El clímax de un millonario romance Capítulo 19

Capítulo 19

Tener sexo toda la noche con Matt me llevó a plantearme si realmente era la primera vez que experimentaba tener relaciones.

No me dolía absolutamente nada y me había imaginado que ocurriría como en las películas y los libros: dolor, incluso sangrado. Pero nada de eso ocurrió.

No es que estaba preocupada por eso en particular, sino que, lo que más me inquietaba era la idea de que quizás no era virgen. Y temía que hubiera tenido una primera vez que no recordara.

Al borde de no dormir y ver el amanecer salir, resplandecer desde el ventanal gigantesco de la habitación, me encuentro despejada en la cama del enigmático Matt Voelklein, al cual volteo el rostro para ver y se encuentra sereno, durmiendo con el rostro pegado a su almohada de un tono verde oscuro y por debajo de ella tiene su brazo y el otro me abraza por encima del vientre.

Como está de cara a mí, tengo la oportunidad de examinarlo bien por primera vez en mi vida. Su hermoso rostro parece más joven, relajado. Como si no hubiera conciliado el sueño hace ya tiempo. Sus labios, gruesos y perfilados, están ligeramente abiertos, y el pelo, limpio y brillante, alborotado. Tengo mucho en que pensar. Siento la tentación de alargar la mano y tocarlo, pero está precioso dormido y temo irrumpir en su armonía.

Salgo de las sábanas suaves y de color verde oscuro. Hace juego con las almohadas, qué maravilla.

Sé qué mi ropa ha quedado en el sofá y estoy completamente desnuda. Así que voy caminando en puntas de pie hacia el vestíbulo de Matt y no tardó en colocarme una camisa suya blanca.

Este hombre tiene a montones. Estoy maravillada. Incluso me tomo un momento en oler el cuello de su camisa, que huele a suavizante. Huele a él.

¿Matt oliendo a suavizante? Sí, puede ser.

Hay pantalones guardados, zapatos de todo tipo. Amo su vestíbulo que crea una combinación de blanco, negro y gris. Incluso sus playeras y vaqueros. Me asombro cuando veo uno azul, pero todos esos colores apagados predominan sobre este.

¿Estás tan triste en tu vida Matt para usar únicamente esos colores? Me intriga.

En un par de horas debo ir a la cafetería a trabajar. Entro a las ocho a.m y apenas pisan las seis de la mañana.

Tengo sed, así que tengo la intención de salir de su enorme habitación que es más grande que mi apartamento.

Salgo directo al pasillo, de unas paredes blancas al igual que el porcelanato del suelo. Una casa enorme y resplandeciente para un hombre solitario. Que melancolía.

El silencio inunda mis oídos, al borde de que este es más inquietante que cualquier otro sonido.

Miro de ambos lados del pasillo.

¿Dónde demonios está la salida a las escaleras para la planta baja?

Optó por ir a la izquierda, comienzo a caminar en esa dirección.

Pero algo me hace detener en seco. Una puerta a mi costado de madera clara. Una puerta carísima y de muchos detalles.

Aunque debo admitir que eso no es lo que capta mi atención, sino que…esa puerta me resulta familiar.

Con el corazón en la boca, nerviosa, me dirijo hacia ella, tomando el picaporte frío y me atrevo a abrirla.

Para mi sorpresa, se encuentra abierta.

«¡Amy estás en propiedad ajena! ¿Qué demonios haces?¡Vuelve a la cama con ese papucho!» me regaña mi subconsciente, pero yo no le hago caso. Paso de él.

El aroma a lavanda inunda mis fosas nasales apenas abro la puerta. Lo que me tranquiliza. La lavanda es mi aroma favorito. Logra relajarme hasta que veo ante mis ojos algo que hace elevar todas las hipótesis posibles.

Es una especie de gimnasio hogareño en donde hay diversas maquinarias para hacer ejercicio y que tiene una gran vista a la playa. La luz del sol ingresa sin problema e ilumina todo a su paso, permitiéndome cada detalle.

¿Matt tiene un gimnasio en su casa?

Trago con fuerza al ver que, en el medio de este enorme sitio, hay un tubo. De esos que yo utilizo para realizar pole dance. Está limpio, liso y brillante con aquel gris metálico.

Me acerco a él, confusa.

¿Por qué Matt necesitaría una barra? ¿Desde cuándo tiene una en aquel sitio? Estoy a punto de tocarla, pero no lo hago, me retracto y salgo de allí rápidamente.

Aún no hay rastros de Matt y me permito merodear por la casa un poco más.

Hay otra puerta cerrada que está frente al gimnasio privado de Matt y también me atrevo a abrirla, curiosa.

Me encuentro con un despacho y una biblioteca detrás de él. Una inmensa con incontables libros con sus portadas multicolores y que llega hasta el techo. Dios mío.

