Los dos volvieron a sentarse al lado de la mesa.
Justo en ese momento, el camarero trajo los platos de Priscila y Orson a su mesa. Al ver a Priscila parada en el pasillo, el camarero dijo cortésmente: "Señorita, su bistec..."
Priscila se giró bruscamente, mirando furiosa al camarero y, al ver el plato de bistec que traía, la ira le inundó. Se acercó rápidamente y, de un golpe, volcó el bistec que el camarero llevaba, exclamando con enojo: "¡Él ya se fue, para qué quiero la comida ahora!"
El bistec, recién salido de la sartén, cayó sobre el camarero.
El camarero, quemado y asustado, retrocedió rápidamente, soltando la bandeja de sus manos y lanzando un grito de dolor.
La bandeja que cayó al suelo casi golpea el pie de Priscila, quien instintivamente dio un paso atrás y, con ira, le dijo al camarero: "¿Así que se enojan cuando les digo que sirven lento?"
"¿Esta es la actitud de servicio de un restaurante de alta gama? ¿Saben quién soy? Si me llegan a lastimar, ¿podrían asumir la responsabilidad? ¡Llamen a su gerente!" Priscila, con las manos en la cintura y una actitud altanera, estaba furiosa.e2
La mano del camarero estaba roja y temblaba de dolor, pero él, sin prestarle atención, se apresuró a decir: "Señorita, por favor no se enoje, el bistec lo compensaremos..."
"Por supuesto que tienen que compensar el bistec, pero no solo eso, también tienen que arrodillarse y pedirme disculpas. ¡Es por su lentitud que mi esposo tuvo que irse sin comer! ¡Esto ha dañado la relación entre mi esposo y yo, cómo van a compensar eso!" Priscila llevó su falta de razón al extremo, con furia.
El gerente del restaurante llegó corriendo, vio el desorden en el suelo y reprendió al camarero: "¿Qué es esto?, ¡has asustado a la cliente!"
El camarero, con la cabeza baja y el ceño fruncido, apretaba los dientes sin decir una sola palabra.
El camarero temblaba por completo, humillación, miedo, dolor, sufrimiento, todas las emociones lo atormentaban.
Aunque era joven, también era un hombre, y no podía arrodillarse ante alguien en público.
Pero pensando en los doscientos mil de compensación, en sus padres ancianos en casa...
El orgullo del camarero se desplomó bajo todas esas cadenas, apretó las manos, dobló las rodillas, listo para arrodillarse...
De repente, una mano se extendió y lo jaló hacia arriba: "¡No te arrodilles!"
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡Domestícame! Mi pequeña y gran Elia
excelente cada capítulo es mejor amo esta historia...
suban mas capitulos por favor es excelente la historia...
Suban más por favor 🙏🏼 muy buena historia 💝...
Suban más capítulos 🙏🏼...