CONTRATO CON EL ALFA, EL TIO DE MI EX. romance Capítulo 18

ERES MIA +18

Leandro se apoderó de su boca en un beso violento y hambriento. Sus dedos se cerraron en su cabello, arrastrando su cabeza hacia atrás mientras la consumía. Su cuerpo se pegó al de ella, presionando su polla, volviéndose más dura a cada segundo.

Rompió el beso cuando el doloroso gemido de Irene zumbo entre ellos. Empezó a retroceder, pero Irene lo agarró y tiró de él.

―¡No te detengas! ―exigió, trayendo su boca de vuelta a la de ella.

Un gruñido vibró contra sus labios hinchados, Leandro acunó sus nalgas y sin previo aviso la alzó, Irene rodeó su cuello y su cintura en un reflejo condicionado, y sin romper el beso, el alfa subió a la habitación.

Cuando llegó a la habitación, la bajó lentamente y sin querer demorarse un segundo más, comenzó a desvestirla. En un santiamén Irene estuvo desnuda ante él, sus ojos miraron con avidez cada parte de ella, sintiéndola suya, teniendo la necesidad de marcarla por todas partes.

―Leandro… ―ella gimió presa de sus necesidades.

Pero el alfa no dijo una palabra, sino que actuó. La beso nuevamente y la guió lentamente a la cama, Irene se dejó llevar y pronto sintió la suave tela detrás de su espalda, ella correspondió a cada uno de sus besos, su lengua jugueteando con la de él en un juego cargado de placer.

Leandro se apartó y empezó a desvestirse, cuando sus dedos empezaron a desabotonar su camisa y la tela se arrugó en los hombros anchos y cayó descuidadamente a un lado, Irene trago saliva ante la visión ante ella.

Leandro era un hombre en toda la extensión de la palabra. Su estómago tonificado en un paquete de seis, su pecho musculoso y sus brazos fuertes, por un momento le encantó la idea de tenerlos cerca de ella. Fue el silbido de su cremallera lo que la trajo de vuelta.

«Diosa… sin ropa interior.»

Los pantalones oscuros estaban abiertos en sus caderas. La gruesa longitud sobresalía de un limpio círculo de vello negro que se extendía por la superficie plana de su vientre. En un segundo los pantalones fueron arrojados a un lado y él se paró frente a ella totalmente desnudo.

―¿Te gusta lo que ves? ―pregunto y una mano sé cerró alrededor de su erección. Mientras la acariciaba deliberadamente, estudiándola con sus ojos.

Irene hizo un esfuerzo monumental para no ruborizarse por su escrutinio. Ella mantuvo su mirada y se preparó para responder.

―Sí.

Un segundo después, el colchón se hundió bajo su peso cuando Leandro se unió a ella y automáticamente, sus rodillas se abrieron, esperando que se metiera entre ellas. En su lugar, se arrodilló en medio de ellas, sus manos grandes y ásperas descansaron en sus caderas, sosteniéndola mientras la acercaba.

―Aún no, princesa ―dijo seductoramente ―Primero voy a probarte.

Su cuerpo se estremeció por sus palabras, y luchó para no contonearse y exigirle que la follara.

―¿Qué… qué vas a hacer? ―pregunto en un susurro.

―Voy a saborear el coño que será mío todas y cada una de las noches, una vez que este campeonato termine.

La certeza en sus palabras hizo estragos en el interior de Irene, quien de repente se imaginó todas las noches siendo poseída por él. Sin previo aviso, las manos de Leandro se deslizaron dentro de sus muslos con reverencia y se detuvieron cuando sus pulgares pudieron separar los labios de su coño.

―¿Estás mojada para mí?

Lo estaba. Lo había estado desde que lo vio. Podía sentir la humedad acumulándose, rogándole que la poseyera. Su lobo no estaba mucho mejor, estaba aullando de necesidad de ser montada por él.

―¡Sí!

Pero en lugar de jugar como ella quería, sus manos se alejaron, se inclinó para encender la lámpara de aceite junto a la cama. Fue allí cuando se dio cuenta de que se había equivocado, Leandro Alerón, no era guapo. Era algo más allá de un simple término. Él era impresionante.

Se inclinó sobre ella y la besó suavemente antes de bajar otra vez a su centro.

―Ábrete para mí ―ordeno ―Y mantente abierta hasta que te diga lo contrario.

