Capítulo 26.
—¿Puedo preguntarte cómo conseguiste la dirección de mi casa? —me dice Ada con aire tranquilo pero confusa mientras me servía un vaso con agua.
—Artemisa me la dio —le confieso, algo apenada por aparecer de forma tan repentina en su vivienda —. Mejor dicho, se la exigí.
Estábamos en su cocina, la cual es amplia pero no tiene medidas exagerada. Posee un estilo clásico con muebles en color crudo. Contaba con dos piletas, dos hornos, una gran heladera y una gran isla central en la que estábamos sentadas sobre las butacas altas.
Ada y Max vivían en una mansión enorme. Tan acogedora como romántica. En la cocina había grandes ventanales que salían directo al patio trasero y el cielo parcialmente nublado se extendía en él, y el anochecer estaba por caer. Incluso su patio estaba lleno de hojas secas por el inicio del otoño y su baja temperatura.
Con un clima así, me gustaría estar metida en mi cama, con una taza de café y mirando una película romántica para mimetizar mis sentimientos
Ada se sienta en su butaca nuevamente y cruza sus brazos por encima de la isla, observándome detenidamente.
—¿Por qué le pediste a Artemisa la dirección de mi casa, Amy?
Demonios, que mirada tan preciosa tenía. Su manto rubio de cabello le caía sobre sus hombros y tenía esa cara angelical que hacía dudar mi sexualidad. Pero su belleza no venía al caso.
—Quiero enviar al Inframundo a Hades y sé que tú y Max lo han enviado hace años atrás —le confieso finalmente —. Artemisa me lo ha contado.
Ada suspira. Se remueve en su asiente y sus labios se vuelven una línea.
—Hades fue el tormento de todas mis pesadillas ¿sabes? Mi madre y él tuvieron un breve encuentro y yo fui fruto de eso. Sí, Hades se metió con otra diosa más aparte de Perséfone. Se metió con Afrodita y me jodió la vida. La existencia. Pero Zeus se enteró que estaba irrumpiendo en la tierra y lo mandó nuevamente al Inframundo hace años atrás. Por culpa de Hades, a Max le falta un brazo ¿sabes? Usa una prótesis para evitar la mirada de las personas. .
Le doy un breve sorbo al agua mientras la escucho, atenta. En sus ojos veo una tristeza profunda que me lleva a preguntar si debo seguir indagando sobre su vida o simplemente ir al grano sobre mi propuesta.
—Mi madre está enamorada de Hades —le suelto finalmente. Ada me observa, desconcertada —. Ellos se encargaron de asesinar a los padres de Matt como castigo de meterse con la hija de una diosa del Olimpo. Y a mí me borraron la memoria. Me alejaron completamente de él. Mi madre y Hades temen que yo quiera alejar a Matt del reinado del Inframundo. El temor de los dioses es nuestra agonía.
Ada me toma la mano por encima de la mesada, en señal de afecto.
—Matt nos contó a mí y a Max lo que sucedió entre ustedes y no sabes cuánto lo siento, Amy —lamenta, sincera —. Y tanto mi esposo y yo los ayudaremos en lo que necesiten. Gracias por recurrir a mí en este momento tan difícil. Pero creo que Matt no sabe cuáles son las verdaderas intenciones de Hades. Si te enteraste por Artemisa sobre la disputa del reinado del Inframundo, debes decírselo.
Meneo la cabeza y miro hacia otro sitio, a un punto muerto. Tan sólo pensar en Matt me dan ganas de echarme a llorar. Estaba peleando por los dos y una parte de mí deseaba que estuviera peleando junto a mí, a capa y espada. Pero mientras yo luchaba, él se resignaba.
Y era súper comprensible su actitud. Había perdido a dos personas amadas. Su miedo era justificable. Pero yo no tenía miedo y eso me daba ventaja.
—Quiero llegar a Zeus —le digo a Ada —. Pedirle que Hades nos deje en paz.
—No tienes que recurrir a Zeus por algo del Inframundo —responde decidida —. Debes recurrir a Perséfone y sé cómo hacerlo.
Entonces salta de su butaca y yo la sigo. Pero ella se detiene en seco y yo me choco por accidente con su espalda. Comprendo rápidamente por qué se ha detenido.
Oigo pasos aproximándose que provienen de la sala y pronto se hace visible quienes son los autores de los pasos.
Lo primero que veo es su rostro, que pasa de la seriedad de una charla a la petrificación por mi presencia. Max, el esposo de Ada, lo acompaña y se queda mudo al ver que su esposa no está sola.
Se me encoje el corazón y mi respiración se detiene en cuanto Matt me mira, entre enojado y aturdido. Tiene una cazadora negra cerrada, el cabello oscuro despeinado, jeans oscuros y unas borceguís del mismo tono.
Mientras que Max estaba más formal, con traje y parecía haber tenido un día agotado.
