El clímax de un millonario romance Capítulo 18

Capítulo 18

No sé cuál fue el detonante para que mi identidad salga a la luz en plena cita con un tipo que era capaz de mojar mis bragas con tan sólo ponerme los ojos encima.

La única iluminación era la chimenea chispeante, que imanaba su calor de una forma agradable. Estaba a la luz del fuego. Una iluminación divina pero cruelmente dolorosa porque había recordado quién era. Culpaba al fuego y no sabía por qué.

—Soy una joven que fue criada por dos ancianos luego de ser abandonada en un granero por mi madre biológica, la diosa Artemisa. Apenas mis abuelos fallecieron, una mujer llamada Beatriz, hija de estos, me convenció con un juego de palabras que ella era mi madre biológica terrenal. Fue fácil hacerle creer a una niña de nueve u diez años eso, porque claro ¿cómo defenderme diciendo que yo era hija de una persona que no existía en esta tierra? Fue así su insistencia que falsificó unos papeles de ADN para tenerme a su merced y que el estado le abalara mi tutela. Quién diría que esa mujer se ocuparía de explotar el baile que consideraba arte, para que unos viejos asquerosos me vieran bailar en el caño cuando apenas tenía trece años. Me sexualizaron, me explotaron y me llevó a los lugares más recónditos, oscuros donde no entraba la luz del sol.

«En donde era normal escupirme el humo de cigarro en la cara. Porque era normal que quisieran pedirme que me acostara con ellos, y más de una vez Beatriz echó al que me pedía eso en secreto, a costas de ella.

El término virginidad era lo que más se vendía. Era un morbo que ellos deseaban ver danzar. No fui a la escuela secundaria.

Beatriz me hacía trabajar al borde de no tener vida social hasta que pude revelarme contra ella, al borde de querer matarme si no me permitía salir. Pero…todo tiene un costo. Me dijo que siguiera bailando para ella o se encargaría de prostituir a las bailarinas. Luego, que hiciera con mí vida lo que me diera la gana. Un día apareció la hija biológica de Beatriz, Katherine. Simpática, encantadora y sensible, así es ella. Me pidió ayuda para saber su identidad un día que salía de Zinza. En plena noche. Creo que venía siguiendo mis movimientos hace ya rato. Yo la ayude con información valiosa y ella logró conseguirme un análisis de ADN para descartar que Beatriz no era mi madre ante las autoridades. Cabe mencionar que sus padres son médicos prestigiosos.

Luego, conseguí empleo en el café y trabajé durante tres años, supongo que a partir de allí conoces mi historia, Matt»

Está sentado a mi lado, completamente vuelto hacia mí, con una pierna metida debajo de la otra. Alarga la mano y me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja con el índice. Mi cuerpo revive con sus caricias, ansioso y expectante.

Me escuchaba con tanta atención que se sentía un lujo contarle de mi vida. Un resumen muy por encima de ella, pero había algo que me quedaba por averiguar: con quién demonios había contraigo matrimonio según Katherine.

Es algo que no estaba lista para contarle, tenía miedo de asustarlo advirtiéndole que quizás, era una mujer casada que no había encontrado papeles que lo evidenciaran.

Una mujer casada demasiado joven, pero, que quizás, había encontrado su primer amor a muy temprana edad como para tomar una decisión tan grande como esa.

En la ausencia de un marido brillando por su ausencia, tengo al imponente Matt Voelklein escuchándome, con sus brazos apoyados en sus piernas, inclinados y con los ojos fijados en mi rostro humedecido por las lagrimas. Supongo que soy un mapache por el maquillaje corrido por debajo de mis ojos. Pero pasa de él, tiene gesto preocupado, su espalda inclinada y ancha, tensa su camisa blanca.

—Sabia que eras hija de Artemisa—confiesa, con voz apagada y con una media sonrisa desganada—. Tengo el privilegio de saber cuándo la hija de una diosa merodea por mi entorno. No es difícil adivinarlo. Destacas en cualquier lugar que pisas.

Su confesión me duele aunque lo hace con un deje de halago. No digo nada porque sabía que si él me decía algo semejante, no le creería y lo trataría de loco.

Si no fuera porque desperté, esto sería un caos o simplemente tendríamos una noche banal.

—¿Eres un dios también?¿Tú hiciste que recordara?—le pregunto, esperanzada porque no encuentro explicación de cómo recordé o qué fue lo que me ayudó a recordar.

Ni siquiera sé cómo terminé en aquel estado. Pero sabía que Matt no era de este mundo.

—¿Qué te hace creer que soy algún dios? Si, lo soy. Pero quiero entender qué te ayudó a saberlo—toma su copa de vino y se la lleva a los labios, dándole un breve pero profundo trago.

—Tus ojos—admito, casi sin aliento y como respuesta inmediata incapaz de analizar con anterioridad—, no sé por qué. Es algo estúpido, pero ahora que recuerdo creo que son tus ojos los que me han hecho entender que no eres humano, Matt.

Sabe que a partir de ahora sus ojos grises son mi debilidad, así que no pierde oportunidad de guiñarme uno y provocar un indeseado sonrojo.

—¿Mis ojos? Que original señorita Steele—suelta, burlón—¿Ha mirado sólo mis ojos?

¡Dios, hasta en los momentos más serios se pone en modo hombre sexy y arrogante! Pongo los ojos en blanco. Le doy un empujón en el hombro, riéndome y el caza mi mano con delicadeza, tira de mí, y en pocos segundos estoy sentada en su regazo.

