El Alfa romance Capítulo 98

Tan pronto como la Corte Real de Sabios los dejó en manos de sus guardias especialmente entrenados, fueron escoltados de regreso al palacio. Volvieron en un automóvil sin ningún tipo de identificación, con ventanas oscuras, y sin el más mínimo rastro del protocolo y ceremonial que por lo general los acompañaba a todas partes.

El silencio era absoluto mientras se dirigían al palacio, y los guardias, con expresiones impasibles en sus rostros, los observaban como halcones.

El juicio había sido un completo desastre para todos ellos, pero particularmente para Leopold.

En la saga interminable que era la obsesión de Jess por destruir a Amaris, este nuevo capítulo había puesto de manifiesto todos los defectos y fallas de larga data en la personalidad de Leopold, que Amanda había pasado tanto tiempo cultivando.

Todo el tiempo y la energía que había requerido para socavar su sentido de la rectitud, la seducción y la capacidad de persuasión que había necesitado para torcer su mente con palabras venenosas, y los sacrificios carnales que se había visto obligada a hacer a lo largo de los años para atar su corazón al de ella, para atrapar a su lobo en un abismo sin fondo que le permitiera a ella tomar el control de cada uno de sus movimientos...

Había estado tan mald*tamente cerca...

Amanda levantó los ojos cuidadosamente para mirar a su esposo, y la mirada fría que este le devolvió, desprovista de cualquier rastro de emoción, hizo que su corazón se hundiera.

Ahora que las mentiras de Jess habían sido expuestas, todo el arduo trabajo que había hecho resultaba haber sido para nada. La confianza entre ellos había desaparecido, y, con eso, se instaló en ella la paranoia de que sus palabras llenas de veneno, y la oscuridad que siempre había sembrado en él, ahora lo hicieran volverse contra ella.

La magia oscura era peligrosamente volátil, y requería un manejo cuidadoso, algo que su patética hija aún no era capaz de comprender.

Tan pronto como Leopold la liberó de su mirada desdeñosa, Amanda dirigió la vista hacia el hosco semblante de Jess.

Esta debió sentir la intensidad de esa mirada. Porque levantó la vista con incertidumbre y palideció visiblemente cuando se encontró con la expresión fría y calculadora de su madre.

Una furia asesina irradiaba de ella, y Jess supo que estaba en serios problemas, pero no había nada que pudiera hacer al respecto hasta que estuvieran en la relativa seguridad del palacio.

Por una vez, se sentía inmensamente agradecida por la protección que estos guardias adicionales podían brindarle. Aunque serían incapaces de enfrentarse a los guardias, y, por lo tanto, sus planes deberían quedar en suspenso por el momento, al menos su madre no podría asesinarla a sangre fría mientras dormía.

Jess podía ser impulsiva, y actuar sin pensarlo demasiado, pero no era del todo estúpida. Sabía que el amor de su madre dependía por completo de que tan útil le resultara, y, dado el veredicto del juicio, sabía que su utilidad prácticamente había terminado.

Sin darse cuenta de lo que hacía, envolvió sus brazos alrededor de su estómago y dio unas palmaditas sobre el pequeño bulto que ahí tenía. Sus ojos ardían con la caliente sensación de lágrimas no derramadas, amenazando con escapar.

Sintió que su estómago se retorcía. Tenía que encontrar una manera de salir de todo esto. Por el bien de su hijo no nacido.

Sin importar lo que su madre dijera o sintiera. Este bebé era lo más importante en su vida, y lucharía hasta su último aliento para que el niño pudiera ver la luz del día.

El auto se detuvo abruptamente, sacando a Jess de sus pensamientos. Los guardias los sacaron con fluidez del vehículo y entraron al palacio, ignorando las preguntas que les hacían los guardias del palacio y empujándolos bruscamente fuera del camino.

'¡Mi amor, por favor, no lo dices en serio! No hemos hecho más que amarte y apoyarte. Todo este asunto desaparecerá, y volveremos a la normalidad muy pronto. Dale un poco de tiempo y verás que es así...'

Jess sintió que se le revolvía el estómago al escuchar la desesperación en la voz de su madre. Ella nunca rogaba, por nada ni por nadie...

En lo más alto de las escaleras, Leopold se detuvo, y las miró a ambas con frialdad.

No había calidez en sus ojos. Ningún rastro de humanidad o de vida en su mirada impasible.

Solo un vacío frío y gris, que provocó un escalofrío a lo largo de la columna vertebral de Amanda.

'Creo que hemos llegado al final de... de lo que sea que esto haya sido, Amanda. Ya no te reconozco, a ti o a nuestra hija. Deberías hacer los preparativos para mudarte a otra ala del palacio una vez que termine la investigación'.

'¡Leopold!' Gimió Amanda, su voz quebrándose levemente.

'Suficiente' dijo él, sin gritar, pero con firmeza. 'Es suficiente, Amanda. Ambas han hecho más que suficiente'.

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