—Que incomodo —suelta Ada, en tono de disculpas y se encoje de hombros tras echarme una breve mirada. —¿Quieren que cenemos los cuatro? —nos ofrece a los tres.
Mierda. La discusión en el hotel de aquella mañana vuelve a golpearme y todos los recuerdos afloran una vez más. Hiriéndome.
—Debo marcharme —se excusa Matt, tenso y se acomoda la manga de su cazadora —. Tengo cosas que hacer.
Su indiferencia me duele, muchísimo. Pero sé qué por dentro quiere escaparse de mí y yo no tengo por qué correr. Sí él quiere actuar de esa forma está bien.
Cada quién afronta la mierda cómo puede.
Matt está a punto de darse vuelta e irse, pero Max lo toma del hombro, impidiéndole que siga avanzando.
—No vas a rechazar la propuesta de mi mujer ¿o sí ojitos bonitos? —le espeta Max, arqueando una ceja y con un deje de burla.
Matt le lanza una mirada asesina pero suelta el aliento al ver a Ada, quien lo mira de brazos cruzados y esperando una respuesta.
Ay no. Ahora la que quiere irse soy yo. Pero Ada es la solución a mis problemas.
—Bien —suelta Matt, tenso.
Max le regala un guiño de ojos íntimos a Ada y esta se ruboriza, como una colegiala. Me da una punzada de envidia. Pero, algo de esperanza también.
—Max, acompáñame un segundo al estudio —le señala Ada y a su esposo y se lo lleva tomado del brazo, tirando de él.
—¡Pero quiero ver cómo se matan estos dos! —se queja Max, haciendo puchero mientras su mujer no le da importancia.
¿Qué?¡¿Por qué me dejan sola con él?!¡Quiero gritar! De pronto la tensión entre Matt y yo vuelve con un horrible y embarazoso silencio.
—Peleando por ti—carraspeo.
—¿Qué? —su voz es tan baja que apenas la escucho, otra vez su rostro está teñido de sorpresa e indignación.
Bajo la mirada al plato. Ya he dejado mi dignidad a un lado soltándole aquello. Enredaba el espagueti en mi tenedor en un intento de escape cuando Ada soltó:
—Los ayudaremos a terminar con el imbécil de Hades. Pero primero deberán viajar con nosotros a unas cabañas que están ubicadas en la ciudad San José.
Al instante él y yo le damos toda nuestra atención sobre ella, precavidos.
—¿Qué? —Matt se escandaliza, pero mantiene sus modales —¿No tienen una hija a la cual cuidar? Está en la etapa de la adolescencia, supongo que deben cuidarla aún más —rebusca él, intentando zafarse del asunto.
¿Qué?¿Max y Ada tienen una hija? Dios mío ¿Cuántos años tienen? Sé qué por ley divina que los dioses no envejecen, pero, que impresión me da aquello.
—Scarlett está en un viaje escolar. Este es su último año y la escuela se encarga que la pasen de maravilla mientras aprende. Así que por una semana estamos libres —le responde Max, tomando la mano de su mujer por encima de la mesa, cómplice —. Y no es por capricho lo que le proponemos. En esa cabaña está lo que podría ayudarlos a salir de todo este castigo.
—¿Qué hay en esa cabaña? —pregunto, sobrecogida.
—Un espejo que conecta al Inframundo —me responde Ada—. Hoy antes de encontrarnos con ellos en la cocina, iba a llevarte al despecho para que tuviéramos más privacidad y comentarte sobre esto. Pero con Max queremos que viajen con nosotros a buscarlo.
—¿El espejo de las Erineas? —de pronto descubre Matt y yo no comprendo nada —¿No era que lo habías dejado en el Inframundo cuando estuviste allí, Max?
—Las Erinias —Max se vuelve hacia mí para no dejarme fuera de la conversación —, son nuestras hermanas dentro del Inframundo y me dieron un espejo para que pueda comunicarme con Ada cuando estuve allí y ella en la tierra. Se los he pedido mediante un ritual para que me den uno similar y así, regresar a Hades al Inframundo.
—¿Por qué están en esas cabañas y no aquí, en la casa? —insiste Matt, claramente no quiere viajar.
—Para mantener ese espejo lejos de nuestro hogar. Si mi hija Scarlett lo encuentra por pura curiosidad podría liberar cualquier monstruosidad de allí —responde Ada, seria —. No me gusta tener objetos del Infierno en mi casa. A nadie le gustaría tenerlo.
—Iba a llevar a Matt a las cabañas mañana, pero viendo que tú también has venido por la misma circunstancia, Amy...—comenta Max y aprieta los labios —. Creo que podríamos hacer un viaje los cuatro.
Miro a Matt, atónita, quien permanece en su silla sin mirarme y tratando de no encontrarse con mis ojos ante la confesión de su hermano.
Me muero de amor al saber que él ha venido por la misma razón que yo: intentar salvar algo que ninguno de los dos quiere que muera.
Aunque él intente disimularlo con miradas frías y calculadoras.
Sé que hay amor en el millonario.
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