Sus manos obedecieron como si tuvieran vida propia. Llegaron entre sus muslos y separaron sus labios. Su clítoris hinchado sobresalía, se veía rojo y resbaladizo.

Leandro ladeó la cabeza admirando la escena, sus ojos brillaron con una luz posesiva y acto siguiente bajó su cabeza para lamer, con extrema lentitud, el cúmulo de nervios. Su caricia fue ligera, pero logró sacar un profundo gemido de la garganta de Irene. Sus caderas se alzaron en un desesperado intento de obtener más atención. Leandro repitió el movimiento, una y otra vez.

―Por favor… ―se quejó, perdiéndose en la neblina llamada necesidad.

Leandro levantó la cabeza y sus ojos se encontraron con los de ella. Dándole una sonrisa, su dedo se deslizó desde su clítoris y bajó hasta su abertura. Empujo solo la punta y ella sollozó mientras la estrecha abertura apretaba con avidez, deseándolo más profundamente. Pero él no lo hizo.

―¿Qué quieres? ―pregunto.

Ella tragó saliva y sus ojos rodaron cuando Leandro la torturó con su dedo una y otra vez.

―Respóndeme, Irene… ¿Qué quieres?

―Yo… ―ella jadeó y su cara se llenó de vergüenza ―… yo…

―¿Quieres mi dedo? ―dijo introduciendo un poco más que la punta ―¿O mi polla?

Irene estaba simplemente en el paraíso del placer, lo único que podía hacer era apretar la polla responsable de que se sintiera de tal manera.

―Leandro… ―murmuro entre gemidos ―… déjame tocarte.

El alfa continuó con sus acometidas y de repente soltó sus caderas y se inclinó hacia ella, Irene rodeó su cintura instintivamente. La miro a los ojos y con el pecho agitado y la polla aun dentro de ella, le dijo.

―Tócame… tócame cuanto quieras, porque soy completamente tuyo.

Los dedos de Irene se deslizaron en su cabello y agarrándolo con fuerza lo beso. Leandro retomó las acometidas y una oleada de euforia comenzó a crecer dentro ambos.

―Leandro…

Sin decir una palabra, una mano se deslizó entre sus cuerpos y su pulgar encontró el pequeño montículo resbaladizo por la excitación. Cada roce fue seguido por una embestida de sus caderas. La combinación hizo que Irene arqueara la espalda y curvara los dedos de sus pies. Cerró los ojos mientras una ráfaga de éxtasis se precipitaba sobre ella.

El nombre del alfa, salió de sus labios mientras ella se dejaba caer al precipicio del éxtasis. Leandro siguió embistiendo y acariciando, mientras su nombre salía de los labios de su hembra una y otra vez.

―Eso es princesa ―gruño sin dejar de moverse ―Llama al lobo que te follara todas las noches.

―Leandro… ―Irene llamó con voz entrecortada de placer.

―Vamos, amor ―pidió con voz ahogada ―Correte para mí.

Con un gemido profundo, Irene se dejó caer en el abismo del placer. El orgasmo fue fuerte y contundente, tanto, que hizo que cada célula de su cuerpo vibrara. Fue una especie de colisión que estremeció cada célula de su cuerpo. Mientras tanto, Leandro mantuvo el ritmo constante, sin prisa, mientras las paredes de su coño lo apretaban y lo absorbía más profundamente.

―¡Joder! ―de un segundo a otro la oleada de éxtasis se apoderó de él y sus embestidas aumentaron a un ritmo casi salvaje. Se irguió, abrió sus muslos buscando una penetración más profunda y sentenció posesivamente ―Nadie excepto yo probara este coño, ¿entiendes? Solo yo, únicamente yo.

Irene apenas y había bajado de las alturas cuando fue subida nuevamente. Su cuerpo ya no era de ella, sino del lobo que la estaba follando en ese momento. Leandro quería una respuesta y no se detendría hasta escucharla. Aumentó la velocidad de sus envites y exigió.

―¡Dilo Irene! ―gruño ―Di a quién perteneces.

Ella no respondió, únicamente gimió. Pero el alfa no quería escuchar eso, así que soltó sus muslos y se inclinó sobre ella, bajando sus labios lentamente hacia su oído. Sus embestidas siguieron y le susurro.

―Me perteneces ―afirmo ― Eres mia y dejaré que todos lo sepan.

Sus colmillos afloraron y sin querer esperar más se clavaron en su carne, al mismo tiempo que se corría dentro de ella.

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