El clímax de un millonario romance Capítulo 29

CAPÍTULO 29 

—No es necesario que usen ese espejo para hablar conmigo. 

Por poco Matt y yo nos morimos del susto en cuanto vemos a una mujer aparecerse en la esquina de la cocina, con un vestido blanco de mangas largas algo desgastado por el uso y de cabello pelirrojo trenzado. Su rostro es angelical y relajado, como si no hubiera preocupación alguna. 

No sé quién es, pero tampoco me da esa sensación de miedo. Es decir, ha ingresado sin necesidad de hacerlo por la puerta y no me he ensuciado los pantalones. Todas las diosas son iguales en los rasgos faciales o en sus apariencias, pero ella...ella era tan joven y radiante. 

Matt toma mi mano en señal de protección y se pone de pie, mirándola con la boca entreabierta. 

 —Perséfone—musita él, maravillado. 

La mujer nos sonríe, agradable. Por todos los cielos que posee el Olimpo. 

—Estás tan grande que apenas puedo reconocerte, Matt —expresó ella —. Pero un joven como tú ha sufrido más que cualquier dios en este mundo. Lamento muchísimo la muerte de tus padres terrenales. 

Matt asiente, dolido con la cabeza agachada. Aprieto más fuerte su mano, acompañándolo en su dolor. 

—Y veo que te enamoraste perdidamente de la hija de Artemisa —la mirada de Perséfone viaja hacia mí y yo me ruborizo. No sé qué decir —. Imagino que sigue sin recuperar su memoria. 

—No... —respondo en voz baja, con un nudo en la garganta —. Supongo que sabrá quién tiene la culpa de todo esto. 

Perséfone asiente con sus manos entrelazadas en su vientre, avergonzada. 

—Sé el calvario que están viviendo los dos porque siempre cuido a mi hijo desde la distancia. Las diosas del Olimpo tenemos nuestra forma de proteger a nuestros frutos, y yo encontré una forma de proteger al mío desde el frio Inframundo —mira a Matt, con decisión —. Pero el amor que arrastran los dos no puede ser posible. 

—¡¿Qué?! —gritamos Matt y yo al unisonó.  

Me levanto de la silla, enojada y totalmente descolocada por su imposición. 

—¿Tienen el descaro de querer separarnos cuando los dioses pueden corromper las leyes? ¿Qué mierda es esto?¿Haz lo que yo digo no lo que yo hago?¡Es injusto! —exclamo, desesperada —. Si pudieron permitir que Ada y Max estuvieran juntos ¿Por qué nosotros no? 

—Porque Max no pertenece a un linaje de dioses del Inframundo, Matt sí. 

Mierda. No, no por favor. La última carta que tenía para defenderme se ha roto ante mis narices por esa confesión.  

—¡Pero no quiero reinar el Inframundo! —Matt golpea la mesa con su puño cerrado, furioso —¡Nadie puede obligarme a hacerlo!¡Me niego! 

—No, tú no reinaras el Inframundo —espeta Persefone elevando su voz y con el entrecejo fruncido —¿Quién demonios te ha dicho eso? 

Matt me mira, confundido y todo el peso recae sobre mí.  

En el viaje en coche, le había confesado a Matt toda la información que me había brindado Artemisa, mi madre, sobre posibles intenciones de Hades. 

Aquella tarde de otoño, a mí y a Matt nos quitaron la posibilidad de tener hijos, volviéndonos a ambos estériles. Porque si Hades no podía tener hijos fieles a él, le arrebataría la posibilidad de tener hijos a Matt, para que sienta lo que es quedarse sin uno. 

Los hijos de los dioses siempre resultábamos ser inmortales y tendríamos que cargar con la tristeza de saber, que, si algún día Matt y yo decidíamos adoptar, veríamos a nuestro hijo morir por no llevar nuestra sangre y ser un humano más. 

Pero como si aquella noticia devastadora no nos hubiera alcanzado para obtener un castigo horrible, nos quitaron la visión de un ojo a cada uno con la siguiente justificación: 

“La visión perdida de uno, será la mirada encaminada del otro. Juntos tendrán una visión unificada, porque el día de hoy, han decidido ser UNO por el resto de sus eternas vidas.” 

Perséfone tomó el lugar de Hades en el Inframundo bajo la defensa de Zeus al decir que su hermano no era digno de llevar tal responsabilidad luego de todo el daño que había hecho.  

Sí, se había hecho justicia y ahora Hades estaba encarcelado y retirado del cargo para que la diosa Perséfone, hija de Zeus y Deméter, llevara la primavera a las condenadas almas. 

No volvimos a saber de Hades, ni de ningún otro Dios, pero lo que si sabía era que mi madre sufrió el mismo castigo que obtuvo Afrodita, la madre de Ada, por ocultar cosas que pudieran herir a los hijos de Zeus. 

Artemisa tuvo el castigo de no volver a verme nunca más, cosa que agradecí profundamente. 

Fuimos el capricho de los dioses, movilizados en un enorme tablero de ajedrez con jugadas que nos perjudicaban, nos mataban por dentro. 

Pero hoy, hicimos un jaque mate a Hades. Terminamos el juego.

Hicimos historia. 

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