Ramiro se quitó la chaqueta y la usó para amarrar la silla de ruedas de Asier a la manija del mueble. Así, por más que Asier se esforzara, sería imposible que pudiera mover la silla o deshacerse de la prenda que lo ataba.
Elia vio cómo Ramiro se acercaba a Asier y, con esfuerzo, se sentó en la cama, lista para enfrentarse a Ramiro.
Algunos botones de la ropa de Elia se habían desabrochado cuando se levantó, y la escena se volvió aún más reveladora.
Asier, que estaba de frente a Elia, la vio y abrió los ojos de par en par, su rostro se tensó y gritó: "¡Elia!"
Quería ir hacia ella y abrazarla, cubrirla con su cuerpo y protegerla entre sus brazos.
Con todas sus fuerzas intentó moverse, pero sus piernas no respondían, y sólo pudo ver cómo Ramiro volvía al lado de Elia, observándola descaradamente y colocándose muy cerca de ella.
¡Asier deseaba acabar con Ramiro! Pero estaba impotente y sólo podía ver cómo Ramiro abusaba de Elia, y eso era una sensación horrible.e2
Ramiro se acercó a Elia, apoyó su mano en la nuca de ella y la levantó de la cama, conduciéndola hasta estar frente a Asier, en la distancia más corta que Asier no podía alcanzar.
Con una mano Ramiro sostenía el brazo de Elia y con la otra su nuca, controlándola por completo y dejándola tan expuesta frente a Asier. Ramiro soltó una risa fría y le dijo a Asier: "¿Quieres salvarla?"
Asier estaba tan enojado que apretó los dientes y las palabras salieron con furia de su boca: "¡Suéltala!"
"¿Crees que la voy a soltar solo porque tú lo dices?" Ramiro lo miró con desprecio, aquella sonrisa gentil que solía tener se había esfumado.
Solo quedaba odio y venganza en su mirada.
"¡Cuando te pidieron que la soltaras, qué hiciste!" La expresión de Ramiro se volvió más feroz.
Sergio era un recuerdo doloroso que Ramiro no podía soportar, y cada vez que pensaba en él, sentía como si le desgarraran el corazón.
Era completamente incapaz de moverse, de levantarse, de intervenir.
Ramiro, sin embargo, estaba disfrutando del momento. Le gustaba ver a Asier tan indefenso.
¿No era él siempre el que mandaba, el que tenía el control?
Ahora no podía ni siquiera salvar a su propia mujer, a ver con qué se las daba ahora.
Ramiro ignoró que Elia girara la cabeza para evitarlo y se emocionó aún más.
La empujó sobre la cama con tanta fuerza, y con sus manos empezó a rasgar la ropa de Elia.
"¡Ah, déjame, Ramiro, suéltame!" Elia gritaba aterrada y con dolor.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡Domestícame! Mi pequeña y gran Elia
excelente cada capítulo es mejor amo esta historia...
suban mas capitulos por favor es excelente la historia...
Suban más por favor 🙏🏼 muy buena historia 💝...
Suban más capítulos 🙏🏼...