Me lo quedo viendo, atónita. Estoy tan cerca de él que no soy capaz de articular palabra de lo nerviosa que me encuentro.

—Te estás preguntando quién soy y temo que salgas huyendo de mi lado si lo averiguas—me susurra, eleva la mano y me acaricia la mejilla con la yema de sus dedos—. Pero tienes el derecho a saberlo, Amy.

—¿Quién eres, Matt?—murmuro, preocupada.

De pronto siento nostalgia.

Acerca su rostro más al mío, al borde de rosar la punta de nuestras narices. Siento su respiración cálida salir de ella.

No para de mirarme los labios y luego subir sus ojos a los míos.

—Permíteme besarte antes de que salgas corriendo—me susurra dulcemente, con cierta debilidad en su voz que me deja pensando más de la cuenta.

Me besa con cuidado, como si fuera frágil. Con una delicadeza adictiva. Cierro los ojos, me dejo llevar y mis dedos se escapan para ir directo a su sedoso cabello oscuro y así, perderse en él. Abro la boca un poco más para darle paso a su lengua que no tarda en encontrarse con la mía, siguiendo un ritmo de esos que sólo un beso melancólico podría dar.

No podía creer que me estuviera besando, a mí. Justo a mí. Todas las ideas de mi cabeza se esfumaron con tan sólo un simple beso suyo.

Siento como una mano suya viaja hacia mi nuca, sujetándola, erizándome la piel de aquella zona. Incluso su mano es más grande que todo mi cuello. Soy tan pequeña ante él. Tan vulnerable.

Aquella mano poco a poco se va deslizando hacia abajo, al borde de llegar a mi clavícula, sin dejar de acariciarla, dedicándole su tiempo.

Con su otra mano, me sujeta la espalda, me presiona contra su pecho intensificando aún más el beso. Algunos músculos con los que ahora estoy más familiarizada se contraen.

Muerde mi labio inferior, clavando levemente sus dientes en él.

—Si seguimos así creo que habrá más que un beso, Amy—me advierte entre besos.

—Quiero que haya más que un beso—admito, casi sin voz y mí respiración ha cambiado.

Se aparta un poco para verme a la cara. Cierra los ojos y presiona su frente contra la mía, lo cual nos da a ambos la oportunidad de relajar la respiración.

—¿Estás segura?—me pregunta, ronco y realmente intrigado.

—Quiero hacerlo. Estoy lista, Matt.

Yo soy demasiado ingenua e inexperta en aquel mundo, pero no quiero perder la oportunidad de hacerlo mío. Hacerlo con alguien por primera vez.

Él no tarda en deslizar sus dedos por debajo de mi braga y me empieza a acariciar con cuidado. Me estremezco y gimo en voz baja, sin poder evitar arquear la espalda.

—Eres tan suave y estás tan mojada. Quiero pasarte toda la lengua pero sé que quieres que te la meta ¿no señorita Steele?—jadea él, juguetón—¿Quieres? Empezaré de a poco, estás muy mojada, será fácil si hago esto.

Hipnotizada por sus dichos, mete un dedo en mi interior. Gimo, cerrando los ojos con fuerza. Comienza a mover su dedo húmedo en mi carne. Es adictivo.

Matt vuelve a besarme, aún más excitado al sentir lo mojada que estoy. Sus dedos se deslizan con facilidad contra mi intimidad. Lo que siento es una intensidad arrolladora que me deja sin aliento. Apenas puedo controlar mi respiración.

Mueve los dedos hacia delante y hacia atrás y luego en círculos en un delicioso patrón cambiante que me hace retorcer las piernas bajo él. Acallo mis gemidos con un beso. Ay dios mío. Por favor. Más. Solo pido más. Así. Me gusta, me atrapa. Justo así.

—Ay Matt—gimoteo, perdidamente jodida por él.

—¿Lista, Ángel?—masculla él contra mi oído, y no tardo en sentir la punta de su miembro contra la punta de mi clítoris.

Me empieza acariciar con él, haciendo redondeles que me hacen clavarle más las uñas en la espalda.

Ángel, mi nombre de bailarina…

—¡Si!

Matt saca un condón de no sé dónde cuando decide desaparecer por un momento y luego regresa con uno. Supongo que tenía todo esto planeado y no lo culpo. Yo quería que esto ocurriera tanto como él.

Rompe el paquete con sus dedos sin dejar de mirarme a los ojos y se lo coloca. No puedo evitar ver su miembro erecto, es grandísimo.

Vuelve a su posición, encima mío e introduce la punta en mi interior..rior.. Jadea. Yo ahogo un gemido más profundo y muevo la espalda al borde de terminar con mi rostro hundido en su cuello.

Empieza a moverse en mi interior, con cuidado de no lastimarme. Mi inicio en la vida sexual no podría ser de una forma más gloriosa. Oh por favor, me he estado perdiendo de mucho.

Matt aumenta el ritmo…

—Quiero verlo—gimoteo, viéndolo a los ojos.

—¿Ver qué?—me pregunta, succionando mi labio inferior, sin aliento.

—El clímax de un millonario...

Mi respuesta hace embozarle una sonrisa. Toma mis manos en un movimiento rápido y las une, colocándolas arriba de mi cabeza y pegándolas a la vez contra el sofá.

—Oh ángel, verás eso y más… —me jura, y de sus ojos chispea el deseo más intenso que las llamas de la chimenea.

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