‘Yo llamaría a esto escapar como un conejo asustado, en vez de hablar de ello’, dijo Maena furiosa. ‘Deberías asumir el papel que tomaste e intentar entender por qué reaccionó así. Los limites no se ponen solos, Amaris!'
‘Ya basta Maena, no quiero discutir esto contigo' le contestó Amaris con desdén.
'¿No? Pues mala suerte porque vas a oír lo que te tengo que decir, quieras o no. Esto no es unilateral, Amaris, somos dos mitades, como Dave y su lobo' gritó Maena furiosa.
‘Pero…' Amaris intentó objetar y, sin contemplaciones, fue interrumpida de nuevo.
'¡Sin peros y sin excusas! No tienes ni idea Amaris, ¡no lo entiendes para nada! El lobo de Dave jamás ha visto la luz del día. Ha estado confinado y encerrado, asfixiado y sofocado por la oscuridad hasta que tú lo despertaste. Lo provocaste, despertaste su interés y él respondió' gritó Maena con furia. ‘Sin embargo, aunque él te dio lo que le pediste… le suplicaste… lo castigas y te niegas a aceptar sus intentos de arreglar las cosas…'
Amaris se quedó callada, aturdida por la intensa reacción de Maena.
‘No tienes ni la menor idea de la cantidad de emociones que sintió cuando por fin recobró la conciencia, Amaris. Me importan una m****a la mayoria de las cosas en los mejores días, pero su dolor, su tristeza… ¡me destrozó!’ Gritó Maena, con la voz entrecortada por la pena que le embargaba.
'Maena…' Quiso decir algo, pero su corazón empezó a doler al experimentar por primera vez la profunda tristeza de su loba.
Sentía un dolor tan intenso, agudo y abrumador que no la dejaba respirar bien.
‘No tienes ni idea Amaris…' Susurró Maena mientras hablaba con voz entrecortada. ‘Lo solo y desesperado que debió de estar todo este tiempo… y cuando por fin pudo liberarse y descubrir las intensas emociones que Dave y tú compartían… ¿te sorprende que quiera aferrarse a ellas, sentirlas suyas, poseerlas por completo para que nadie se las vuelva a arrebatar?’
Su pregunta quedó en el aire, sin respuesta, mientras Maena se desmoronaba en el suelo, desconsolada, sollozando en voz baja por la angustia que sentía hacia los suyos.
Amaris tenía la mirada perdida mientras agarraba el volante y sus emociones se convertian en un gran tsunami.
Aunque odiara admitirlo. Maena tenía razón. Ella había tentado a la bestia, y esta le había respondido.
No podía culpar a nadie más que a ella misma.
Amaris manejo en silencio por la carretera que normalmente tomaba hacia la cafetería donde había acordado encontrarse con Minerva. Ni siquiera se habia molestado en encender la radio porque estaba pensando en todo lo que Maena le había dicho.
¿De verdad podía responsabilizar a su lobo si este no tenía ni idea de cómo comportarse en el mundo real? ¿Cómo se estaría sintiendo?
Ella no tenía manera de saber cuán grande era el daño que había sufrido el lobo de Dave, si es que lo había, o incluso si se podía curar. Siendo completamente honesta, es probable que él tampoco lo supiera.
Llevaba tanto tiempo viviendo con esa maldición que Amaris no se acordaba de cómo se sentía cuando esta se apoderó de él.
Esta parte de la ciudad tenía fama de ser el lugar donde se reunían los cambiaformas y otros seres mágicos y, la mayoría de los habitantes de la zona no tenían suficiente comida.
'Bueno, intentemos no llamar tanto la atención hoy. La última vez que estuvimos en el café hicimos que Fernando nos gritara y Dave se enfrentara a él. Terminaremos con una reputación terrible', resopló Amaris.
'Como si me importara lo más minimo'. Minerva continuó diciendo alegre: 'Mira, de esta manera, cuando estamos juntas no hay momentos aburridos. Deberíamos empezar a cobrarles por el placer de nuestro patrocinio. Ya que lo único que hacemos es proporcionarles entretenimiento gratuito. ¿No lo crees asi?'.
Amaris soltó una fuerte carcajada e inclinó ligeramente la cabeza hacia atrás. Minerva siempre la ponía de buen humor con su actitud ante la vida, pero hoy le vendría bien estar tranquila.
'A decir verdad, dejando a un lado las bromas, un buen café y un enorme trozo de tarta me parecen una opción perfecta… ¡M*erda!' Maldijo en voz alta mientras frenaba de golpe para evitar chocar contra la figura de un hombre que acababa de aparecer de la nada en medio de la carretera.
Amaris sujetó con fuerza el volante, sintiendo que los latidos de su corazón aumentaban cuando miró fijamente los ojos inexpresivos que le devolvían la mirada.
'¿Amaris? ¿Qué es lo que pasa? ¿Estás bien?', preguntó Minerva con voz temerosa desde el asiento del copiloto, donde cayó el teléfono.
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