Supongo que es su oficina. Hay una ventana, pero no es muy grande, da a la calle.

Me acerco al escritorio de madera de algarrobo y paso mis dedos sobre él. Hay una lapto abierta y un lapicero en él junto a varios papeles.

Que extraño. La casa está impecable pero su escritorio no. Decido ordenarle los papeles, apilarlos y guardarlos en algún cajón para dejárselo libre.

Con los papeles en la mano, abro el primer cajón, en donde ya hay una pila de hojas abrochadas en el fondo.

Los papeles se caen de mi mano en cuanto leo el título que lleva lo que parece un manuscrito dentro del cajón.

“Relatos de Amy”.

¿Qué?

Levanto rápidamente los papeles, agachándome y con una desesperación que me supera. En cuanto me levanto, dejo los papeles en el escritorio con cierta torpeza y saco el manuscrito del cajón. Es grueso.

—¡Escúchame por favor! —exclama, insistente, desesperado.

Lo miro directamente a los ojos. Su rostro descompuesto, débil me hacen querer comérmelo a besos, pero en este preciso momento no quiero saber nada de nadie. Esto es muy difícil.

¿Matt? ¿Mi esposo? ¿En qué momento de mi vida él ingresa sin que yo pueda recordarlo? No me reconozco, siento que me ha dicho algo que no me corresponde.

—Te conocí cuando tenías diecisiete años, casi dieciocho —empieza a decirme, apagado, acercándose un poco más y agachándose para que ambos quedemos cara a cara—. En el café en el que trabajas en la actualidad. Yo para ese entonces rondaba por los veinticinco años. Un día me atendiste, tal cual lo hiciste hace ya un mes atrás y te pedí tu teléfono para que prepararas para mí un café cada mañana. Claramente era una excusa para acercarme a ti. Siempre lo fue —murmura, clavándome sus ojos cristalinos. Oh mi Dios, va a llorar—. Nos hicimos amigos, al punto de comentarme que te dedicabas a escribir todas las noches. Te ofrecí ser tu musa...respeté todo tal cual fue la primera vez...

—¿Cómo me lo pediste hace un mes atrás? —susurro, acongojada por el llanto —¿Hiciste paso a paso todo como la primera vez?

Se le dulcifica el gesto y me toma por sorpresa cuando con sus dedos empieza a secar mis lágrimas, de una forma tan íntima que se me contrae el vientre.

—Te llevé a uno de los hoteles para que empieces a escribir para mí, como la primera vez, incluso me pediste que me acostara con alguna chica para que te ayudara con los relatos..., intenté que todo surgiera como hace tres años atrás con la intención de que recordaras...pero luego ocurrió la pesadilla que me viene atormentando hace ya tiempo.

Me duele no recordar nada de lo que me dice…me siento una estúpida.

—¿A qué te refieres?

Quiero acariciarle la mejilla, acunar su rostro en mi mano, pero aún no puedo...no me atrevo...

—Salíamos a escondidas de Beatriz, porque le tenías miedo. Yo no podía hacer nada para liberarte de ella porque el dinero era de mis padres. Pero como estos fallecieron, todo ha sido heredado en mi nombre y pude finalmente sacártela de encima ofreciéndole una gran suma de dinero... —continúa hablando —. Pero nunca me importó Beatriz, porque había dos personas que nos estaban vigilando y no lo sabíamos.

—¿Quiénes?

—Hades y Artemisa. Yo soy el hijo de sangre de Hades, el dios del Inframundo —confiesa finalmente, con un nudo en la garganta.

Mis parpados caen, cerrando mis ojos con gran pesar. Ay no. No, por todos los cielos.

Creo que ya no es necesario que me diga más nada. Con tan sólo saber que él es hijo de Hades, un dios que no pertenece al Olimpo, es todo. Se acabó.

Las diosas del Olimpo tenemos prohibido tener relación alguna con dioses que pertenecen al Inframundo. Es algo pecaminoso, y está mal visto. Al borde de ser alguien que ha traicionado a Zeus. Imperdonable.

¿El castigo? Tu alma no ira al Olimpo y serás escoria en las llamas del Inframundo...

—Artemisa y Hades complotaron para separarnos, en un intento de salvar nuestras almas. Artemisa insistió tanto en que dejes de verme que borró tu memoria junto con la magia negra de Hades. Mientras que a ti te castigaban arrebatándote la memoria, a mí me mataban a mis padres adoptivos por a ver traicionado al rey del Inframundo.

—¡Oh mi Dios! —me llevo la mano a la boca, en shock —¿Mi madre y tu padre mataron a tus padres adoptivos?¡No puede ser!

—Fue el castigo por amar lo que no debo —musita, dulcemente con una pena que ni la alegría podría atreverse a corromper en su alma —, y que, hasta el día de hoy, no puedo lograr superar. Fuiste y serás siempre el pecado más hermoso, Amy...

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