El amor leal del mal CEO romance Capítulo 2

-¡Sinvergüenza! -gritó Delia enfadada por causa de la vergüenza que sentía.

En el momento en que el hombre bajó la guardia al darse la vuelta para enfrentarse a ella, el sonido nítido de una bofetada resonó en la casa. Mientras lo maldecía, Delia levantó la mano para darle otra bofetada, pero para su sorpresa, el hombre se desplomó sobre la cama después de la primera. «¿Habré ejercido demasiada fuerza en esa bofetada?». Se quedó boquiabierta de inmediato.

Cuando su vista se acostumbró a la oscuridad, pudo distinguir poco a poco los contornos grisáceos de los muebles de la habitación. Se puso en pie y sacó una vela y un encendedor de la gaveta de la mesa de estudio que había junto a su cama. Tras encender la vela, la colocó sobre un plato de porcelana blanca.

Afuera, todo estaba tranquilo y silencioso. Unas nubes grisáceas flotaban junto a la luna. La luz de la luna se filtró en la casa como una corriente de agua e iluminó todo el cuerpo del hombre. Tenía el cabello corto y oscuro como el ébano. En su rostro esculpido se veía una nariz respingada y sus labios secos y finos eran suaves.

Cuando los ojos de Delia se movieron hacia abajo, se encontraron con el sexy cuello y el musculoso pecho del hombre... Parecía maduro. Tenía el cabello despeinado, la cara manchada de pintura y abundante barba en el mentón. Aunque tenía un aspecto desaliñado y mugriento, su apuesto rostro seguía brillando. Sí, era en realidad un hombre muy guapo. Además, era sexy de una manera muy madura y tenía un encanto varonil.

«¿Eh? ¿Por qué tengo algo viscoso en las manos?». Delia volvió a la realidad al descubrir que sus manos estaban pegajosas. Por instinto, bajó la mirada y pudo distinguir vagamente una herida ensangrentada de unos diez centímetros justo en el lado izquierdo de la parte baja de su bien definido abdomen. ¡Había mucha sangre!

Enseguida tomó su teléfono de la mesita de noche, pero dudó justo cuando se disponía a llamar a la ambulancia. Pensó en lo que había pasado antes. «¿Podría estar escondiéndose de sus enemigos? ¿Lo estaré poniendo en evidencia al revelar su ubicación?», suspiró al pensar en ello. Incluso la había besado sin su permiso. En ese caso, ¿debía dejar que se quedara en su casa? ¡Pero podría morir si no lo dejaba!

Después de meditarlo un rato, decidió ayudarlo. De un pequeño botiquín, sacó algodón, pomada, gasa, un frasco de desinfectante, suturas quirúrgicas, una aguja quirúrgica y unas tijeras.

A continuación, se dirigió al baño para lavarse las manos antes de desinfectarlas. Tras limpiar y desinfectar la herida del hombre, comenzó a coserla. Lo primero que tenía que hacer era detener la hemorragia.

Afortunadamente, la herida en el abdomen no era muy profunda, sino relativamente superficial, y no llegaba a los órganos internos.

El hombre parecía estar durmiendo profundamente; no reaccionó en lo absoluto mientras ella le curaba la herida. Después de coser, le aplicó una pomada hemostática y luego un antiinflamatorio. Mientras le ponía las vendas, su frente se llenó de sudor. Esperaba que no sufriera ningún efecto secundario al despertarse. Después de todo, ella solo había hecho suturas en animales que necesitaban

una cesárea.

Delia tenía algunos conocimientos médicos porque su abuela era curandera y partera en su pueblo. Ella no solo trataba enfermedades y atendía partos de los habitantes del pueblo, sino que también hacía lo mismo con los animales. Delia fue criada por su abuela desde pequeña y poco a poco se convirtió en su mano derecha. Por lo tanto, sabía cómo tratar las heridas externas, pues creció observando a su abuela. Ella se crio en el pueblo antes de empezar la secundaria. Sus padres no la llevaron de nuevo a la ciudad hasta que falleció su abuela.

Con cuidado, curó la herida en el abdomen del extraño y la vendó con gasa. Supuso que había perdido el conocimiento debido a la hemorragia. Si permanecía inconsciente durante mucho tiempo, tendría que enviarlo a un hospital. De pronto, justo cuando ella terminó de cortar la gasa, los ojos del hombre se abrieron lentamente.

«Gracias a Dios, ¡por fin se despertó!». En el momento en el que Delia dejó escapar un suspiro de alivio, la luz de la linterna de su teléfono, que había colocado a un lado, iluminó los ojos negros del hombre, que brillaban en la oscuridad. La luz fría que se reflejó en ellos, la hizo estremecerse.

De repente, el hombre se incorporó rápidamente. Su mano salió disparada y agarró con fuerza el delgado cuello de Delia. En un tono gélido y cauteloso, se enfrentó a ella:

El hombre, que estaba sentado en la cama, no pudo evitar tragar saliva mientras sentía el ligero olor a carne. Delia le entregó el tazón.

—Débalo. Puede ayudar a reponer su sangre.

Con una de sus manos, el hombre agarró el tazón y bebió un sorbo rápido sin siquiera usar la cuchara: tenía hambre. Tal y como esperaba, tanto la sopa como la carne que contenía estaban deliciosas. «¡Esta mujer es una buena cocinera!».

—¿De qué es esta sopa? —preguntó el hombre mientras disfrutaba de la sopa.

-Es de hígado de cerdo, dátiles rojos y bayas de goji. Es adecuada para usted, ya que hace maravillas para reponer la sangre —contestó Delia en un tono calmado.

«¡Hígado de cerdo!». La expresión del hombre cambió un poco.

—¿La hizo especialmente para mí? —preguntó mientras se incorporaba.

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