Vivían solo recordaba que había dejado en casa los espaguetis a la boloñesa que había preparado para el almuerzo, ya que el día anterior salió con prisa. Supuso que Finnick debía haberse comido uno de ellos y guardado el otro en la nevera. Se sintió avergonzada. Se puso de puntillas e intentó alcanzar la ración que él tenía en la mano.
-No tienes que comer las sobras de ayer. Ya que estoy aquí, te prepararé algo fresco.
Al ver que Vivían luchaba por agarrar los espaguetis, él se limitó a torcer los labios. En lugar de bajar el plato de pasta que tenía en la mano, se agachó para mirarla. Ella se sorprendió por la repentina cercanía, perdiendo el equilibrio y tropezando. Por fortuna, reaccionó rápido; y rodeando su cintura, la puso de nuevo en pie.
-Ten cuidado -murmuró Finnick en voz baja—. No hace falta que me hagas nada. Me gustan mucho tus espaguetis.
Por alguna razón, se sonrojó ante sus palabras, aunque no fueran nada especial. Quizá fue por su voz profunda y ronca.
-Si te gustan mis espaguetis, deja que te haga más -dijo. Temió que notara su mareo y bajó la cabeza—. Las sobras no son saludables.
-No es que coma sobras todo el tiempo -respondió Finnick. Soltó poco a poco la cintura de Vivían y metió los espaguetis en el microondas-. No quiero desperdiciar comida, sobre todo porque la has hecho tú.
Vivían sabía que no iba a ganar y se echó atrás. Observó cómo sacaba los espaguetis calentados del microondas y los comía despacio. Se veía elegante mientras consumía las sobras. Aunque solo era comida casera, actuaba como si estuviera comiendo una comida de tres estrellas Michelin.
-Oye...
Vivían, que estaba sentada frente a él, habló con vacilación y con las dos manos juntas.
—Intentaré devolverte el dinero de la operación y las medicinas de mi madre.
Los ojos de Finnick se entrecerraron ante sus palabras. Estaba dando vueltas a unos cuantos espaguetis con el tenedor para comérselos. Tragó la comida y pronunció con voz profunda:
—Vivían. ¿Olvidaste la promesa que me hiciste ayer?
-¿Ayer?
Vivían se quedó perpleja. Entonces, recordó de repente de qué estaba hablando.
-Oh, ¿te refieres a la promesa que hice de acudir a ti si alguna vez necesitaba ayuda?
—Comida —respondió de forma escueta—. Si de verdad quieres recompensarme, cocina para mí.
Vivían abrió los ojos. No podía creer lo que escuchaba, se quedó boquiabierta y preguntó:
-¿Eh? ¿Eso es todo lo que quieres? Pero mi comida no es tan buena.
Admitió que su comida era mediocre, en el mejor de los casos. Estaba muy lejos de los excelentes platillos de Molly. «Finnick es muy quisquilloso para comer. ¿Por qué querrá que cocine para él?», se preguntó.
-¿Qué pasa? ¿No quieres cocinar para mí? -preguntó Finnick arqueando una ceja. Ella respondió apresurada:
-Por supuesto que no. Pero las facturas del hospital de mi madre alcanzan los sesenta mil. ¿Cuántas comidas tengo que hacer para cubrir eso?
-¿Tú que crees? -respondió él devolviéndole la pregunta.
Vivían se quedó sin palabras.
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