apareció una mujer de servicio, con su rostro pálido.
—¿Qué pasa? ¿Por qué entras así? —preguntó el señor Kempless severo.
—Lo siento, señor, pero la señorita Lissa no está, se ha ido —informó mientras nuestros rostros palidecían ante la noticia.
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