Epílogo.
Un año y medio después...
La firma de libros ha sido un éxito.
Me siento satisfecha, contenta y ha sido una experiencia maravillosa. De esas en las que sientes que has cumplido uno de tus más grandes sueños.
He tenido una cola larguísima de lectores que se han tomado la molestia de venir con sus libros pegados a sus pechos para esperar una hora fuera la tienda y así, ingresar para decirme las palabras de aliento más hermosas, obtener mi firma y una fotografía conmigo para subirla a las redes sociales.
Aunque mi primer libro fue un rejunte de relatos eróticos que tuvo un gran prestigio en el mercado editorial, fue superado en ventas y lectores por mi segundo libro llamado Soy una sugar baby. Allí cuento la historia de amor de Ada Gray y Max Voelklein.
Esa historia fue un éxito en ventas y obviamente ellos han obtenido sus regalías correspondientes.
Aunque mi nombre es Amy Steele, he registrado mis libros con el seudónimo Florencia Tom. He seleccionado Florencia porque fue ese lugar en donde me casé con Matt, en la ciudad italiana.
Fue una ceremonia pequeña, íntima y hermosa. Vivimos un tiempo allí y regresamos a California para adoptar a un hermoso bebé llamado Tom con rasgos tan preciosos que me hicieron emocionar por lo perfecto que era.
Siempre he imaginado un seudónimo como autora, pero ninguno había terminado de convencerme, hasta que aquel llegó un día a mi cabeza: Florencia Tom.
Actualmente me encontraba trabajando como escritora y como una de las mejores profesoras de pole dance en Santa Mónica. Y yo no decía que era la mejor profesora, sino mis pequeñas alumnas bailarinas que me esperaban con entusiasmo en cada clase.
Tomé mis cosas y mis bolsos y me despedí de los dueños de la librería con besos y abrazos.
Había caído la noche en la fría California en pleno invierno y una Ram negra me estaba esperando fuera de la librería. Las luces amarillentas de la calle le daban un estilo misterioso al coche. La ilusión se rompe en cuanto alguien baja la ventanilla del conductor.
El rostro del enigmático Matt Voelklein aparece, con una sonrisa compradora que marca los hoyuelos de sus mejillas y de tan buen ánimo que me es contagioso. Siento una punzada de nostalgia al ver su único ojo gris, brillante y el otro completamente blanco, como si una neblina espesa lo traspasara.
Fue un duelo para nosotros sobrellevar la muerte de nuestra fertilidad y la muerte de uno de nuestros ojos. Una marca que duele, pesa y que cada tanto nos obliga a hablar de lo que sentimos, de lo que nos pasa por la cabeza.
Pero ese dolor fue sanando poco a poco con la llegada de Tom, nuestro pequeño hijo de cabello oscuro, suave al sentir su contacto, tes morena y unos ojos avellanas tan intensos que a veces resultan hipnotizantes.
Cruzo la calle a paso apresurado y rodeo el coche de Matt. Me subo, cierro la puerta y dejo mi bolso y mis cosas en el asiento de atrás para luego tomar su rostro y darle un beso tan íntimo del cual no perdemos costumbre.
—Buenas noches señorita Voelklein —me dice en voz baja a escasos centímetros de mis labios —, se encuentra radiante como siempre —pasa un mechón por detrás de mi oreja, provocándome un escalofrío en la nuca —. Tengo una reservación en un sitio que te encantara.
—¿Y Tom?
No, no es la boda en Florencia...es la boda que sucedió hace cuatro años atrás. La primera boda que nunca recordé.
Luego me llega el recuerdo de cuando nos conocimos la primera vez, en la cafetería Blue Moon y da la casualidad que es idéntica a la segunda vez. Matt hizo un esfuerzo enorme. Recién ahora lo veo. Retengo el aire, es demasiado.
Cuando me pide el café, cuando sus dedos rozan los míos al darme su tarjeta y así agendar su número...
Mi primera vez con él...recuerdo su cuerpo desnudo sobre el mío, lo dulce y tierno que fue. Lo bien que me trató. Su primer te amo. Dios mío. Se me llenan los ojos de lagrimas
¡Cuando conocí a los padres de Matt!¡Los señores Trivelan! Su madre era encantadora, siempre me había hecho sentir como una hija más. Tenía el cabello rubio, lacio y un fleco que cubría su frente. Siempre lucia elegante y me había enseñado a hornear pastelillos. Luego estaba el señor Trivelan, alto, regordete y tan simpático que era un placer compartir una plática de todo un poco con él.
Luego recuerdo que Hades los asesinó y se me pone la piel de gallina, rememorando hechos del pasado que resultan un trauma para mí. De pronto comprendo el dolor de Matt por perderlos, ellos eran unos padres únicos.
Miro hacia mi izquierda, veo que él ha empezado a manejar, concentrado. Se me ablanda el corazón y creo que me he enamorado por tercera vez en la vida.
Y ha sido del mismo hombre de cabello oscuro rebelde, apuesto y de alma bondadosa. Mi vista se nubla por las lágrimas.
—Matt... —se me quiebra la voz y él lo detecta, mirándome rápidamente con ojos bien abiertos, en estado de alerta —. Recordé.
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