¡Domestícame! Mi pequeña y gran Elia romance Capítulo 1966

Orson se acariciaba la barbilla, con una pose relajada y un toque travieso: "Ruégame, Jimena, si me lo pides así, te diré qué hacer."

Jimena, que estaba bastante preocupada, se infló de rabia al oír eso: "¡Orson!"

"Tranquila, ya, no te estoy tomando del pelo. Quédate en el carro y yo me encargo," dijo Orson al ver que Jimena estaba a punto de estallar en serio.

Dicho esto, bajó del carro, rodeó hasta el lado del conductor y, con toda la actitud de un chico de buena familia, le dijo al hombre rudo: "Listo, no armes un escándalo, ¿qué fue? ¿Te golpeamos el carro?"

"¿Esa es tu actitud? ¡Mira cómo dejaron mi carro!", el hombre parecía furioso, señalando la parte trasera de su vehículo, completamente destrozada, y le gritaba con los ojos desorbitados.

Orson sacó con calma una tarjeta platino de su bolsillo, la sujetó entre dos dedos y se la tendió al hombre: "Toma, una tarjeta platino del concesionario BMW, con esto no solo arreglas tu carro, sino que te alcanza hasta para una tuneada completa."

El hombre, al ver la tarjeta en las manos de Orson, se le iluminaron los ojos y su actitud cambió al instante: "Ah, eres cliente del concesionario, disculpa, yo fui quien se pasó de la raya."e2

Mientras se disculpaba, el hombre no quitaba los ojos de la tarjeta que Orson le entregaba.

"Listo, veo que tu carro aún puede andar, llévalo directo al concesionario," le indicó Orson.

"Claro, claro, entonces arreglamos esto entre nosotros," respondió el hombre, feliz, tomando la tarjeta y marchándose.

El tipo se subió a su BMW hecho pedazos y se fue.

Jimena, que había observado todo desde el interior del carro, abrió los ojos sorprendida. No podía creerlo.

Orson había resuelto un accidente de tránsito tan grave con unas pocas palabras.

Si ella hubiera tenido que lidiar con ese problema sola, seguramente el hombre rudo la hubiera insultado a más no poder y, encima, tendría que pagar.

"Baja del carro," le respondió Orson con serenidad.

Sin otra opción, Jimena apagó el motor, se desabrochó el cinturón y salió.

Al hacerlo, se dio cuenta de la larga fila de carros detrás de ellos.

Los conductores, impacientes, tocaban la bocina sin cesar.

El sonido de las bocinas parecía resonar dentro de Jimena, que ya estaba nerviosa y ahora se sentía aún más agitada.

Rápidamente sacó su celular para llamar a una grúa, pero antes de que pudiera marcar, Orson le arrebató el teléfono.

Instintivamente, Jimena intentó recuperar su celular: "¡Eh, qué haces!"

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