Capítulo 25
Iba a enterrar a mi gata en medio de un bosque al final de Santa Mónica. La llevaba dentro de una caja blanca de cartón, junto una pala que me prestó Patrick y un crayón rosa para escribir “Ronny te quiero” en la tapa.
Lo hice llorando.
Estaba en estado de shock, con ira y no podía creer que me estaba despidiendo de mi gatita, la cual le prometí que juntas tendríamos una casa enorme en cuanto triunfara como escritora. Todos nuestros sueños hechos añicos, separadas por un maldito imbécil egoísta.
Un cerdo egoísta al cual quería bajo tierra, donde pertenecía. El viento otoñal era molesto, al borde de enfriarme el rostro con mis lágrimas cayendo, espesas.
Clavo la pala en la tierra, con rencor, pero una mano me saca el mango de la pala.
—Permíteme, Amy—me dice Patrick, con cariño.
Entonces le sedo el mango y empieza a cavar un pozo lo suficientemente profundo como para enterrar a Ronny. Mi Ronny.
Recosté mi espalda contra uno de los árboles.
—¿Un paro cardíaco me dices que le dio a tu gato? —me pregunta él, mientras cava—. Lo siento muchísimo, Amy. Sé cuánto la amabas.
—Sera horrible no dormir con ella—musito —. No sentir su ronroneo, incluso cada vez que iba al baño me esperaba en la puerta, hasta que saliera.
No, no quiero romper en llanto otra vez...
—Creí que estabas durmiendo con el millonario de los hoteles—suelta, con ironía y sé qué intenta levantarme el ánimo.
Carajo.
—Ya no más—espeto, dolida.
Por lo que veo, Patrick no estaba enterado de que yo era esposa de Matt en un pasado que no recordaba. Seguro Artemisa también le había borrado ese fragmento de mi vida por si acaso.
—¿Terminaste con aquel tipo? —se sorprende—. Era todo un dios griego ¿Por qué? ¿Qué pasó?
¿Cómo explicárselo sin entrar en un colapso por todos los hechos que estaban ocurriendo en mi vida? Ni siquiera podía definir qué había ocurrido.
¿Podía definir absurdamente que se trataba de un maldito amor prohibido? Las muertes podían ser justificativos de ello.
—Queríamos cosas distintas—me excuso—. Él pertenece a otro mundo, muy diferente al mío.
—¿Te ha hecho sentir inferior por pertenecer a una clase social más baja que la de él? Lo golpearía.
Me gustaba el cabello corto de Patrick, oscuro. Era altísimo, algo flacucho, pero bastante apuesto. Tenía facciones muy hermosas, masculinas. A veces me preguntaba por qué no estaba en pareja.
Aunque era una suposición muy válida la que él me brindaba, me llegué a plantear si en algún momento me había sentido incómoda por los millones de Matt. Hasta que respondí:
—No, pero no me sentía cómoda con una relación así. A veces parece un maldito cuento de hadas, hasta que chocas con la realidad y te rompen el corazón.
Me dolía mentirle a Patrick, pero era demasiado complejo contarle sobre mi identidad. Más cuando todo había ocurrido aquella mañana. Todo tan repentino. Donde las falsas expectativas se volvieron en mi contra cuando creí que todo marchaba bien. Magníficamente bien.
Inútilmente bien.
Patrick deja de cavar y me mira, apoyando su peso corporal en el mango de la pala.
—Que tuvieras una mala experiencia en el amor no significa que todo ha terminado. Quizás este podría ser el comienzo de algo nuevo. Sólo pasaste una mala experiencia.
—¿Te comiste un libro de filosofía? —les sonrío a labios cerrados, decaída.
—Sí, y puedo comerme un libro de autoayuda si eso logra hacer sentir mejor a mi amiga —se encoje de hombros y sigue cavando.
Patrick siempre estaba en los peores momentos y siempre le iba estar agradecida.
Luego del entierro, regresé a mi apartamento. Patrick insistió en que yo me quedara en el suyo mientras él estudiaba, pero no quería molestarlo. Debía preparar exámenes y sé lo importante que eran porque no había dejado de hablar de ellos en todo el viaje en coche.
Fue difícil lavar y guardar los tazones de Ronny. Tirar sus piedras en una bolsa grande y negra. Me dolía saber que no tuve la oportunidad de despedirme de ella, acariciarla o detener a Hades para que no le haga daño.
La culpabilidad que me sofocaba en aquel entonces era inmensa, dolorosa y no me dejaba respirar. Los padres de Matt, mi gata...creo que empezaba a entender por qué él me había dejado.
Entonces se queda tiesa, muda. Abre la boca para decir algo, pero la cierra. Repite esa acción varias veces. Nada sale de ella, pero su silencio en mi respuesta.
Una respuesta que me rompe el alma.
Doy varios pasos hacia ella. Se echa hacia atrás, como un animal acorralado.
—¡Quiero evitar que el amor hacia Matt te consuma y te arrastre hasta el Inframundo! —se excusa, con sus palabras atropelladas y elevando la voz hacia una octava —¡Quiero impedir que Hades te haga daño, Amythea!
Mi nombre completo. Utiliza mi nombre completo para captar toda mi atención y yo sólo siento que la colera acrecienta en mi pecho. Quiero hacerle daño. Mucho daño.
—¡Quiero que estés en el Olimpo con las diosas, resguardada!¡Protegida! —insiste hasta que su espalda choca contra una pared y finalmente se vuelve frágil ante mis ojos.
—¿Qué te hace pensar que yo voy a permitir que Matt me lleve al Inframundo? ¿Es tan patriarcal la mente de los dioses que piensan que un hombre puede dominar sobre una mujer sólo por sentir amor? ¿Acaso los seres superiores no pueden ponerse a la altura de los terrenales con pensamientos más inteligentes, madre? —me rio, fuerte y ella tiembla —. Tú y Hades no tienen miedo de que yo sea una distracción para Matt. Sino que, arrastre a un hijo de Hades al Olimpo y rompa las reglas ¡Ese es su miedo!¡Tienen miedo de que arrastre a Matt al Olimpo como Hades arrastró a Perséfone al Inframundo! Por supuesto que Hades me quiere muerta, porque soy la condena de su imperio. La destrucción de este y se quedará sin sucesores que ocupe su lugar. Así que envíale un mensaje a tu amante de mi parte: Dile que su hijo está muerto por mí y que es mío ¿oíste mamá?¡Matt es mío!¡Y no voy a dar brazo a torcer por un capricho suyo!
Artemisa me observa con sus ojos cristalinos, pálida. No me reconoce. Yo tampoco lo hago. Pero de vez en cuando, los dioses deben comprender que no somos peones de su maldito tablero de ajedrez.
Si no, reyes. Porque sin sus hijos, están perdidos.
Esa misma tarde, visité a Ada Gray, la hija de Afrodita.
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